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Nuevo León, México, 1 de abril de 2024 (Neotraba)

Otto Feige (1882-1968) fue un escritor excéntrico en el sentido etimológico de la palabra, pues las cuotas de inspiración que lo movieron a escribir libros tan hermosos como El tesoro de la Sierra Madre[1], Macario[2] o Canasta de cuentos mexicanos[3] las encontró lejos de su natal Alemania.

Para muchos autores de mediados del siglo XX escribir y publicar en Europa era un objetivo deseado, pero no para B. Traven (uno de los tantos pseudónimos de Feige) quien con abierta mexicofilia abandonó el viejo continente para internarse en la plural, convulsiva y siempre colorida sociedad mexicana. Traven lo mismo viajó por Chiapas (en su testamento estipuló que sus cenizas fueran esparcidas en la selva Lacandona) que por el norte del país siguiendo los pasos de Pancho Villa.

Conoció los círculos intelectuales de la Ciudad de México como el del fotógrafo de cine Gabriel Figueroa o la pintora surrealista Frida Kahlo. Su biografía está cargada de misterio[4], pero no así sus cuentos pues son composiciones literarias irreprochables que si bien tienen evidente influencia de los cuentos de los hermanos Grimm o alguna pieza teatral de William Shakespeare, también es cierto que la contextualización y el color local mexicano que supo imprimirles lo colocan como uno de los grandes cuentistas adoptados por nuestro país.

En el libro Canasta de cuentos mexicanos encontramos un tierno relato titulado “Amistad”. La historia es protagonizada por un restaurantero francés llamado Monsieur René y un perro callejero de habilidades cognitivas sobresalientes que lo visita diariamente durante varios meses para recibir jugosos filetes de carne a cambio de un gesto que el restaurantero interpreta como una sonrisa. El perro era sumamente educado pues parecía comprender a la perfección las intenciones del hombre al que deleitaba con su presencia puntual a las 3:30 de la tarde. Todos los días recibía su bistec y diariamente mostraba las pulcras maneras, por no decir modales, de agradecimiento:

El perro, moviendo no solo la cola, sino toda su parte trasera, abrió y cerró el hocico rápidamente, lamiéndose los bordes con su rosada lengua, tal como si ya tuviera el pedazo de carne entre sus quijadas.

Sin embargo, no entró, a pesar de comprender, sin lugar a duda, que el bistec estaba destinado a desaparecer en su estómago. (…) El perro lo tomó con más suavidad que prisa, lanzó una mirada de agradecimiento a su favorecedor, como ningún hombre y solo los animales saben hacerlo. Después se tendió sobre la banqueta y empezó a comer el bistec con la tranquilidad del que goza una conciencia limpia. (Traven, 84)

Esta escena resulta familiar porque así fue como nuestros antepasados cavernarios ganaron el favor, el cariño y la fidelidad del animal más bondadoso del mundo. Como escribí antes, los lobos dieron el primer paso para la amistad interespecie más fructífera de nuestra historia. En el mundo animal hay otras colaboraciones como la del cocodrilo y el pájaro pluvial, el tiburón y sus rémoras o el pez payaso y las anémonas donde ambas partes sacan provecho de su interdependencia. A este tipo de relaciones animales se les conoce como Mutualismo, fenómeno que en Biología se define como la interacción biológica entre individuos de diferentes especies, en donde ambos se benefician y mejoran su aptitud biológica[5]. Precisamente en eso se basó nuestra primera interacción con el lobo: en apoyo mutuo que con el paso de las generaciones se convirtió en una amistad entre los descendientes de aquellos especímenes biológicos[6].

La importancia del perro en la sociedad humana no tiene parangón con ningún otro animal. Antaño se disputaba el puesto con los caballos, especie equina muy cotizada, admirada y amada en el pasado, pero con la llegada del automóvil, la motocicleta y otros medios de transporte y carga nos percatamos que los equinos eran más una herramienta de trabajo que un miembro de la familia. Hasta ahora al perro no se le sustituye con nada. Ni siquiera con Furbys o mascotas de juguete. Quizá en el futuro serán reemplazados, como casi todo, por inteligencia artificial e inventos tipo Alexa. Mientras tanto aún son los animales más apreciados por el Homo sapiens. Al respecto Robert Fossier en su libro Gente de la Edad Media se refiere a los perros en los siguientes términos:

Por fin, tenemos al perro, en sus ciento cincuenta formas, el compañero más antiguo y fiel de nuestra especie. Hace más de treinta mil años que está pegado a nuestros talones, que sigue nuestros pasos o corre delante de nosotros (…). Según la época, se esperaba de él que defendiera la casa, ayudara a la caza o que estuviera cerca de los rebaños, de los hombres solos o afligidos. La Antigüedad le fue poco favorable; la Edad Media lo protegió; nuestro siglo se encaprichó con él. Y es que este animal es símbolo de la obediencia, el afecto y la devoción. (Fossier, 195)

