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Ciudad de México, 20 de diciembre de 2023 (Neotraba)

Aquel día llevaba su ropa favorita: tenis blancos, pantalones cortos azul claro y la playera blanca con el estampado de un pato cuello verde en posición de vuelo.

Jaime piloteaba por la sala, esquivaba los sillones como si fueran enormes dunas en el desierto, volaba tan rápido que en ocasiones chocaba con ellas y caía muerto de risa sobre el sillón. Se levantaba tan rápido como podía y salía volando hacia el pasillo; bordeaba la pared donde se encontraba la imagen del Capitán, su piloto favorito, cargándolo en brazos. Jaime le daba vida a la casa con su risa y sus gritos de emoción.

Cuando llegaba al comedor, mecía sus brazos de un lado a otro planeando alrededor de la mesa. El olor a sopa caliente y agua de piña lo reconfortaban, así que se quedaba más tiempo contemplando el paisaje. Al fondo, en la cocina, Jaime observó la silueta de Torre de Control sobre la barra, con las manos sobre la cara, limpiándose los ojos. Jaime supuso que cortaba esa fruta blanca de sabor espantoso que también a él lo hacía llorar y que ni Pelusa quería comer prefiriendo sus croquetas. Salió del comedor, voló por el pasillo y se dirigió al jardín soltando risitas. Dio un par de vueltas hasta que recibió un mensaje de Torre de Control –Es hora de comer–, por lo que, hambriento después de la gran aventura, decidió aterrizar sobre el comedor donde lo esperaba la mesa puesta.

Antes de que Jaime pudiera aterrizar, Torre de Control preguntó:

–¿Te lavaste las manos?

–Ya –dijo Jaime, escondiéndolas.

Torre de Control retuvo el aterrizaje repitiendo:

Lávatelas.

Jaime subió por las escaleras arrastrando los pies, se detuvo en el descanso donde una repisa mostraba, a modo de trofeos, una fila de aviones de juguete. Antes de que llegara al baño, Torre de Control envió un nuevo mensaje:

–Rápido que la sopa se enfría.

Jaime obtuvo el permiso de aterrizaje y se dispuso a llenar el tanque. Mientras comían la sopa platicaban sobre la escuela. Jaime contaba cómo la maestra había regañado a Carmen enfrente de todos por haberse portado mal. Torre de Control reprochó las acciones de la maestra mientras servía agua. Jaime contó también cómo Luis comía plastilina porque imitaba al Hombre Comevidrios de la tele. Torre de Control se reía con aquellas historias. Jaime siguió dando detalles de la plastilina mientras comía las salchichas fritas con puré de papa que le fascinaban. Después de cargar combustible, Jaime solicitó el permiso de vuelo a Torre de Control.

Por la tarde, el teléfono sonó. Torre de Control recibió la llamada, apenas se acercó a la bocina, la sonrisa desapareció de su cara. Jaime miró a Torre de Control, supuso que era el Capitán, él era el único que le ponía así la cara a Torre de Control. Como si se tratase de un accidente aéreo, Torre de Control comenzó a gritar y a dar órdenes; sus ojos se prendieron como luces. Jaime ahora sabía que era el Capitán, él nunca escuchaba las órdenes de Torre de Control y rara vez conseguía permiso de aterrizar. Los gritos sonaban por toda la casa. Después de muchas llamadas, Jaime había aprendido a tapar sus oídos y hacer trompetillas para escuchar sólo el sonido del motor de su avión. Jaime voló más alto hasta llegar a su cuarto que estaba pintado como el cielo, tenía pequeñas estrellas fosforescentes pegadas en el techo que brillaban cuando dormía. Después de colgar, Torre de Control subió al cuarto y abrazó a Jaime.

Poco después de que la luna saliera, el Capitán aterrizó en la casa. Jaime, sorprendido, corrió para abrazarlo y chocar sus narices. Pelusa daba vueltas alrededor del Capitán soltando ladridos de emoción. Jaime, emocionado, puso al día al Capitán. Él, al igual que Torre de Control, reía al escuchar las aventuras de Jaime. El Capitán pasó su mano sobre la cabeza de Jaime, despeinándolo y lo cargó para llevarlo a la mesa.

Después de cenar, platicaron durante un par de minutos. El Capitán lo llevó a su cuarto, lo arropó y juntos leyeron un cuento. Jaime se sentía feliz, el Capitán después de varios meses había logrado obtener el permiso de aterrizaje. Jaime recibió un beso en la frente mientras las luces del cuarto se apagaban y las estrellas aparecían para acompañarlo en sus sueños.

Torre de Control vigilaba callada desde la puerta del cuarto. Se limpió los ojos, tomó su abrigo y salió de la casa para abrir el portón rojo óxido. Después de unos minutos, el Capitán despegó para no volver.


Daniel A. Flores. Foto por cortesía de Adán Medellín

Daniel A. Flores (Ciudad de México, 1991). Ingeniero químico industrial por el IPN, enfocado en la formulación de pintura automotriz y arquitectónica. Apasionado por la ciencia del color y la música. Interesado en la lectura de divulgación científica y literatura de ciencia ficción.


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