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Puebla, México, 21 de febrero de 2024 (Neotraba)

Y vi a los muertos, grandes y pequeños de pie delante del trono, y los libros fueron abiertos; y otro libro fue abierto, que es el libro de la vida

y los muertos fueron juzgados por lo que estaba escrito en los libros, según sus obras.

Y el mar entregó los muertos que estaban en él y la Muerte y el Hades entregaron a los muertos que estaban en ellos; y fueron juzgados,

cada uno según sus obras.

– Apocalipsis 20:12-13

No existe un momento donde uno deje de ser padre. Está escrito el cómo vamos a desarrollar nuestra vida; lo que somos, nuestros caminos y las decisiones que llegamos a tomar, ya pertenecen a la senda que nos fue designada.

Jamás hubo un ultimátum de la facción agresora, esos ataques empezaron en la plenitud del medio día; los avisos que lograron filtrar algunos medios de comunicación oficiales y militares no fueron recibidos a tiempo. Aviones con múltiples cargas de la toxina esparcían la enfermedad en muchas partes de América. La invasión rusa consistió en amedrentar a aquellos países que podrían formar parte de la alianza estadounidense, el agente rojo caía en escuelas, eventos en estadios, zócalos, en todo lugar donde se pudieran encontrar grandes aglomeraciones. Buscaban que se hiciera un riego directo del químico, cual defoliación carmesí que acaricia cada piel que yacía posada bajo su rocío.

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Cuando hice mi internado para el sacerdocio en Puebla, llevaba la misma idea que me implantó el obispo Emmanuel Marino, ayudar a los desprotegidos, aquellos que no tengan un hogar, a las personas que hayan sufrido por la violencia o a los que no puedan llevarse algo del sagrado alimento. Pero, sobre todo, ayudar a los niños; demostrarles el amor que tenemos de nuestro ser, enseñarles el camino al cielo, la verdad y el éxtasis dado por el señor a través de nosotros.

Siempre procuré el bienestar de toda mi comunidad, aun cuando no fueran creyentes, les brindaba posada a quien fuese, jamás negué la mano amiga a nadie. En la comunidad de mi iglesia pude llevar una hermosa relación con todos, desde las damas que siempre quieren formar parte de los grupos y colaborar con los eventos o durante las celebraciones de las misas. También los papás y tutores de todos me tenían mucha confianza, sabían que cuando necesitaban apoyo con algún problema de sus hijos, estaría para ellos en esos momentos donde necesitaban ser guiados al camino de la verdad, les mostré que aleccionar a un pequeño, no debe ser una muestra de superioridad o de razón, sino una marca de cariño y benevolencia, donde puedan entender que la llaneza de una persona es lo adecuado para hacerse entender. Podían tener la completa seguridad de que cambiaría para bien a los jóvenes y no permitiría que se fuesen por la senda de lo incorrecto.

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El agente rojo es tan espeso, que cuando bajó desde los cielos, apenas y el aire podía moverlo, era como granizo que perforaba superficies delgadas. Se introducía en todas las ubicaciones que fueron planeadas; todos los puntos que anunciaban en los medios, tenían que ser puestos en cuarentena; no debían salir las personas de sus casas o lugares seguros: “Los policías y miembros de la guardia nacional pasarían a escoltar a las personas que no se encontraran en sus propiedades”. Era demasiada carga, tantísima gente para tan pocos miembros de aquellos que tratan de mantener el orden.

En la mayoría de las colonias, apenas y había una patrulla por sector, ¿Cómo podían cubrir tanto terreno con tan escaso personal? Los terrores llegaron desde los primeros heridos, personas con la piel perforada y daños por el impacto de los fragmentos del compuesto, trataron de ser aislados en el mismo lugar donde fueron contaminados, pero muchos escaparon o fueron llevados a médicos o clínicas por familiares, profesores o amistades; todos ellos esparcieron aún más la enfermedad. Era una morbilidad que no podía ser controlada, aquella catástrofe llenaba a todos de pavor, era un ataque, una abominación del hombre, era… el juicio.

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Cuando tuve la primera oportunidad de establecer una comunión sagrada con uno de los corderos del señor, pude descubrir todo el amor que podía para ofrecerles a los inocentes, ese cariño y guía ideal para darles como el pastor del señor que soy. Fue en esos tiempos cuando pertenecía al grupo de monaguillos, trabajé muy arduo durante el trayecto hasta que me convertí en el preferido del Obispo, cuando me enseñó a querer a mis compañeros más pequeños, desde muy joven pude expresarme con los demás, sentir el cambio de amor y alinear nuestras almas para entrar en comunión entre todos.

La prosperidad de los demás, era mi atención más prioritaria y grande, la manera más adecuada de reformar al mundo, era enseñando a los más pequeños a recibir el amor más puro y que cuando llegue su momento, podrán brindar el cariño que tanto han guardado y recibido de sus guías, cicerones de la tierra creada por nuestro Dios padre.

Llegué a concebir muchísimos logros, tantos niños y jóvenes que fueron bendecidos por mi persona y sentimientos. Aquellos que llegué a amar con todo el fervor de mi corazón, aquellos que me llegaron a amar hasta lo más profundo de su ser.

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El patógeno tardaba aproximadamente siete horas para que realizara todo efecto en las personas; a veces cinco, dependiendo del tamaño de la persona o las condiciones médicas en las que estuviera. Pero esos tiempos se supieron demasiado tarde, los médicos y científicos se percataron de ello hasta ya empezada la devastación.

Muchos fieles llegaron corriendo a la iglesia, querían refugiarse, pues decían que las autoridades estaban separando a las familias, incluso llegaban a matar a varias personas que no cooperaron con las mismas, algunos decían que disparaban sin piedad alguna, sin importar las edades o sus estados de salud. Se liberó el rumor de que la guardia no ayudaba a nadie, que buscaban juntar a las personas para simplemente eliminarlas y así no tener que tratar a nadie.

