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Por Luis Rubén Rodríguez Zubieta

Tijuana, Baja California, 17 de septiembre de 2020 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

Lo sé, debería perder peso, pero yo odio perder.

Mafalda

La mayor parte de mi vida he tenido una complexión robusta –eufemismo de gordo–, lo que nunca me ha preocupado en términos de mi apariencia ni los apodos que me han puesto, derivados de esa condición corpórea. Pero ahora de viejo me han asaltado una serie de dudas relativas a mi salud, entre las cuales está el hecho de que mi gordura puede ser causa de una muerte prematura. Eso sí que no. Como todavía no pienso morirme ni el suicidio está entre mis metas a corto plazo, decidí investigar cómo resolver ese asunto, no por vanidad sino para permanecer un rato más en este mundo.

Puesto que no soy un profesional de la nutrición, sino un aventurero de la gastronomía –tragón pues–, mis reflexiones ni son serias ni serán un aporte para los vergonzantes de la gordura. No pretendo ser un nutricionista. Quiero desenmascarar a todos aquellos que siendo tan poco profesionales, se ostentan como avezados nutriólogos, esgrimiendo las espadas del equilibrio nutricional, el vegetarianismo, el veganismo o el carnivorismo –término que la RAE está por aceptar–, muchas veces con información de dudosa procedencia. También denostar a quienes recetan dietas que sólo pueden cumplir las doñas fifí que no tienen nada que hacer, y que acaban revirtiéndose en más adiposidad de la que se pretendía eliminar.

De los 35 países que forman parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), México ocupa el segundo lugar en prevalencia de obesidad, y de acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT) de 2016, el primero en obesidad infantil. Si convertimos esa fotografía de la obesidad en una película, el desenlace sería un país con más gordos, y de los que ya padecemos esa condición, todavía más gordos. Esa es la evidencia del fracaso de la política pública en materia de nutrición en nuestro país, pero también el de médicos y nutriólogos, con todo y sus regímenes alimenticios.

Ante mi casi perene exceso de adiposidad, he practicado dietas de diversa índole, casi todas prescritas por especialistas en medicina o nutrición. Mi experiencia no podría servir como ejemplo de eficacia de esos regímenes a los que me he sometido. La mayoría de los que practiqué tuvieron efectos contrarios a los que los avezados expertos me habían vaticinado. Y eso que he sido disciplinado en la mayoría de los casos. Lo que sí puedo decir es que en todos, el sufrimiento ha sido aciago. Sólo mi tierna personalidad y mis principios cristianos han impedido que cometa algún asesinato, producto del estado catatónico por el que he atravesado cada una de las veces que me he puesto a dieta.

He considerado seriamente darme por vencido y juntar a un grupo de gordos inverecundos, para irnos a algún lugar paradisiaco y comer hasta la muerte. Algo así como lo que sucede en la película de Marco Ferreri, La gran comilona, en la que los protagonistas deciden cometer suicidio, entregándose a la comida en exceso y a los placeres de la carne. Pero como para mí el suicidio es una práctica reservada para enfermedades que me limiten como ser humano normal, he desistido de éste por tragón. Me quedo con la idea de gozar de los placeres de la carne. Esos sí, que vengan hasta la muerte.

Imagen promocional de La gran comilona de Marco Ferreri
Imagen promocional de La gran comilona de Marco Ferreri

Ya que las dietas no daban los resultados esperados, me puse a investigar los cuatro cultos gastronómicos que prometían, si me convertía en su feligrés, que me podría convertir en una persona saludable.

Los feligreses del vegetarianismo se la pasan denostando a los que comen carne. Consumen productos de origen animal como leche y huevo. Entre sus argumentos más sólidos se encuentra el que explica que los humanos en sus etapas primigenias no la comían. Dada esa contundente explicación, agregan que el consumo de productos de origen vegetal y fungi, equilibra tu mente y cuerpo. Agregan otras virtudes relativas a la salud de sus practicantes, a su nutrición adecuada, y beneficios en la prevención y en el tratamiento de ciertas enfermedades. Pero en su mayoría son vergonzantes, pues le ponen nombres carnívoros a algunos de sus preparados con productos de origen vegetal o fungi.

Los devotos del veganismo son como el Al Qaeda de la nutrición. Sus principios parten de evitar el sufrimiento a los animales, fundamento moral de su práctica. Condenan tanto a los vegetarianos como a los carnívoros porque los primeros consumen productos de origen animal y los segundos carne. Agregan que el consumo de animales es propio de desadaptados, partidarios de un círculo de barbarie y terror que se da a cada segundo en mataderos, lecherías, granjas avícolas, zoológicos, acuarios, circos y peleterías. Pero la mayoría de sus argumentos dizque científicos provienen de una interpretación sesgada. Salvo excepciones, son producto de la publicidad engañosa, que incita a volverse practicante de ese culto nutricional por moda. Como es radical y extremo, cuenta entre sus filas con supuestos rebeldes de la gastronomía que se la pasan chingando a los que no profesan su religión. Según ellos, todo aquel que consume animales o productos de origen animal, es candidato al averno por pecador. Se visten muy parecido, caminan casi igual y desprecian con la mirada a cualquier sospechoso de tortura animal. Son vergonzantes e inconsecuentes, pues le dicen leche a sus agüitas, queso a algo que no lo es y carne a algo que no la contiene. Curiosamente también hay gordos entre sus filas. ¿O serán herejes que merecen la hoguera?

