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Nuevo León, México 21 de febrero de 2024 (Neotraba)

Todas las fotografías son de Aleks Summer y aparecen por cortesía de Clars

¡Salta Lupana! fantaseo ese coro mientras brinco más en cada ¡Salta Carmela!

Hoy no es tributo y es gratis.

Las ideas “explosivas” que surgen para la línea de arranque son fulminadas. Es el impacto “after concierto” que experimenta mi cuerpo. Revientan. Debes anotar en el momento. Me digo. Tu cerebro no da pa más. Entiende.

Los Fabulosos Cadillacs en Monterrey. Foto de Aleks Summer
Los Fabulosos Cadillacs en Monterrey. Foto de Aleks Summer

Me zumban los oídos. Estoy sedienta. Aturdida. Con los pies molidos. Sin fuerza. Hambrienta. Con la madre en rastra. De pie. Y es que no concibo vivir un concierto desde tan lejos. Todo o nada.

Las multitudes me resultan corrosivas. Sentirme apretujada encima de la valla a su vez me colma de adrenalina. Las probabilidades que tengo de morir en un evento masivo son bastante altas. Pa la mala suerte que me cargo igual son nulas. Digamos que preferiría perder la vida sobre la “línea de fuego”, que, en mi caso, son los conciertos. Antes que tener una muerte bastante ridícula, aburrida y poco digna de mi esencia. Morir entre baile, música, sudor, lágrimas y frenesí. Cálidos y embriagantes alientos, olor a humanidad. Fenecer entre la vida a tope. Tripas, sangre y lágrimas.

Unos pocos años atrás me aventuré de vuelta a un Vive Latino con la mera intención del regreso a México de Los Fabulosos Cadillacs. Estuve más de ocho horas a la espera. No tenía opción de desplazarme a otros escenarios o ir al baño. Esa multitud de los Vive Latino y la energía de las personas a la hora de disfrutar un concierto es incomparable. Tres o cuatro veces más la multitud detrás mío de ese VL que la de hoy.

Vicentico. Foto de Aleks Summer
Vicentico. Foto de Aleks Summer

El público regio pocas veces lo disfruta igual. Lo he comprobado más de una vez. Acá decidí caer temprano a la Macro. No voy a un concierto así pa estar atrás. En ese caso no salgo y veo la transmisión desde la comodidad de mi hogar. Caí adelante y sin pedirle paros a nadie. Es medio día. Apenas y había unas diez personas. Decidí irme al lado izquierdo. Encontré a una pareja. Desde Ciudad de México, apenas aterrizaron, se lanzaron a la explanada. Los del otro extremo también venían de fuera.

Me preguntaron si la banda de acá se pone muy loca a la hora de los putazos. Reí. Acá esto que van a experimentar apenas y les va a hacer cosquillas. Supongo que vivieron la experiencia de Los Fabu en el Zócalo. Les pregunté. Y lo hicieron. Nada es esto a comparación de lo que ya conocen. Les dije. No sé si me enorgullece, me beneficia o me pone triste la situación. Pero acá no le entran tanto a lo hardcore. Ni mucho menos la gente cae a montar guardia temprano pa los mejores lugares.

Entre pruebas de sonido, el calor, la contaminación y el padecimiento. Mi kit de supervivencia básico treintañero: Pastillas de Pepto Bismol, Treda infalible para el intestino juguetón, Alka Seltzer, Aspirina, Paracetamol o si de plano la urgencia un Tramadol. Paraguas de señora catequista, plasta de protector solar, bálsamo para labios resecos, papitas, cheve clandestina en el poderosísimo termo que mantiene los líquidos a temperaturas cadavéricas.

Los Fabulosos Cadillacs en Monterrey. Foto de Aleks Summer
Los Fabulosos Cadillacs en Monterrey. Foto de Aleks Summer

Los vendedores ambulantes y los sin techo del centro son los más beneficiados. Emprendedores reales. La doñita de las aguas sintió el picor del sol del mediodía y se lanzó por unas sombrillas. Las vendió todas. Un sin techo disfrutó el soundchek, se alucinó bien macizo y vivió un concierto completo de algún extraño grupo en su imaginario. Se voló la seguridad del evento en su cabeza varias veces, bailó con morritas, bebió un par de tragos, fumó varios porros. La gozó. Desapareció.

Un bato llegó con una hielera. Si hubiera llegado temprano chance y la pudo tupir de cheve. Pero se le durmió. Igual y son Frutsis. La aprovechó y se sentó encima a la espera.

Desde que soy una Zucarita andante la incontinencia urinaria me revienta las bolas que no tengo. Perdón. No hay otra forma de expresar mi rencor. Aborrezco la enfermedad. Tengo que llevar la ingesta de líquidos más relax. La boca seca. Ya falta menos.

Son las cinco y en las pantallas el Super Bowl. Apenas y lanzan la primera imagen y la Taylor a cuadro. Los estadounidenses y sus triquiñuelas de bajo presupuesto. Típica peli americana universitaria. Los guapos y populares de la High School. El romance de verano. Siempre con tramas tan predecibles. Ya sabemos el final. El “amor” baila más que el perro con dinero. Entre las irracionales apuestas de internet: ¿Cuántas veces aparecerá Taylor durante la transmisión?

Cabrito Vudú sube al escenario. Repertorio de buenos clásicos. Menos de una hora de show. Sabrosura pa arrancar la noche. En menos de media hora el escenario está listo para el plato fuerte. El poli que nos pusieron enfrente torció la movida. Pude ver su sonricilla maníaca y petulante al primer movimiento entre las mochilas en la búsqueda del refil. Y a su compañero al otro extremo saboreando los latones a confiscar. Se la pelaron. Les avisé a los panas en corto por mensaje. Más tarde lo cambiaron por otro cadete.

