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Por Óscar Alarcón (@metaoscar)

Puebla, México, 06 de enero de 2020 [02:43 GMT-5] (Neotraba)

Juan Carlos Hidalgo nació en Tuzolandia mientras la década de los seises se apagaba. De los años sesenta tomó la inconformidad recalcitrante; de los ochenta, una pasión crónica por la música; de los noventa la vena literaria. Durante la década de los dosmil buscó la manera de hacer eclosionar todas sus filias. 

Es columnista de la revista Marvin, Diario Milenio Hidalgo y Radio BUAP y colaborador de La zona sucia y Círculo Mixup. Jurado de la Beca María Grever que otorga el Auditorio Nacional y la SACM; miembro de la Red de Periodistas Musicales de Iberoamérica y de la Feria Internacional de la Música Profesional, que organiza la Universidad de Guadalajara. También colabora en las revistas Nexos, Yaconic y Zona de obras (España), y anteriormente en La mosca en la pared, Indie Rocks, La Banda elástica y Al borde (estas últimas de Los Angeles, California), el suplemento El ángel del diario Reforma y Día Siete de El Universal.

Ha publicado las novelas Rutas para entrar y salir del Nirvana y La vida sexual de P. J. Harvey. Edita la colección Rock para Leer y es miembro del Consejo editorial de Marvin. Sus libros más recientes son Satán rechazó mi alma (Nitro/Press) y Trátame Suavemente (Marvin; Col. Tinta Sonora).


Portada de No más canciones de amor, de Juan Carlos Hidalgo.
Portada de No más canciones de amor, de Juan Carlos Hidalgo.

Óscar Alarcón. Inmediatamente después leer tu libro Ya no más canciones de amor percibí una alusión directa a Paul McCartney. Hablamos del pasado como una especie de nostalgia. ¿Consideras que el rock ahora provoca nostalgia?

Juan Carlos Hidalgo. El rock atravesó distintas etapas y ahora se enfrenta con otros géneros juveniles mucho más en boga. Ciertamente ocupa un lugar dentro de la sensibilidad y la educación sentimental de otra generación, a la que quizá nosotros pertenecemos, con la que tenemos mayor cercanía.

Se relaciona con una forma de ubicarse en el mundo. En su momento, el rock representó esa revuelta y exabrupto juvenil, tuvo su auge y ahora es una expresión que le atañe al llamado adulto contemporáneo y no por ello deja de tener validez o calidad.

De alguna manera es un curso, una sensación en que atravesamos. Todo es cíclico, ya veremos cómo otros géneros suben –a lo mejor de manera temporal o efímera– y, de repente, caen. El rock supo tener esa capacidad de adaptación y que lo hace más longevo.

Traté de conectar la novela con el New Romantic –un pedacito breve relacionado con el pop electrónico. En el libro hay mucha más música de sintetizadores, cajas de ritmo y guitarras. Hay referencias a algunos músicos del presente, artistas vigentes. Por ejemplo, James Blake, quien sigue en crecimiento pero con alma de viejo.

Se confeccionó esa playlist del personaje, alguien en la mitad de la vida. Está en ese corte de caja a los 50 años y trata de mantenerse vigente con ese espíritu joven a partir de lo que escucha. Él es músico, entonces toma esta retroalimentación del presente y de los dos grupos fundamentales en la novela.

ÓA. En Latinoamérica siempre hablamos de cosas del pasado en lugar de poner la mirada en el futuro. Esto también tiene que ver con esta luz echada sobre el personaje, la media vida, pero que coincide mucho con tus 50 años. ¿Es una especie de referencia a tu vida?

JCH. Siempre estará el comparativo. O, más bien, siempre se busca en el protagonista el alter ego del escritor y, también, de alguna manera se intenta marcar cierta distancia. Por eso la novela ocurre en Cataluña: para no ubicarse en México. Además, uno de los problemas graves de pareja que atraviesa el protagonista es que no quiere tener hijos, en cambio yo tengo una hija de cuatro años.

Hay grandes trasuntos de las manías, fobias y filias que tengo. Se las se las pongo al personaje, pero buscaba que este protagonista –sin nombre ni apellidos– tuviera guiños constantes, como un músico que, al hacer pop electrónico de gira en México, pasara por Pachuca. Es para darle ese toque de falsa conectividad.

ÓA. ¿Por qué decides no ponerle nombre ni apellido a tu personaje?

JCH. Para dejarlo más abierto. Por un lado, para permitir que ciertos lectores de mi generación pudieran identificarse. Pero también se encuentran cosas capas abajo.

Me cuestiono mucho la vigencia del éxito en librerías y en crítica de la famosa literatura del yo: se difumina con la existencia de un personaje sin nombre. Le pones un efecto de blur y entonces puede ser cualquiera, prácticamente.

