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Por Clars

Nuevo León, México, 27 de mayo de 2023 [00:10 GMT-5] (Neotraba)

Todas las fotografías son de Vlad Girón

“Amsterdam, Paris, Ibiza y la madre… Puras viejas, ninguno de nuestros maridos va. Ellos nomás pagan el viaje a las Europas”. Escucho decir a las más beneficiadas de la noche sentadas enfrente de mí.

A la espera de la más grande, Francisca Viveros Barradas, mejor conocida como Paquita la del barrio, las mujeres, alrededor, murmuran.

Quise venir a ver a “La reina del pueblo” por el dolor que traigo atorado. Por lo sensible que soy de verla tan frágil y pensar lo peor. Así mismito me pasó con Juan Gabriel. Esa última noche que estuvo en Monterrey, algún ingrato, no me dejó salir a verlo.

Apenas traigo para el metro. Otra vez lo perdí todo por un bato. Ni llorar es bueno. Me adelanto a cualquier cosa, consigo salir, y en la más inventada, que nadie sepa que llegué en transporte público. Catarsis de cantarle “Rata de dos patas” a todo lo que den mis dañados pulmones.

Paquita la del barrio. Foto de Vlad Girón
Paquita la del barrio. Foto de Vlad Girón
“Rata inmunda, animal rastrero, escoria de la vida, adefesio mal hecho. Infrahumano, espectro del infierno, maldita sabandija, cuánto daño me has hecho”

Es de verdaderos caballeros acompañar a su dama a la noche dónde más les van a recordar a su mamá.

Las mujeres del hogar, las que hoy llevan su mejor vestido. Ese que aún no se ha manchado de cloro o de algún residuo de grasa. Los sombrerudos las llevan de la mano, les compran flores con los vendedores ambulantes y globos con luz led. Que así fuera siempre. Verlos quedar bien. Amarlas, dejarse llevar a la boca del lobo, si es preciso arriesgarse, con tal de verlas contentas. No nada más tenerlas para que les laven los calzones o les aguanten sus teatritos llegando de la cantina. Sin dinero, sin el chivo, y con los calzones al revés.

Paquita la del barrio. Concierto en la Arena Monterrey. Foto de Vlad Girón
Paquita la del barrio. Concierto en la Arena Monterrey. Foto de Vlad Girón

En las cantinas de Monterrey se vuelven inquilinos los que se gastaron todo y a la casa no entran sin un peso. No quieren llegar, duermen en las calles si es preciso. Por otro lado, las mujeres despechadas que lloran al borde de la barra con caguama en mano. Le besan a cada trago a la botella mientras anhelan a los rufianes que les hicieron daño. Buscan entre los asiduos quién les invite otra ronda. El alcoholismo les pone los ojitos tristes a esas güeras de rancho y a las que mendigan una cerveza en cada cantina de Arteaga con tal de olvidarse un rato. Siempre hay un buen vaquero bien vestido que les deja pa’ un pollo asado, pa’ los huercos y pa’ seguirle al vicio.

La Arena Monterrey se convierte en un baile del pueblo. Desde las más operadas, viajadas y consentidas por esos maridos infieles, hasta las que solitas, limpiando casas o vendiendo Avón, se costearon está noche su boleto. Todos los trabajos son dignos, hasta el mío en la cantina, limpiando inodoros y mingitorios atascados.

Paquita tiene razón: “No hay mujer fea, solo hay maridos jodidos”. Muchas vecinitas de nariz achatada, con lipo y delgaditas, botox en los labios y la frente. Solo hace falta tener plata y tener oro…

Esas afortunadas le cantan al hombre que las tiene en jaula de oro, pero en infiernos letales.

Mujeres que parecen florecitas bien cuidadas cuando realmente se van secando y consumiendo a gran velocidad.

También los hijos las acompañan en su dolor. Aguantar los matrimonios de antes. “Aguantar infamias” diría mi abuela Luisa. Eso ya no se usa. Aquí están, por aquello, de cuando el dolor vuelve a dar. Muchas de ellas ya enterraron a sus maridos, con cuidados extenuantes que ninguna amante les podría dar, otras, de plano, como Paquita, los mandaron por allá… muy lejos. Sin importar a dónde fueron a caerse muertos.