Cuando llegaron muchos padres de la comunidad, me pidieron el resguardo de sus hijos; decían que las autoridades estaban buscando a los niños, como si fuera la cacería de infantes en la época de Jesús. Dejad que los niños entren en la casa del señor, y no se lo impidáis, porque el reino de los cielos es de quienes son como ellos. Serán resguardados bajo el cuidado de Dios y no sufrirán por las tempestades del exterior. Todos temían por sus hijos, entonces los metimos en la iglesia, muchos padres estaban muy nerviosos y les transmitían su inquietud a sus hijos, muchos intentaban escapar: Cierre la puerta por fuera, padre, estarán a salvo en la casa de nuestro señor. Dijo una de las madres. Vamos a calmarnos, hagamos nuestras oraciones y estemos mejor por nuestros amados niños.

Los familiares fueron a sus casas por sus papeles, dinero, ropa, mantas y lo que les hiciese falta; muchos niños lloraban por miedo a que sus padres no volvieran o los abandonaran, pero las puertas estaban firmemente cerradas y debían esperar a que sus familiares llegaran. Las horas fueron devoradas por la angustia, los niños a veces lloraban y gimoteaban por alguien, otros estaban en completo silencio, abstraídos por sus pensamientos y tratando de sobrellevar la situación.

La noche llegó. Los sacerdotes junto con los vicarios, preparaban comida para los pequeños, se buscaba estar listos para cuando los familiares llegaran, la hermana Gladis, que nos asistía durante esas pascuas, fue por el puente que unía la iglesia con la casa de hospedaje de los sacerdotes, entró por la puerta que daba a uno de los balcones que está a los lados de los ventanales de la iglesia, para anunciarles a los niños que la cena estaría lista. Momentos después, escuchamos su grito agudo, desgarrador y horrorizado. Subimos corriendo, la mujer yacía desmayada en una de las tablas y el terror se nos figuró frente a nuestros ojos.

La imagen era furiosa, niños desfigurados, arrancándose la piel unos a los otros, chocando con las esculturas e intentando desmembrarlas con las mandíbulas, otros se retorcían, se arañaban entre ellos mismos; estaban poseídos por la ira de los cielos, eran como demonios en busca de sangre, flemas y humores humanos. Nuestra presencia alteró el ambiente, aquellos niños poseídos empezaron a enardecer y a clamar por nosotros con chasquidos de dientes y miradas coléricas.

Los alaridos y todo el revoloteo, llamó la atención de varias personas cercanas, lo que hizo que llamaran a la policía. A pesar de toda la situación que se acontecía en la ciudad, un militar llegó al poco tiempo, mis compañeros y yo no sabíamos que hacer, estábamos pasmados, no salían palabras de nuestras bocas; entonces el militar pasó y cuando divisó a los niños, mis niños, llamó a sus compañeros por radio, dijo palabras que no lograba escuchar, mis oídos parecían sordos a la violenta acusación que el hombre uniformado vociferaba, sólo podía sentir el pánico recorrer mi espina de punta a punta. Mis niños.

***

Mis niños siempre fueron mi prioridad, siempre velé por su seguridad y que nunca les faltase nada; les daba mi absoluto amor, el cariño y fervor que tanto necesitan para crecer sanos, fuertes y con la guía necesaria para el bien obrar. Pero ahora esperamos fuera de nuestra casa, la casa del señor, aguardamos a que se presente un grupo de hombres con las evidentes intenciones de lastimar a mis bendiciones. En mi interior, algo me dice que posiblemente malinterpretamos la escena, que hay más allá de lo que nuestros ojos mortales logran comprender, y debía averiguarlo.

Camino sigilosamente hasta llegar a los andamios donde se desmayó la hermana, veo a los infantes y sé que ellos sólo necesitan de mi corazón, no son malos, son pequeños santos, como yo.

Reconozco a muchos de mis niños, Edgar, Alan, Mariel, Mercedes; todos mis niños, cinco, diez, cuatro, quince, sus edades son muestra del tiempo que estuve acompañándolos en su camino hacia la sagrada comunión con el señor; son mis niños, necesitan de mí para liberarse. Los observo con total detenimiento y entiendo a lo que me están llevando con sus voces que se unifican y lloran a por mi bendición.

Mis ángeles, puedo apenas pronunciar con una voz entrecortada, ahora ellos han clamado silencio, y me miran fijamente, sus movimientos se han vuelto lentos… rítmicos, prácticamente hipnotizantes. Sus siluetas, cual suaves nubes revelan ante mi ser, la maravilla que pinta la magnificencia en la que nos pronunciaremos, en cómo ellos emanan tintes de ascuas corazón de sus estigmas de niños benditos que buscan la palabra del señor. Ahora sus cuerpecitos se alinean para vislumbrar las imponentes alas, y sus cabezas vivas como leones, y sus labios compuestos de oro rojo y plata negra amalgamaba, y sus esplendorosos ojos, que circundan mi persona, moviéndose en remolinos caudalosos como ruedas andantes de un desierto, que me llaman, que me llevan, que me hacen saber que el vehículo de Dios está postrado justo frente a mí. Que soy digno de tomarlo. Meritorio de postrarme frente a los tronos del creador para así poder sostener el manto de la existencia y degustar del sacro lavado de la peana que resguarda al todo poderoso.

Me despojo de mis prendas, las doblo cordialmente y las coloco a un costado mío. Cierro los ojos, mis pies dan los pasos justos para caer desde el balcón, el viento silva y estremece mi cuerpo y siento como mis niños me reciben con las manos abiertas y sus sonrisas brillantes como metal.


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