Pero el caso es decir: “¿De verdad el arte y la música me provocan una experiencia sensible tan estimulante como para seguir?” El reto de este personaje es saber si seguirá adelante componiendo canciones, sacará su disco o habrá gira.

ÓA. De pronto, los músicos van molidos en el viaje y al siguiente día deben cantar con la garganta destrozada. Sin romantizar los viajes y el rock, platícanos sobre el momento en el que decides estructurar tu novela.

JCH. Precisamente es para quitarle ese halo romántico: la triada que complementa al rock and roll –el sexo y las drogas–, haría que suene bonito, pero dos semanas de gira no hay quién lo aguante.

Busqué humanizar a un músico de cierto reconocimiento profesional de una manera muy puntual. Eso es lo importante, ver que los músicos son seres humanos con problemas reales.

El otro gran hilo conductor de la novela es su padre: la relación entre ambos es tirante y distante. Él dice que tiene cáncer, debe aprender de una manera súbita cómo lidiar con la inminente muerte de su padre. Coincide con la petición de un amigo suyo para que lo acompañe al funeral de su abuelo, en un sitio tan absurdo como Almería.

Tomé a Almería como un No-lugar: es desértico y aparentemente no tiene turismo, es como ir a un lugar desteñido.

ÓA. Algunos de tus textos también tienen como temática la música. Por ejemplo, ¿cuáles son los posibles hilos conductores de No más canciones de amor con Satán rechazó mi alma y Trátame suavemente?

JCH. Son varios. Por un lado, es la difuminación de los límites entre los distintos géneros. La novela es un aparato tan generoso que permite incluir todo tipo de cosas dentro de ella misma: trozos de canciones, poemas, confesiones. Esto le da una versatilidad muy amplia a la novela en el panorama contemporáneo. No tiene una camisa de fuerza que la limite.

Otra de las constantes en los libros mencionados es mi creencia en lo fragmentario en la sociedad contemporánea, consecuencia del modo de vida: nuestro consumo de productos culturales es a través de lo fragmentario por el tiempo a nuestra disposición.

Construí la suma de las cosas a través de flashazos o de pequeños bits informativos. La novela es una especie de bitácora del músico donde da cuenta de lo que aparece, sus lecturas, la música que escucha, etcétera.

En este momento hay que apostar por lo multidisciplinario. Me interesa mucho precisamente que, en la gozosa actualidad de lo que Eloy Fernández llama laughter pop, ya no hay niveles tradicionales de cultura. Aunque es una novela donde aparecen canciones de Roxy Music, hay un pedazo de la novela conducido por Los Ángeles Negros.

Hoy más que nunca en la historia, el panorama contemporáneo es un rompecabezas que todos los días se arma y re-arma. Trato de llevar eso a mi literatura.

Juan Carlos Hidalgo. Foto cortesía del autor.
Juan Carlos Hidalgo. Foto cortesía del autor.

ÓA. Me llamó la atención que no haya un personaje mexicano roquero. ¿Es solamente esta distancia que quisiste entre el personaje y la persona? ¿O hay algo que no te agrade en los músicos mexicanos como para escribir sobre ellos?

JCH. El peso de México en esta novela es tangencial. Por ejemplo, me pregunté cuántas novelas o cuentos existen cuya trama suceda en Centroamérica. No hay tantos. Decidí que un fragmento de la historia ocurriera en Honduras: el personaje estuvo un breve lapso de su infancia en Honduras con su familia porque su mamá era antropóloga.

Si nos asomamos al día a día, notamos la globalización en lo cotidiano. Es plantear esa vivencia, ese ejercicio cotidiano de la significancia de estar conectados y la globalización.

ÓA. En este cambio generacional, se dio una marcada ruptura entre el rock y, por ejemplo, el reguetón. Incluso se censuró en las redes sociales a Molotov. ¿Existe una ruptura más allá de lo generacional de nuestra generación con las generaciones jóvenes? ¿El reguetón está completamente alejado del rock?

JCH. Esto que planteas es un tema complejo, no es fácil abordarlo.

Había músicos tan entusiastas, como Belafonte, que llegaron con espíritu provocador a publicar “El reguetón es el nuevo punk”, lo cual resulta totalmente erróneo. No es posible comparar al punk con el reguetón, son momentos históricos distintos que obedecen a circunstancias y a fenómenos muy particulares. En ese sentido, el reguetón es hijo de su tiempo, donde vivimos una sobre-sexualización de la sociedad.

A nivel mainstream, comercial, nos quedamos con una versión pasteurizada del reguetón pop, como Maluma, J Balvin y otros. En su origen, por ejemplo, en Puerto Rico dicho género era una forma de expresión para manifestar la sobrevivencia del pueblo puertorriqueño parado a la orilla del progreso y de la historia, algo recurrente en el Caribe.

