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Mérida, Yucatán, 7 de diciembre de 2023 (Neotraba)

“Por la avenida va circulando

El alma obrera de mi ciudad

Gente que siempre está trabajando

Y su descanso lo ocupa pa’ soñar…”

I

Todavía me punzaban las palabras de la Romina ese día de camino a la obra. Lo que más me daba hueva era levantarme a las 4 de la mañana, de lunes a sábado, y a veces hasta domingo, porque el camión de redilas pasaba por nosotros al pueblo a eso de las 4:30; nos llevaba como hora y media llegar a Mérida y de ahí como 40 minutos hasta Residencial “Toktahn-Valle de Nubes”, ese paraíso que se empezaba a levantar, o más bien que empezábamos a levantar, para ser habitado por la gente más rica que estaba llegando a vivir a la ciudad disque más segura.

En el camión íbamos a diario achocados alrededor de 25, todos teníamos entre 15 y 17 años, aunque el Chocorrol sí se veía mayorcito, como de 20, pero él insistía que aún era menor de edad. Todos van dormidos o absortos en sus pensamientos, a veces el más afortunado tiene crédito en su celular y, apenas le cae la señal de internet en su teléfono, aprovecha para distraerse en el face o mandar whatsapps. Ese día, por culpa de la Romina, no podía dormir, tampoco tenía datos, así que opté por recostarme boca arriba, ya que cada vez éramos menos y había más espacio, y ponerme mis audífonos pa’ escuchar mi música. Todo el camino me la pasé contemplando el cielo, vi el amanecer, las pocas nubes, hasta que el sol ya se puso intenso y volví a sentarme, ponerme el gorro de la sudadera y cerrar los ojos. En todo momento las palabras de la Romina seguían punzándome como una herida infectada que en vez de sanar se está pudriendo.

Llegaba según yo a una jornada más, llevaba alrededor de ocho meses trabajando en esa obra de grandes edificios para departamentos y casas enormes y lujosísimas que sólo siendo los albañiles que las construíamos podíamos pisar; qué irónico, pensaba a veces en el trayecto de ida, la gente más jodida levantamos con nuestras manos, sudor y fuerza esas mansiones a las que una vez terminadas ni en sueños podríamos comprar. Construimos los sueños de otros, quienes una vez instalados en ellas seguramente ni por un instante piensan en cuánta rabia, injusticia y sudor están atrapadas en esas paredes.

La jornada era de 10 o 12 horas al día, más las horas de ida y vuelta al pueblo. Den gracias que tienen trabajo, nos decían los patrones, chingados chamacos que ni terminaron la escuela. Y tenían algo de razón. Yo por ejemplo me harté de la prepa y les fui con el cuento a mis papás que la terminaría en línea, y que en mis ratos de descanso ahí en la obra me daban chance de hacer mis tareas. Mentía, claro, porque los descansos nomás eran de 30 minutos para comer, pero la Romina sí sabía de la mentira, porque no había persona a la que le tuviera más confianza que a ella. Por eso, ese día, sus palabras me latían con dolor y fuerza, porque tenía razón. Porque no teníamos futuro si seguía mintiendo y continuaba en ese trabajo donde nos explotaban como a viles burros, así lo decía la Romina, y tenía razón. Pero yo, era un ingenuo que todos los días en el trayecto a la obra iba soñando que nuestro futuro podía ser diferente, que sí podría darme el lujo, un día, de tener mi propio auto, mi propia casa y, ¿por qué no?, ser como uno de los patrones que tampoco estudiaron como nosotros, pero su experiencia los convirtió en supervisores de aprendices.

Eso éramos, tampoco sabíamos mucho, aprendíamos conforme avanzaba la obra, alguien nos guiaba y al siguiente lote que te asignaban ya debías saber cómo hacerle solo. Ese fue el problema, no contábamos con protección ni nada de seguridad, y si te enfermabas o te pasaba algo, pues nomás era tu bronca porque si no ibas no te pagaban tu jornada y listo. Así le pasó al Max, el día que vimos que se lo llevaron en una camioneta bañado en sangre todos nos asustamos, el patrón nos dijo que no pasó nada, sólo se cortó y tocó una vena que hizo que sangrara un chingo, ¡mucho show para nada!, gritó con un tono de molestia y desdén. No volvimos a saber nada del Max. Él no era de nuestro pueblo, era de otro, porque en ese “Valle de Nubes” habíamos cientos de chamacos trabajando, casi sin descanso, y éramos tantos y el terreno era tan grande, que sabíamos por dónde entrábamos, pero no dónde acababa ese lugar.