Esos maridos que no toleran que la mujer sea independiente, que trabaje o que uno de sus hijos les salga homosexual. Muy del norte. Muy de rancho. “Yo no quiero un hijo jotito” y para colmo le salen una lencha y dos jotitos. ¿Qué tanto pedo hay en que así sea? El amor de machos existe y se esconde en las más recónditas piqueras del centro de Monterrey. Muy machito, muy de botas y cinturón piteado. Pero a la mera hora, a la cruzada de cables, a las Travestis de Arteaga, de las que tanto se burlan desde la cantina, se las llevan a los mejores moteles del rumbo.

Viola Viveros, su hermana, había aparecido previamente a cantar un par de canciones. La Arena Monterrey ya se iba llenando de a poco. La noche apenas empieza.

Paquita y Ana Bárbara a dúo. Foto de Vlad Girón
Paquita y Ana Bárbara a dúo. Foto de Vlad Girón

Paquita aparece entre la oscuridad, protegida por sus mariachis que montan guardia en lo que se acomoda en su sillón de terciopelo. Una mujer, de armas tomar como ella, para nada quiere que la vean en una silla de ruedas. La debilidad, ¡a la chingada! Primero muerta antes de que me vean jodida Por eso se pone de pie, con ayuda de dos mariachis, que de mucho talón chiquito, pero le ponen de pie para bailar con ella. No se ofenden, al contrario, que Paquita te diga, que al fin, todo lo tienes chiquito, ha de ser halago pa’ esos machitos engreídos.

“Invitame a pecar” nos pone de pie. Un recorrido por lo más conocido del regional mexicano. Les rinde tributo a los compañeros caídos como Juan Gabriel o Vicente Fernández. Canta y en las pantallas podemos verlos juntos. Más de una vez se le quisieron salir las lágrimas. Más de una vez un traguito de tequila pal’ dolor. No deja de ser una dama y se aguanta las ganas de alguna mala palabra. Se le sale, al fin. Se le da. Eso no la hace menos dama.

Ana Bárbara sale al escenario para entonar un nuevo himno junto a la más grande: “Hay que enseñarle respeto a esa bola de pendejos”.

Ana Bárbara. Foto de Vlad Girón
Ana Bárbara. Foto de Vlad Girón

Le agradece Ana Bárbara a su querida Paquita por la oportunidad de compartir escenario juntas. Anhela continuar el legado de una mujer que difícilmente habrá otra igual, ni siquiera mejor. Paquita sin comparación.

Ana Bárbara viene y le pide “un consejo”.

Paquita le responde:

“Yo cuando estaba más joven

De esas penas pasé tantas

Traidores que me engañaron

Y una rata de dos patas

Solo hazme caso, mijita

Y aplica bien mi consejo

La ley del ojo por ojo

Hay que usar con esos viejos”

Paquita y Ana Bárbara. Foto de Vlad Girón
Paquita y Ana Bárbara. Foto de Vlad Girón

Paquita ama los escenarios y a su gente. Considera que tiene un gran corazón y un cariño enorme por todos: pobres, jodidos y pendejos. Ella lo dice así. Con harta seguridad de que cada mal que le hicieron se lo ha cobrado y sanado en los escenarios, en sus canciones y con su público.

Al que la friegue lo friega. A los arrastrados e inútiles. A los que en el karaoke de la cena navideña no soportan que se nos salga cantarles “tres veces te engañé”.

Paquita más que odiar a los hombres, los ama con todo su corazón, dio su vida por ellos, es por eso, que de tanto daño se la ha pasado cantándoles con amor y ese odio desbordado de cada traición.

Queremos verte volver, Paquita, en estos tiempos, que nos representes a todas las mujeres heridas, es más que necesario.

Paquita la del barrio y Ana Bárbara. Foto de Vlad Girón
Paquita la del barrio y Ana Bárbara. Foto de Vlad Girón

Rata de dos patas, te estoy hablando a ti… ¿Cómo no sentirse liberada después de cantarle al más mal agradecido de tus hombres en la vida? A ese que se fue diciendo que sin él te ibas a morir de hambre. Que te acusó de mil maneras y se llenó la boca de hablar mal de ti.

Ana Bárbara en la Arena Monterrey. Foto de Vlad Girón
Ana Bárbara en la Arena Monterrey. Foto de Vlad Girón

¡A lo que te truje, chencha! Ni la venganza por la desazón de los cuernotes que te pusieron, o esas habladurías, te hace mejor persona.

Cántales cada que el dolor te vuelva a dar, dale un trago al tequila y recuérdales bien que no extrañas a esa pobre pistolita. No dispara nada, ni de vez en cuando.

Pa’ esas infamias, mejor solita.


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