Baila y exprésate de manera carnal. A través de la sexualidad busca palear ese desencanto por la existencia. El reguetón en ese sentido tiene un ápice o tenía en su fondo una cuestión política que después pierde. Cosas como “Despacito” son mero entretenimiento.

De hecho, si nos apegamos al análisis estricto de los géneros musicales, sería pronto para pedirle al reguetón una obra de madurez porque es algo muy reciente, pero sí se ve afectado por el modo de vida de los jóvenes, sustentado en lo efímero.

Una de sus debilidades es la pauperización de las ideas. Los jóvenes ya no quieren pensar quién ser; se vuelve una sociedad trivial, ciertamente resulta muy estúpida porque se entiende cuánto puede durarles este apogeo y sobredosis de hormonas que te mantienen en el clímax de la sexualidad y el desenfreno.

Esta generación crecerá y ya no les hará ninguna gracia el reguetón. Es algo absolutamente coyuntural.

ÓA. Pasaron casi 20 años para que nosotros viésemos la evolución del rock, desde su boom y hasta las grandes escaladas. ¿Le faltará tiempo de cocimiento al reguetón o quedará en el olvido?

JCH. Le hace falta tiempo de desarrollo para ver si madurará o se quedará en algo fallido.

Otra de las cosas que nos afectan actualmente es la afirmación de que cada vez más nos volvemos una sociedad de desesperados y no tenemos paciencia. Se debe tener para que las cosas se den. El reguetón no desaparecerá mañana.

Nosotros, en el sentido de la cultura roquera, por ejemplo, debíamos entender cuando los punk abjuraron de Pink Floyd y decían que el rock progresivo era una reverenda basura. Por eso crearon el punk. En la actualidad podemos poner algo de Pink Floyd y luego algo de Sex Pistols o The Clash y no tener ningún complejo de culpa.

Ahora, al parecer, se ve más como el enemigo al reguetón. Deberíamos observar si apreciamos que en algún momento produzca algo estéticamente valioso.

ÓA. Relativo al tema de la paciencia, ¿por eso la novela resulta tan íntima?

JCH. Tras la severa depresión emocional del protagonista, él sabe que perdió su relación de pareja por guardarse las cosas. Porque, otra vez, en esta sociedad contemporánea está penado expresar los sentimientos: ya nadie quiere confesar lo que en realidad siente por miedo a lo que pueda provocar. En ese sentido también hay un miedo atroz a los compromisos serios y definitivos.

Llega un momento de la vida donde dices: “No me puedo guardar más cosas, tengo que volcarlas en lo que soy.” Por eso la novela es una especie de culmen de lo que el protagonista atraviesa y quiere dejarlo manifiesto.

ÓA. En este momento, una de las vertientes de la literatura escrita por mujeres está relacionada con la maternidad y sus tonos son confesionales, pero poco se ha escrito sobre la paternidad como tema central. ¿Qué significa para ti la paternidad?

JCH. Es un punto de quiebre gigantesco en la vida de una persona, sobre todo cuando la parte masculina desea implicarse. Si en la historia se toma la decisión de regar hijos por el mundo y no ocuparse de ellos, es un universo completamente diferente.

Tengo muchos amigos muy jóvenes y hay en ellos un pánico total hacia la paternidad. Tienen una conciencia distinta sobre traer un ser humano más a este mundo prácticamente encaminado al colapso.

También está el gran tema acerca del egoísmo: la gente tiende a ser muchísimo más egoísta y la paternidad implica una enorme renunciación. Sí, tienes que renunciar a cosas para poder sacarla adelante, absolutamente. Es un momento cumbre y crucial en la vida de las personas.

Juan Carlos Hidalgo. Foto cortesía del autor.
Juan Carlos Hidalgo. Foto cortesía del autor.

ÓA. Justo como lo mencionas, en la novela hay una paternidad ausente. También es una forma de ejercerla: no estando presente.

JCH. Lo curioso de la figura del padre en la novela es que siempre formó parte de una familia orgánica, no era una familia desintegrada, siempre vivieron juntos, pero el papá venía de una generación a la cual le costaba expresar sus sentimientos.

El papá cumplía proporcionándole dinero a la familia, siendo el cómplice a la sombra de su mujer, de cómo un tipo dedicado a los bienes raíces podía ser pareja de una antropóloga.

El gran pleito del personaje con su padre es que jamás le dijo un “te quiero” y jamás le mostró abiertamente sus sentimientos.

ÓA. Roberto Bolaño decía que “literatura más enfermedad, siempre va a ser enfermedad.” Háblanos de cómo escribes sobre la enfermedad.

