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Caravana migrante en Tijuana, imagen tomada de https://www.debate.com.mx/mexico/alcalde-tijuana-rechaza-caravana-migrante-20181116-0086.html
Caravana migrante en Tijuana, imagen tomada de https://www.debate.com.mx/mexico/alcalde-tijuana-rechaza-caravana-migrante-20181116-0086.html

 

Por Ana Fuente Montes de Oca (@Anitinissima)

 

I

Mi padre creció en una familia de nueve hermanos. Mi abuela se dedicaba a cuidar a sus nueve hijos mientras mi abuelo trabajaba en la fábrica de refrescos Pascual. Nunca hubo carteras gordas porque era imposible que las hubiera teniendo que alimentar a once: todos asistieron a escuelas públicas, algunos terminaron la universidad y empezaron a trabajar a edades muy tempranas. Mi papá, por ejemplo, a los 13 años.

 

Recuerdo a mi abuela cocinando todo el día y preparando grandes cantidades de cada platillo porque cuando había terminado de darle de desayunar a todos, para los primeros ya era hora de la comida. Comían los hijos, los nietos, los primos y los tíos, pero también el repartidor de leche, el que había ido a dejar un encargo, el que pasaba por ahí, la vecina a la que acababan de abandonar, el vecino que acababa de enviudar. Era curioso, pero a pesar de que no había, siempre alcanzaba para todos. En casa de mi padre aprendí la hospitalidad porque siempre se le echó más agua a los frijoles y donde comía uno bien podían comer veinte.

 

II

El papá de mi abuelo llegó a México hace 90 años, venía de España. El papá de mi abuela llegó hace un siglo, venía de Francia. No sé bien a bien cuándo haya llegado la mamá de mi bisabuela, pero venía de Irlanda. La mamá de mi bisabuelo venía de Siria. Muchos de mis maestros de la preparatoria y la Facultad, como sus padres y sus hermanos, vinieron de España (al igual que alrededor de 25,000 de sus compatriotas) cuando huían de la Guerra Civil y las atrocidades del franquismo. Hice amistad y compartí banca con muchos compañeros que eran hijos de los miles de chilenos, argentinos y uruguayos cuyo exilio en México fue producto de dictaduras feroces.

Todos los que conocí tenían algo en común: profundas heridas en el alma surgidas en las largas travesías hacia la incertidumbre. Ninguno de ellos sabía si llegaría a buen puerto, si podría hacer vida en otro país, si podrían ejercer sus profesiones. De ellos escuché el dolor de sus desaparecidos, de no haber tenido la posibilidad de despedirse de sus ancianos antes de que fallecieran, de estar lejos del terruño no por gusto, sino por necesidad. Así de aterrador debió ser lo que los hizo salir hacia la nada con lo poco que les cabía en una maleta.

 

México les abrió los brazos. Al día de hoy, por mencionar sólo un ejemplo, se calcula que hay cerca de 14,000 argentinos viviendo en la zona metropolitana de la Ciudad de México y 20,000 en Quintana Roo. En aquel estado representan el 6% de la población.

 

III

En 2010, se calculaba que 738,000 ciudadanos estadounidenses vivían en México. De ellos, aproximadamente 60,000 se habían instalado indefinidamente en Baja California. Los censos que también contemplan a las personas nacidas en E.U.A. que no reportan su situación migratoria –que se instalan ilegalmente– estiman que hay más de un millón (1,000,000) de estadounidenses viviendo en territorio mexicano.

 

En 2016, la población estimada de mexicanos que residen en Estados Unidos es de treinta y seis millones doscientos cincuenta mil individuos (36,250,000), que junto con su descendencia suman cuarentaiún millones de ciudadanos (41,000,000,000), de manera que representan el 15.3% de la totalidad de la población de E.U.A.

 

IV

En 2018, una caravana de migrantes salió de Centroamérica –particularmente de Honduras– para dirigirse a Estados Unidos con la esperanza de obtener asilo. La distancia entre Tegucigalpa y San Ysidro, California –primer punto de entrada en la frontera– es de 4,647 kms, es decir, casi 111 maratones completos.