Los carnívoros son los supremacistas de la nutrición, condenan a los vegetarianos y a los veganos. El argumento más sólido que esgrimen es que de no ser por la carne no hubiéramos desarrollado nuestro cerebro, no hubiéramos evolucionado a la etapa del Homo Sapiens. Generalmente son hombres muy machos los que enarbolan la bandera de ese otro culto nutricional. A las mujeres les está prohibido intervenir en la preparación de una carne asada, a menos que se trate de proveer de insumos a los expertos varones, quienes compiten por ver cuál es el mejor. De hecho, el que no sabe prender el carbón, según ellos, es “pendejo” o “maricón”. Pero resulta que ningún carnívoro come carne en su estado natural. Son hipócritas, pues le agregan productos vegetales o fungi a su carnita, para darle un sabor distinto al que tendría sin aquellos. Aquí en Tijuana la acompañan con amplias porciones de aguacate machacado y salsa. Es decir, no les gusta el sabor de la carne.

Amplios sectores de población clase mediera urbana, en el Norte del país, tienen un culto por la carne, sobre todo de res. Casi todas sus diatribas las resuelven con una carne asada. Cualquier reunión, ya sea de trabajo, familiar o entre amigos, tiene como eje la preparación de una carnita asada. Es un asunto de identidad. Vasconcelos dijo: “Donde termina el guiso y empieza la carne asada, comienza la barbarie”. También hay muchos gordos en este grupo.

Fotograma de La gran comilona
Fotograma de La gran comilona

Una minoría de personajes que pululan por todo el país, que se dicen ilustrados, consume carne, verduras y hongos, incluso en algunos casos equilibradamente. Son los liberales de la nutrición, aceptan el consumo de animales, de productos derivados de estos, así como de vegetales y fungi. Sin condenar a los vegetarianos y veganos, tienen cierto desprecio por ellos y es común que no los entiendan pues, tan rica que es la carne, dicen. Promulgan que no consumirla desprovee al cuerpo de proteínas necesarias para su desarrollo. Llegan a creer, incluso, que por comer sin discriminar son los más sanos de todos. También tienen un chingo de gordos entre sus filas. Pero son demodé. En este momento, amplios sectores de población clase mediera se inclina por los cultos gastronómicos más radicales.

En México, amplios grupos de población rural e indígena, que no tienen acceso a alimentos de origen animal, tienen una dieta a base de maíz, chile y frijol, a la que agregan otros vegetales, dependiendo de la región en que se ubiquen. En muy pocas ocasiones, cuando crían gallinas, acceden a huevos, por lo que se pueden clasificar como veganos o vegetarianos, dependiendo del caso. Pero el que sean vegetarianos o veganos no es por motivos de culto a esas opciones gastronómicas ni por moda, sino porque no tienen acceso a la carne. A pesar de eso, no es difícil encontrar gordos entre esta población.

En otras partes del mundo, sólo sé de dos casos que no consumen algún tipo de carne por motivos religiosos: los hindúes que no pueden matar a los bovinos y los judíos que no pueden consumir carne de puerco. Puede ser que los bolivianos varones, si es que siguieron los consejos de Evo Morales, hayan dejado de consumir huevo para no tener preferencias por individuos de su mismo sexo.

Con excepción del veganismo, he practicado los demás cultos gastronómicos con todo y sus desviaciones. He sido practicante de diversas dietas. Ninguna me ha funcionado y todas, con diferente intensidad, han tenido el efecto de reversión nunca deseado por mí. Las más catastróficas han sido aquellas basadas en el principio de la prohibición. Comienzan con la lista de alimentos prohibidos, ¡no puede ser! Luego siguen con las restricciones: media rebanada de pan tostado al día, tres cacahuates sin sal entre la comida y la cena, media galleta habanera en el desayuno, media tasa de papaya, ¡por Dios! Sólo al final viene lo que uno puede consumir sin restricciones: café y agua de jamaica sin azúcar. ¿Así cómo?

Yo me inclino por el anarquismo gastronómico. Que cada quien coma lo que pueda o lo que quiera, dependiendo de lo que tenga a su disposición, de sus costumbres y de sus gustos, pero sin meterle ideología. A menos que se trate de una patología, uno engorda fundamentalmente por dos razones: el exceso de ingesta de lo que sea y la omisión de actividad física. Además me adhiero a la teoría que dice que los gordos perdemos nuestra personalidad cuando adelgazamos. Yo prefiero mantenerme encantador y derrochar mi gordura.


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