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Por Carlos Bortoni (@_bortoni)

Ciudad de México, 24 de agosto de 2022 [00:03 GMT-5] (Neotraba)

Ordenamos todos menos ella. Le dijo al mesero –que era el dueño del pequeño restaurante– que no sabía lo que quería y le pidió que trajera lo nuestro en lo que ella decidía. Él, con no otra intención que la de ser amable, enlisto lo que recomendaba para desayunar. Como la carta no era extensa, tendría menos de diez platillos, entre los que destacaban los chilaquiles, el omelette de huitlacoche y los huevos rancheros en salsa de chile pasilla, sus recomendaciones fueron una lectura completa de la misma, acompañada por explicaciones del tipo de: Los molletes dice que son para compartir. Pero no son tan grandes, lo pusimos para llamar la atención de los clientes. Explicaciones que parecían justificaciones buscando evitar quejas potenciales. Cerró el listado, después de que ni una sola de sus recomendaciones la convenciera, con lo primero que aparecía en la carta: Ahora que, si quiere algo más mexicano, puede pedir el desayuno inglés– le dijo. Y se retiró a entregar la comanda en la cocina. Minutos después, ella pidió el omelette de huitlacoche. Nadie puso en duda el origen del desayuno inglés.


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