Ese día, debí dormir en el camino en vez de estar como pendejo viendo el cielo y el amanecer y soñando con que de regreso iba a ir a casa de la Romina a decirle que tenía razón, que era un imbécil que se dejaba explotar por los patrones y que a los verdaderos dueños de la residencial ni siquiera les importaba quiénes éramos, de dónde veníamos o cuánto ganábamos. Le iba a llevar unas flores bien chulas a mi Romina, porque le encantan y con eso siempre me perdona, unas que recogí caminando por la vereda que llevaba a los jodidos baños improvisados que pusieron, porque ni esos de plástico que ponen en los bailes y las corridas del pueblo nos merecemos; total creen que no tenemos dignidad, pero la tenemos. Sí, debí dormir en el camino, porque la noche anterior me desvelé pensando en que la pinche Romina tenía razón, y que además sí la quería un chingo y no soportaba que me viera como un fracasado. Sí, esas fueron sus palabras, “eres un pinche fracasado, sin sueños”.

Esas palabras no debieron dolerme tanto, ahora que lo veo todo con claridad, porque las dijo bien molesta, porque ella sólo quería que viviéramos juntos algún día y nomás no veía cómo yo iba a tener dinero pa’ sacarla a vivir. Ella ya trabajaba en la bodega de la empresa esa gringa de ventas en línea que hace pocos meses habían abierto ahí en el pueblo, tenía una jornada igual de extenuante que la mía, pero ganaba un poco más y al menos, ella sí había terminado su prepa. Y yo todos los días pensaba que algún cabrón de ahí la iba a enamorar, porque la Romina está reguapa, y obvio, con más futuro y más lana ella no iba a dudar en dejarme. Y eso fue, por no dormir bien una noche antes, por dejarme cegar por los celos, esos demonios que se cuelan entre los enamorados como decía mi abuelo, y por meterme esas pastillas que el Chocorrol nos vendía cada día de pago, que subí bien apendejado hasta el último piso del edificio y no supe distinguir ese día dónde terminaba el techo que estaba limpiando y dónde comenzaba el infinito azul del cielo que tanto había contemplado esa mañana mientras pensaba en mi sueños de no ser un pinche fracasado y ser feliz con la Romina.

II

-Al día siguiente en el periódico Las Verdades:

3 de septiembre 2022.

“Menor se va al valle de las nubes”

Un chaval de 17 años de edad que chambeaba como albañil se petateó al caer de un edificio en construcción en Residencial “Toktahn-Valle de nubes.”

El menor, Gonzalo N., estaba limpiando el techo cuando por algún motivo ¡zaz! Se cayó desde una altura cerca a los 40 metros lo que le causó la visita de “la flaca”.

Al azotarse en el piso, el menor pereció de forma instantánea. Al parecer, no contaba con las medidas mínimas de seguridad.

La obra continúo como si nada; algunos en el trayecto leyeron la nota en ese periódico de Las Verdades, que todos los días uno de ellos compraba y nos rolábamos entre todos sólo para ver las fotos de las viejas bien buenas con las que nos gusta fantasear. Ya todo lo que supieron de mí fue que era el mentado “Gonzalo N” y nada más.

Mis padres y la Romina sólo recibieron por parte de la constructora mis pertenencias, que alguien hizo el favor de guardar antes de que me llevara el SEMEFO, y un fingido pésame porque les dijeron que era ilegal que un menor de edad estuviera trabajando, así que ni cómo hacerle, mi vida no valía nada ni vivo ni muerto. La única que tal vez tuvo algo de consuelo fue la Romina, mi madre le dio mi celular para que lo guardara como lo único que quedaba de mí. Unas semanas después, lo encendió por curiosidad o tristeza tal vez, tenía miedo de encontrarse algo que la destruyera más, pero apenas lo encendió sonó el timbre de whatsapp del de ella, ya con señal y encendido se envió el último mensaje que intenté mandarle antes de subirme ese día a limpiar el techo, le escribí porque tenía un chingo de ganas de decirle que la quería y esa noche de regreso al pueblo iba a ir a mi visita, que me esperara, además ya tenía las flores que le iba a regalar, pero eran una sorpresa. La Romina al final supo que sí la quería de a de veras y que en el fondo no era un fracasado; el cielo de esa mañana se me había colado por los ojos y quería construir mis propios sueños y no el cielo donde vivirán otros.

III

El jefe de asuntos legales del desarrollo inmobiliario se reúne en el bar del Hyatt Regency con un alto funcionario de gobierno. El boss dice que si ya le paramos a eso de estar llevando chamacos a trabajar al “Valle de Nubes”, ya ves las broncas en las que nos meten por pendejos. Para nada, le responde el funcionario mientras toma su fino Macallan en las rocas, sólo vete a otro pueblo a buscar más chamacos y ¡listo!, total tienes un chingo para elegir. Y sobre el acuerdo, aquí te traigo firmada la autorización, concesión y los permisos para que empiecen a construir lo antes posible la etapa dos de Residencial “Toktahn”; ya sabes que este acuerdo es el sueño del señor Gobernador, él ya quiere vivir en el mismísimo cielo.

“Porque en un mundo globalizado

La gente pobre no tiene lugar.”

La carencia, Panteón Rococó


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