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Nuevo León, México, 6 de marzo de 2024 (Neotraba)

Uno de los autores mexicanos más interesantes es, sin lugar a duda, Francisco Tario. Un escritor sui generis que escapó de los temas convencionales que con distintos grados de calidad se presentaban una y otra vez en la literatura mexicana de mediados del siglo XX. Tario es dueño de una prosa divertida y extravagante cuya maestría al narrar no deja de sorprender a quienes por recomendación o suerte tienen alguno de sus textos en sus manos.

El cuento “La noche del perro” empieza con una afirmación desgarradora: “Mi amo se está muriendo. Se está muriendo solo, sobre un catre duro, en esta helada buhardilla, adonde penetra la nieve” (Tario). Esas palabras emitidas por un perro ficcional inauguran uno de los cuentos más tiernos y patéticos (en el sentido etimológico) de la literatura nacional. Una historia enternecedora donde un poeta sumido en la pobreza muere de tisis y de frío ante los ojos impotentes del perro cuya fidelidad, como la de todos los perros, es a prueba de golpes y maltrato. Teddy es un perro de la calle que una noche conoce al poeta en una cantina, éste, a pesar de ser pobre, lo lleva consigo a su casa para ofrecerle un poco de pan duro y leche amarga, lo único que come. El perro inmediatamente siente un vínculo tan fuerte y hermoso que morirá con él apenas unas horas después del fallecimiento del poeta.

El cuento tiene un estilo disfórico, triste, casi de confesión. No es tan común un texto de estas características en la obra de Francisco Tario, por lo general divertido e irónico. Por eso es valioso: por la emotividad que despierta en el lector. No es un poema en prosa, pero dada la eufonía y el sentimiento lacrimoso que genera en el lector bien puede ser un ejemplo del dramatismo literario ante la descripción de la muerte. El lenguaje es soberbio en fragmentos como el siguiente:

–Perdóname por haber nacido perro. Perdóname por no poder hacer otra cosa que verte morir. Perdóname. Pero te amo, te amo con un amor como no hay otro sobre la Tierra; como es incapaz de comprender el hombre… el hombre, salvo tú, mi amo. ¡Si supieras las lágrimas que he derramado, viendo el pan duro y la leche agria que almuerzas! ¡Si supieras qué noches de insomnio he pasado bajo tu catre oyéndote toser, toser implacablemente, con esa tos seca y breve que me duele más que todos los golpes sufridos! ¡Si supieras –cuando escapaba de tu lado– cuántas calles he recorrido en busca de un mendrugo, con la esperanza de no quitarte a ti una sola migaja de tu alimento! ¡Si supieras qué enfermo me siento y qué triste! Yo también estoy tísico. Yo también moriré pronto; y si tú mueres, me alegro de hacerlo juntos… (Tario)

Es un cuento que no deja indiferente a los amigos de perros porque sabemos que los canes son así: fieles, desinteresados, criaturas hermosas que darían la vida por sus aliados. Desde los falderos que agotan las tardes echados en el sillón de la sala, hasta los pobres perros que, víctimas de la sociedad del espectáculo que construyó el simio sabio, son obligados a desgarrar la garganta de otros perros en riñas donde las apuestas abundan y la violencia es cotidiana a la par de la injusticia y el sufrimiento… aún esos perros son las criaturas más adorables con quienes conciben como sus dueños, sus compañeros, sus amigos.

Si bien es cierto que al cuento se le puede criticar de recurrir a varios clichés de la literatura sentimental escrita en el siglo XIX, también es cierto que la manera de narrar invita al lector a dejarse envolver por la atmósfera de agonía en la que los personajes esperan la muerte. Un poeta tísico, alcohólico, moribundo habita una buhardilla y muere de frío acompañado por un perro callejero hambriento, es una imagen de pobreza recurrente en la literatura decimonónica y los libelos de sentimentalismo barato del siglo XX que se vendían y aún pueden encontrarse en la sección lacrimosa de los puestos de periódico. No obstante, en Tario estos clichés se superan fácilmente por la voz narrativa: es el perro quien narra, no un demiurgo omnisciente ni antropocentrista. Es el perro quien reflexiona sobre sus sentimientos mientras tiene los ojos anegados de lágrimas. Francisco Tario escribió el relato en la década de los 40. Seguramente me hace falta leer más literatura mexicana, pero me atrevo a decir, aceptando mis carencias, que pocos autores mexicanos de la época narraban desde un lugar diferente al antropocentrismo. Es decir, la literatura mexicana en sus variados temas no tomaba en cuenta la perspectiva que pudieran tener los animales y objetos para construir la historia y eso es una característica admirable en la obra de Tario.

Por otra parte, Tario es un escritor poco leído, pero en descargo de este dilema, quienes hallaron su obra suelen ser personas inteligentes, instruidas. Es un público pequeño, pero selecto, y su influencia se siente en la literatura posterior a él e incluso en otras disciplinas artísticas. Por ejemplo, este cuento pudo servir de inspiración para una de las escenas de la película de 1952, Un rincón cerca del cielo (Dir. Rogelio González), protagonizada por Pedro Infante y Marga López, solo que en vez de poeta moribundo el que agoniza es un bebé.

Se muere así, como vivió desde que lo conozco: silenciosamente, dulcemente, sin un grito ni una protesta, temblando de frío entre las sábanas rotas. Y lo veo morir y no puedo impedirlo porque soy un perro. Si fuera un hombre, me lanzaría ahora mismo al arroyo, asaltaría al primer transeúnte que pasara, le robaría la cartera e iría corriendo a buscar a un médico. Pero soy perro, y, aunque nuestra alma es infinita, no puedo sino arrimarme al amo, mover la cola o las orejas, y mirarlo con mis ojos estúpidos, repletos de lágrimas. (Tario)

“La noche del perro” es un cuento magnífico que los amantes de los canes disfrutarán y no dejarán pasar la oportunidad de abrazar a esa criaturita que duerme o está echada a su lado mientras leen cómo Teddy y su amigo agonizan.


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