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Por Camila Rosete Hernández

Puebla, México, 28 de mayo de 2023 [00:05 GMT-6] (Neotraba)

Estoy caminando sobre pedazos de cristal claro, centellean cuando el sol los toca, delicados y mentirosos, hasta parecen no hacer daño. Veo a través de una botella llena de agua un mundo difuminado, de destellos ondeantes. Sólo puedo percibir con claridad el lado afilado del cristal que me atraviesa la planta de los pies. De hecho, este mundo oscilante y brumoso no es culpa de la botella, yo mismo me deshice de mi claridad tan pronto como alguien enfrascó el sol para empezar a administrarlo en gotero (es tan odioso el invierno); y el resto de cosas se oscureció casi al mismo tiempo.

Dejé de saber quién soy. Sucedió tan pronto como una corriente de aire frío, seco, despiadado me tocó los labios y se llevó uno de mis murmullos (porque maldito aquel tan atrevido como para romper el silencio) que quizás decía: “quiero desaparecer”. ¿Habrá sido un deseo? ¿Habré soplado, entonces, todo el calor de la habitación?

Pero si lo pienso mejor, parado en esta habitación preparada para el invierno y recolectora del sol, no quiero desaparecer. Todo lo demás me quiere hacer desaparecer, a veces escucho a todo-lo-demás y me dan ganas de hacerle caso. Yo no quiero desaparecer, yo quiero dormir dos horas más en esa cama de allá con las cobijas suaves y pesadas, porque me aplastan los huesos para obligarlos a quedarse en su lugar, me comprimen las costillas para mantener los latidos por minutos dentro de la categoría de la relajación. Más importante, me callan la mente y me fuerzan a vivir dentro de este cuerpo, el cual debo reconocer como mío porque obedece mis órdenes, porque duele con mi dolor y porque se espina con el frío de mi interior.

Me hielo tanto que ya casi soy un globo de nieve: me agitan y dramatizo el acto lloviendo fragmentos de quien soy. Aunque, como hoy el piso está lleno de cristal y como yo lo estoy pisando, quizás me he roto. O me han roto. Y no sé diferenciar cuál es peor. Vivo en una esfera con polvo en las superficies, sol desabrido en las esquinas y rencor bajo la cama; pero sigo siendo el ornamento principal, sonrío por sonreír y de tanto ser agitado ya se me olvidó cómo se siente la tranquilidad.

Por eso hoy es distinto, todo esto es anormal. El aire helado escapa de mí, abandona mis pulmones comprimidos y se pega a las paredes tanto como puede; he dejado de estar frío, pero todo lo demás se congela. Yo, por mi parte, cuento cuántos centímetros se mueve el sol, intentando medir una velocidad incomprensible porque todo cambia demasiado rápido.

Nunca estoy en el lugar correcto en el momento correcto. Ahora, por ejemplo, estoy sobre mis ruinas, pisando cristal afilado por elección mientras las flores de material inorgánico que decoraban la habitación dejan caer sus pétalos sin ánimos de seguir viviendo su falsa vida, sin querer alegrarme falsamente cuando a las dos de la tarde este mismo sol les colorea los pétalos y les da un cariño condicionado.

Quizás sí quiero desaparecer, me recuerdo. Y todo se vuelve más brillante, este sol ya no calienta, este sol quiere abandonarme, este sol me ciega, este sol es mi enemigo, este sol se va a ir y cuando sea de noche yo seguiré parado entre los restos de algo que no recuerdo, pero antes tuvo el propósito de hacerme sentir mejor. Quizás sí quiero desaparecer (repito) y saberlo logra hacerme sentir algo. Dejo a las flores deshacerse de sus vestidos frente a mí; no detengo al sol cuando se escapa por la esquina de la ventana, llevándose su luz hipócrita de mis rincones; y cuando me tiro sobre las cinco cobijas me siento sangrar los pies.

El ruido de los resortes asusta al rencor, que no es el monstruo debajo de la cama, es más bien el polvo, la pelusa acumulada tras meses de no haber barrido. El empuje del aire la obliga a garabatear en el espacio antes de recubrir mis superficies, ya no soy nadie, soy una superficie más y le permito al rencor esconderme para que nadie más pueda reconocerme debajo de esta tierra. No soy frío, ni luz de sol ni material inorgánico. Soy rencor.

Y nunca había estado tan seguro de ser algo como lo estoy ahora. Me devora el frío, pero me quedo quieto.


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