Casi toda la banda cae en parejas, en familia, entre compas. Yo la rebano sola. Por gusto. Si mi hija pudiera aguantar vara la traía. Mi morrilla me salió fresona. O quizás inteligente. Menos brava que su madre, menos atrabancada. Me preocupa que un día quiera andar en la punta del tren. Más que nada porque necesito las fuerzas para seguirle el paso. Si alguien le va a enseñar a tirar putazos soy yo. No la quiero ver llorando entre el slam. Uno sabe a lo que va. Sin Yolanda.

A un costado del escenario está mi amiga Denisse. Ella es intérprete de Lengua de Señas. Lleva varios años con un pequeño grupo de mujeres que van a diferentes conciertos y festivales a interpretar y elevar todavía más la experiencia de vivir la música en vivo. Al verla se me estruja el corazón. Pocos meses atrás Denisse perdió a su hijo. Situación que hasta hoy sigue impune. Una total injusticia típica por parte de las autoridades. Mirarla allá arriba haciendo lo que ama con tanta pasión me conduce al llanto. Puedo imaginar la vista que tiene de la noche. El mar de gente. La luna. Sus pensamientos y su corazón siempre con su hijo. Miro al cielo y pido porque Dios la siga colmando de fuerza. A veces creo en Dios. Y cuando creo en él. Pido por los que amo. La noche es de ellos y por ellos. Madre e hijo que se aman incondicionalmente.

Los Fabu salen al escenario. Elevo mis brazos. De alguna forma he intentado conectar con lo divino a lo largo de mi vida y en cada canción encuentro un mantra. Con los Fabu eso me pasa. Por eso no reniego del cansancio. Disfruto cada dolencia. La vida en marcha. Que nunca me falten mis pies de Sasquatch. Que nunca me desmaye en un concierto.

Arranca el alboroto. El zangoloteo. Gera me alcanzó hasta adelante. Estuvo detrás mío y no del todo pudo librarme de unos buenos golpes en el estómago. Igual me prendí. Mi sonrisa es genuina porque escapa libremente. Se escurre entre los golpes, los orines que me resbalan en la cara, el sudor y las lágrimas. Aviento todo mi cuerpo y mi peso hacia atrás. Ay les va hijos de la chingada. Les grito. Me la regresan. No me tumban. Seguimos saltando. Siento que podría amarlos por el hecho de aprovechar bien el tiempo ahora. Que ganas de estar bien tuneada y quitarme la camisa. Igual vengo de civil. No cargué la cámara ni ganas de grabar tanto con el celu. La idea era reventarla. Hacer del despilfarro de recurso público una noche digna de la rebajadota de impuestos que nos meten. Total, ni manejo y el colapso del transporte urbano por ahora me la suda. Equis los proyectos gubernamentales que pretenden un supuesto bien común, mucho menos un apoyo cultural. Y es que en el otro extremo, desconocido y lejano, más de una familia acá presente nunca hubiera podido darse el lujo de vivir un concierto. La música va por encima de proyectos que terminan siendo inútiles a la larga. Cuentos de nunca acabar. Pocas veces uno espera algo bueno del gobierno. Esas controversias son harina de otro costal por ahora. Tuvimos que aprender a rascarnos con nuestras propias uñas. Por muchos años no habrá de otra.

Vicentico. Foto de Aleks Summer
Vicentico. Foto de Aleks Summer

Explota un transformador. Se ha ido la luz. Qué momento tan más necesario. Vicentico decide con sus colegas continuar. El beat de “El genio del dub” verdaderamente me resulta orgásmico. Desde siempre ha sido mi rola top. Creo que esta tercera ocasión con Los Fabulosos tampoco podré escuchar la segunda en mi top: “Basta de llamarme así”.

Pido larga vida pa ellos y pa mi de poder escucharla un día. Tengo una larga lista de cosas así de simples que quiero vivir antes de morir.

Lo más cursi de mí se desprende cuando agarro el celu para grabarle un audio a algún bato. Hacerle un vídeo en la parte de “Vasos Vacíos” que dice: No te preocupes mi amor. Que yo te voy a entender. Que yo te voy a querer. Y caigo en la incongruencia de lo mucho que odio las relaciones de pareja y lo mucho que amo a los hombres de mi vida. Se me va olvidando cómo amar a un hombre y ahora solo quiero estar enamorada eternamente. Por eso la cursilería del audio del whatsapp y un deberías estar aquí conmigo. Reenviar a seis.

Pienso si de verdad Vicentico y Flavio bajo los escenarios mantienen la misma complicidad que demuestran allá arriba durante el show. O simplemente es una coreografía bien armada y aprendida de movimientos. Quiero confiar en ellos y quedarme con la imagen sobre el escenario. Ídolos. La alineación actual de Los Cadillacs es el vivo retrato de la trascendencia generacional. El legado. Seguro los chispazos de energía que produce Vicentico en cada paso es la fortaleza a demostrar para su hijo. Lo mismo que a Flavio en cada interpretación.

Oh, oh oh oh oh – Oh, oh oh oh oh oh…

Y entonces todo llega a su final. “Yo no me sentaría en tu mesa” es el himno. El clamor. El eco queda impregnado en las paredes del Palacio, entre las grietas del piso de la explanada, debajo de las aguas de las fuentes, hasta la raíz del árbol más viejo.

Voy a casa. Me apresuro al metro. La organización en conjunto no se les da mucho a los seres humanos. Menos después de un concierto. Pasar los torniquetes del metro es caótico. Igual me brinco el torniquete. No pasa nada. No veo guardias y los guardias vestidos de civil seguro son imaginarios. Nadie vio nada.


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