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Por Carlos Bortoni (@_bortoni)

Ciudad de México, 14 de junio de 2023 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

No recuerdo de qué trataba el relato, sólo recuerdo que había un punto en el que el personaje principal se sacaba un moco, lo hacía bolita y lo lanzaba por los aires. Lamentablemente, el moco no estaba sólo, el moco iba acompañado del adjetivo ‘seco’. Es decir, en un punto del texto, el personaje principal se sacaba un moco seco, lo hacía bolita y lo lanzaba por los aires. En ese momento, en el momento en el que leí el destino del moco, perdí todo interés en el relato. No se puede hacer una bolita con un moco seco, eso debería saberlo cualquier escritor que se precie de ser escritor, y si no lo sabe, si jamás lo ha intentado, debería hacerlo, debería hurgar en su nariz o en una nariz ajena –si no tiene mocos– y experimentar con los diferentes estados de la materia del moco: seco, semihúmedo y completamente húmedo. Un moco seco se parte cuando intentas hacer una bolita con él y termina pulverizado. Es condición sine qua non, para hacer una bolita con un moco, que este se encuentre semi húmedo o completamente húmedo (el problema si está completamente húmedo es que hay que manipularlo durante más tiempo para eliminar la humedad y conseguir que la bolita gane consistencia, no es fácil), sólo entonces, uno puede frotarlo entre los dedos –de preferencia entre el índice y el pulgar– para darle forma y hacerlo volar. Afirmar lo contrario, afirmar que un personaje puede hacer una bolita con un moco seco, desacredita al autor independientemente de la calidad, descubrimientos o profundidades del resto de su obra. Son esas minucias, esos resquicios por los que nadie da un centavo, los que demuestran de qué está hecho un escritor. Lo demás, resulta insignificante.


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