El perro es símbolo de afecto, por ello resulta doloroso leer el clímax del cuento de B. Traven: después de cinco o seis semanas de amistad en un mal día Monsieur René, contra todo pronóstico y a pesar de lo que representaba el perro callejero para él, lo maltrata de fea manera provocando un desenlace en el cual el adjetivo triste es insuficiente. La amistad entre ambos personajes se llevaba a cabo entre iguales, con dignidad y respeto, porque el perro no estaba domesticado a pesar de que el restaurantero intentara hacerlo pasar a su local en varias ocasiones para adoptarlo. Por lo tanto, la cólera de René desata un sentimiento de traición en el perro libre que no resuelve mordiéndolo, sino, por el contrario, mostrándole aún más respeto y una dignidad a prueba de bocadillos. Con el orgullo mancillado, el perro decide marcharse para siempre.

Un simple movimiento de cabeza le habría bastado para salvarse del golpe. Sin embargo, no se movió. Sostuvo la mirada fija de sus ojos suaves y cafés, sin un pestañeo, en el rostro del francés. Durante algunos segundos permaneció sentado, atónito, no por el golpe, sino por aquel acontecimiento que jamás había creído posible. (Traven, 90).

Y continúa: “En aquellos ojos no había acusación alguna, sólo profunda tristeza, la tristeza de quien ha confiado infinitamente en la amistad de alguien e inesperadamente se encuentra traicionado, sin encontrar justificación para semejante actitud.” (Traven, 91).

En 1996 José Alberto García Gallo, mejor conocido como Alberto Cortez, compartió con el mundo la canción “Era callejero por derecho propio”[7], un homenaje a los perros callejeros como el que describe el cuento de B. Traven. La letra es un testimonio de amor hacia los canes de la calle que sortean difíciles pruebas, pero siempre tienen la dignidad como compañera de sus correrías. Una canción entrañable que despierta sentimientos agridulces en quien la escucha ya sea porque perdió un perro y ahora el animalito vaga sin rumbo en algún rincón de alguna ciudad o porque recuerda a esos perritos emaciados, consumidos por las pulgas, que muestran las costillas mientras agonizan por el hambre, pero a pesar de sus problemas siempre tienen la fuerza necesaria para mover la cola en agradecimiento por algún hueso o una caricia que el transeúnte les brinda.

Son los perritos hermosos que buscan comida entre la basura, en los desperdicios de los mercados y que casi siempre luchan contra sus pares en una batalla instintiva por la supervivencia. Ellos tienen monumentos literarios como el cuento “Amistad” o como la estatua erigida en la delegación Tlalpan, de Ciudad de México[8].

Era callejero por derecho propio
Su filosofía de la libertad
Fue ganar la suya sin atar a otros
Y sobre los otros no pasar jamás.
Aunque fue de todos, nunca tuvo dueño
Que condicionara su razón de ser
Libre como el viento era nuestro perro
Nuestro y de la calle que lo vio nacer.
Era un callejero con el sol a cuestas
Fiel a su destino y a su parecer
Sin tener horario para hacer la siesta
Ni rendirle cuentas al amanecer. (Alberto Cortez)

[1] Cuya versión cinematográfica data de 1948. Protagonizada por Humphrey Bogart y dirigida por John Huston. Ganó tres Premios Oscar.

[2] Cuya versión cinematográfica data de 1960. Protagonizada por Ignacio López Tarso y dirigida por Roberto Gavaldón. Nominada al Premio Oscar

[3] Cuya versión cinematográfica data de 1956. Protagonizada por María Félix y dirigida por Julio Bracho. Ganó un Premio Ariel

[4] Su vida extraña está brevemente descrita por el biógrafo Michael K. Shuessler en el libro Perdidos en la traducción (2014): “Según una de las teorías más convincentes, el nombre B. Traven (c. 23 de febrero de 1882 – 26 de marzo de 1969) fue uno de los seudónimos empleados por el actor, anarquista, editor y escritor conocido también como Ret Marut, Traven Torsvan y Hal Croves. Después de luchar por establecer la efímera República Soviética de Baviera en 1918, se fugó a Inglaterra y después a México, donde desembarcó en Tampico a principios de los años veinte, prófugo de la justicia alemana.” (Schuessler, 147)

[5] Wikipedia, https://es.wikipedia.org/wiki/Mutualismo_(biolog%C3%ADa)

[6] “Los hombres regresaron de otra partida de caza y vieron que los seguía la loba, que entonces llevaba dos cachorros correteando detrás de ella. De vuelta en el campamento, la loba aceptó los restos que le tiraban y con ellos alimentó a los cachorrillos. De esa forma comenzó el proceso, repetido una y otra vez, que terminó en la domesticación del perro, ese compañero inseparable de los cazadores de todo el mundo. Casi a finales de la última glaciación.” (VV. AA., 162).

[7] Alberto Cortez https://www.youtube.com/watch?v=ipCquswo8os

[8]Wikipedia.https://es.wikipedia.org/wiki/Monumento_al_Perro_Callejero#/media/Archivo:Monumento_al_perro_abandonado.jpg


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