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Por Camila R. H.

Puebla, México, 05 de enero de 2020 [00:02 GMT-5] (Neotraba)

La curiosidad mató al gato.

Me esmeré en creer que esa frase era mentira. Los gatos son listos, precavidos, miran antes de dar el paso, calculan el salto, olisquean el aire. Pero ciertamente Wil no es el más avispado de nuestros gatos: con sus 3 kilos y 200 gramos falla al menos tres cuartas partes de sus saltos, es pesado al caer y no tiene ni un gramo de sentido común.

Odio las reformas en casa y, desde el martes por la tarde, Wil también.

Mi madre ve las vacaciones como esa oportunidad de poner la casa a punto: pintar las paredes, cambiar muebles, barnizar y en resumen dar mantenimiento. El olor a pintura fresca inundaba la casa ese trágico martes. Mi papá, quien acababa de pintar la terraza, dejó el bote destapado, cosa que por sí sola parecía una mala idea, aunque no la tomamos en cuenta hasta ese momento.

Wil, empapado como una brocha, había regado pintura por todos lados y eso fue lo primero que mi papá vio, sin prestarle atención al gato con la cabeza cubierta de blanco. El pánico no tardó en aparecer, pues irse de cabeza en un bote de pintura es algo preocupante.

Bajo el chorro de agua, Wil no paraba de escurrir y manchar todo en blanco. La casa era un auténtico cuadro abstracto, pero no podía detenerme a analizar los detalles: parecía imposible enjuagar al gato quien, para empeorar la situación, empezaba a ahogarse.

Mi madre dijo entonces algo inesperado y que hizo parecer todo mucho más aterrador: “Wil se está muriendo”. Suelo creer que poner en palabras algo lo hace automáticamente más real, casi palpable. Por eso recuerdo cómo se me aceleró el corazón. Podía ser verdad, él miraba al vacío e intentaba inhalar, desesperado, por su pequeña boca. Además aún estaba teñido en blanco puro.

Agradezco más de lo que me atrevo a admitir la presencia de mi hermano aquel día, pues pudo controlar su miedo y darle primeros auxilios a un moribundo Wil. Me gustaría saber dónde aprendió eso.

Comprobamos que todavía respiraba pero el baño se extendió mucho más. Después de todo, resulta impactante la habilidad absorbente de un gato. La llamada al veterinario ayudó a calmar los nervios, pues Wil no parecía intoxicado, ni enfermo, sólo estaba mojado y tenía frío.

Las dos horas siguientes estuvieron llenas de la pregunta “¿Cómo está Wil?”. Incluso las tías llamaron para estar al tanto porque, en esta familia, se quiere nada más que a los gatos.

Al final, estuvo bien pero ahora tapamos cada bote, aunque esté vacío, y preguntamos con mucha frecuencia “¿Dónde está Wil?” Quien, desde luego, no es el más listo de nuestros gatos.


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