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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 23 de noviembre de 2020 [01:26 GMT-5] (Neotraba)

“[…] Strange times to see a light / (?) […]”

¿Le ha pasado algo así? A veces simplemente no entendemos cómo habla la gente, por más que conozcamos el idioma. La canción en cuestión, además de ambientarme mientras escribo, es un excelente ejemplo del tema que abrí la semana pasada; el lenguaje universal de los sueños.

¿Existe tal cosa? Bueno, los psicoanalistas se preguntaron lo mismo y muchos de ellos trataron de dar una respuesta objetiva: darle significados a nuestros sueños de forma general; estandarizar de alguna forma; soñar de la nada con cangrejos en pañales. La idea parte del concepto, definido la última vez, sobre las razones que nos hacen soñar: la salud del cuerpo y la mente.

Es innegable la existencia de una relación en nuestra experiencia sensible y los reflejos sensitivos; así como un dolor en la pierna lo hace sentir incomodo al caminar, una crisis no resuelta puede causar un efecto similar, lo percibido y lo proyectado son situaciones que competen al yo-inconsciente, a la forma instintiva de prever un problema. Y de esa ambigüedad surgen nuestros sueños, cosas que, aunque no están ahí, se sienten reales por la relación entre realidad cercana y virtual.

Sin embargo, decir que en todos los casos posibles se replica el mismo efecto, contradice mucho del significado del ser; lo he dicho mucho pero una vez más no hace daño, mi experiencia no puede ser replicada tanto en condiciones como en contexto, porque ni siquiera yo puedo ser igual a otro. Hay tangencias, claro, zonas en las que alguien se puede aproximar a mí o yo a alguien más pero, en general, nuestras formas de experimentar son cosas muy distintas, por lo cual nuestras razones subjetivas son incluso más distantes.

Hablar de un análisis simbólico en los sueños, en mi perspectiva, es imposible y aterrador. Tal vez si el ser humano fuese producto de la industria en masa, los sueños podrían ser puestos a estándares planos limitantes del actuar de una persona. Aunque no quiere decir que intentar indagar en los sueños con una farola sea inútil.

La ventaja acerca de que, la forma de transmitir sensaciones sea una experiencia, nos permite identificar patrones de comportamiento únicos, posiblemente asociados a un lenguaje adaptado al individuo. Estudiar a una persona a través de amoldar sus propias experiencias a una explicación puede ser muy provechoso para indagar en las motivaciones y represiones en una persona. Incluso como apoyo a una teoría que sí puede ser aplicada al estudio general del ser humano.

La descripción y el estudio de los sueños en forma particular —la de abordar una realidad cambiante—: soñar nos muestra sin armaduras ni máscaras, somos sólo nosotros y lo subterráneo de nuestro ser. Y por ello se puede adaptar una relación causa-efecto a nuestros deseos expresados.

Piense en la última vez que soñó con algo placentero; cuando lo hace, no existe en usted la duda de si está bien o no, sólo lo disfruta desde su yo sensorial para trasladarlo al yo sensitivo. El soñar tiene un lenguaje de señas, rico en significados pero pobre en claridad o apertura a lo inexacto; podríamos decir incluso que funciona de forma binaria, con estímulos positivos y negativos que construyen al ser desde su subconsciente y refuerzan el aprendizaje diario. Es con este lenguaje binario que se crean matices para estudiar cuando despertamos, toda la escala de grises entre el blanco y negro se hace presente cuando nos damos a la tarea de pensar “¿Qué fue lo que soñé anoche?”.

Siguiendo este pensamiento, sería curioso preguntar con qué sueñan los maestros de la realidad sensible (los artistas), si alguna vez los sueños les han poseído su mano para crear, o simplemente se quedan bajo la almohada cuando despiertan y toman un vaso de agua. Porque, claro, las personas que no nos dedicamos de tiempo completo al arte, soñamos con una experiencia que refuerce nuestra cotidianidad; una menos abstracta porque, en sí, no hemos desarrollado una visión ácida del mundo —que mucha falta hace— y sólo la percibimos como nuestros sentidos la detectan en primera impresión. ¿Podría ser que la especialización en una rama sensible, cambie los sueños? ¿De qué forma?

Hasta que pueda resolver esta duda, me queda imaginar las motas irreales que expidan color y sonido, saliendo de la mente de un artista plástico, o las sinfonías compuestas en una ida y vuelta del armario, los sonetos insondables que se deben guardar bajo un lápiz. Es probable incluso, que sueñen con el sabor de helado más excéntrico del mundo, y no lo sabremos hasta interpretar sus sueños con el diccionario binario —e imposible— de los sueños.


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