JCH. Mi madre ha tenido distintos padecimientos y he estado allí para acompañarla; mi padre también ha estado enfermo. Durante el proceso de gestación de la novela mi suegra enfermó de cáncer; incluso podríamos decir que doble: la operan una vez, queda bien, y a los pocos meses le descubren cáncer en otra parte del cuerpo. Por ello digo que sí hay resabios de la vida personal llevados a la novela.

En realidad yo acompañé la enfermedad y la evolución de mi suegra y tomé la experiencia para vaciarla sobre el padre del protagonista.

ÓA. No podemos dejar a un lado la situación mundial actual. ¿Cambiará el panorama de las editoriales independientes después de la pandemia?

JCH. En distintos ámbitos de la vida social creamos una enorme burbuja que en algún momento iba a pincharse. La COVID-19 deja ver la enorme fragilidad del sistema económico en el que estábamos sustentados. Evidentemente cambiarán las formas y, para el mundo de las editoriales independientes, la apuesta será conectar directamente con la gente: el sistema de distribución y de comercialización será diferente porque nos daremos cuenta de que o no puedes ir a la librería o el hecho de que exista un intermediario afecta de manera considerable a los precios.

Los precios de los libros están por las nubes, ahí hay mucha soberbia por parte de la industria editorial. En algún punto ellos tuvieron que ver lo ocurrido a la industria de la música cuando el CD como objeto ya no importaba.

Los músicos llegan a un punto en el que casi regalan parte de las grabaciones. Si vemos los centavos que les dan, la ganancia es mala. Por ejemplo, para generar 1 dólar en YouTube, tu canción debe ser reproducida 1450 veces para generar 22 pesos. Aquí el músico entendió que no es nada si la gente no lo quiere ver.

Ahora el apoyo de las editoriales independientes vigentes será facilitarle la vida al autor para poder estar en contacto con los posibles lectores y hacer ligero la parte de los intermediarios. La literatura debe de venir también a los libros, es una parte del comercio con un trato justo.

Firmar con las grandes casas editoriales es como venderle el alma al diablo: tú escribiste el libro y casi ni te pertenece. Las editoriales pequeñas son chiquitas pero sí chimenean.

ÓA. Desde hace tiempo el músico aprendió que tenía que estar en plataformas, en Spotify, YouTube o alguna otra. ¿Es más fácil para un músico realizar su trabajo vía online o streaming que para un escritor en este momento?

JCH. De alguna manera ellos estaban prevenidos porque su colapso fue previo. La industria de la música se fue abajo cuando la gente dejó de pagar por la música.

Algunos amigos escritores decían: “Con la pandemia sale a colación una vez más que se debe replantear el asunto de las presentaciones de libros; antes de la pandemia eran casi obsoletas y ahora hacemos cosas nuevas para oxigenarlas.”

El que no vea cómo moverse simplemente va a desaparecer.

ÓA. ¿Cómo percibes el movimiento de tu libro en este sello editorial joven?

JCH. Son muy entusiastas. Se combinan las experiencias y las edades, eso funciona muy bien.

Tienen un punto de acuerdo mucho más asequible para los escritores de verdad independientes. Además, se agradece a todos los niveles la rapidez de las respuestas. Respetos para todos nuestros amigos quienes deambulan de editorial en editorial y con términos de respuesta de 6 a 9 meses –o hasta un año– después. La industria editorial es pasiva y lenta, necesita ser más rápida.

Estoy bastante contento con mi libro en la editorial Gato Blanco. En Gandhi no tienen la capacidad para revisar el calendario de las ferias para colocarte, pero la verdad somos, en un punto medio, un híbrido bastante gozoso, con ediciones muy bonitas y cuidadas.

Ahora todos buscan crear un objeto hermoso, que la gente quiera tener como mero objeto más allá del contenido. De esa manera buscas la redondez del proyecto y hacerlo más atractivo por todos lados, no sólo en el contenido, sino también en la parte del continente.

ÓA. ¿Tocas en algún grupo o instrumento? ¿Has hecho alguna producción musical?

JCH. De manera profesional, no. Alguna vez intenté tocar el bajo; tuve unas tumbadoras una noche y en un antro de mala muerte con la Maldita Vecindad y con los íconos Simples Mortales –una banda muy buena de swing. Ellos eran muy amigos, se fusionaban y creaban El Maldito Ensamble Mortal.

Tenían una rola que se llamaba “El error” y, como era amigo de ambas bandas, me trepé una noche a tocar las tumbadoras, con más pena que gloria.

Aunque uno no sea músico, el crítico musical no es un músico frustrado.

Juan Carlos Hidalgo. Foto cortesía del autor.
Juan Carlos Hidalgo. Foto cortesía del autor.

Esta entrevista contó con la colaboración de Karime Montesinos.


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