De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas, en la caravana transitan 7,000 personas –5,000 es la cifra de Associated Press– y está compuesta principalmente por familias; según Unicef, alrededor de 2,300 niños forman parte de ella. Además, grupos representativos de la comunidad gay y transgénero, víctimas de agresiones sistemáticas y documentadas, son parte del contingente.

El fenómeno migratorio hondureño –por mencionar un ejemplo específico fácilmente extrapolable a otras naciones centroamericanas– debe ser explicado desde las causas:

 

Tegucigalpa, ciudad representativa del fenómeno por ser la principal proveedora de buscadores de asilo, ha sido durante varios años la ciudad más peligrosa del mundo, por encima de Bagdad, Kabul y Ciudad Juárez. La enorme oleada de violencia –que también ocurre en San Pedro Sula– está relacionada con la presencia de pandillas cuya crueldad es equiparable a los grupos de sicarios que padecemos en México: Las Maras.

 

La Mara Salvatrucha (M-13) y Barrio 18 se disputan constantemente el territorio para realizar actividades como la extorsión y el tráfico de drogas. Uno de sus mecanismos más despiadados es obligar a los jóvenes y adolescentes de la zona a ser parte de una u otra pandilla bajo la amenaza de asesinar a sus familias; es por ello que la mayor parte de los integrantes suelen tener entre 13 y 20 años.

Aunado al fenómeno de las maras, la economía Hondureña ofrece pocas o nulas posibilidades de desarrollo, educación y empleo a sus habitantes.

 

V

El 17 de noviembre empezó a circular un video en redes en el que una mujer de origen hondureño se quejaba de las condiciones que padecían los miembros de la caravana y la alimentación que les proporcionaban. No tardó en viralizarse. El desatino de calificar a los frijoles como “comida para chanchos”, desató la ira nacional. El frijol se convirtió en el emblema nacional, reflejo de nuestra mexicanidad y herencia de nuestros ancestros, que debía ser alabado cual lábaro patrio. La última vez que la opinión pública se ensañó de esa manera contra un extranjero fuera de la política, fue cuando Arjen Robben fingió una caída que redundó en un penal y en la eliminación de México del Mundial de fútbol.

 

¿De dónde salió ese video? ¿Quién hizo esa edición? ¿Quién escribe las notas sobre los hondureños que vienen a hacer desmanes? ¿Por qué no se hicieron virales las notas sobre los 100 migrantes que fueron entregados al crimen organizado –de los cuales 65 eran niños– ni de las hondureñas que fueron violadas frente a sus hijos por ciudadanos mexicanos? ¿A qué intereses obedece qué se hace viral y qué no? El televidente se creía manipulado por Televisa y Tv Azteca cuando eran las fuentes de información pero ahora, en la inmensidad del internet, cree ser libre sin saber que hay alguien detrás de un algoritmo que coloca o esconde la información en cada pantalla.

 

No hay ciego más necio que el que cree que ve.

Las expresiones más racistas salieron a relucir a partir de las notas en redes: un dicho torpe –y sacado de contexto, cabe decir– de una sola persona, o los videos de unos cuantos, se convirtieron en pretexto para asumir que los hondureños de la caravana, como pueblo y como grupo reducido a la voz de una persona, eran unos ingratos. Se facultó entonces que la faceta más xenófoba del mexicano tuviera eco en redes, con consignas en manifestaciones que parecían sacadas de mitin Trumpista. La gente, enardecida también por las impertinentes declaraciones del alcalde de Tijuana sobre “los hondureños mariguanos y delincuentes”, salió a las calles a exigir que los echaran a todos del país, después de que hubieran recorrido 4,646 kms para llegar a la frontera.

Tijuana se convirtió en nuestro vergonzoso Charlottesville.

Los mexicanos repitieron el discurso que tanto había herido su propia sensibilidad: vienen a quitarnos el trabajo; hay que defender lo que es nuestro, son delincuentes, son asesinos, son violadores; que se regresen a su país, el dinero del erario no debe servir para ayudarlos. Justamente así, con esos argumentos, Trump pretendió –y pretende– cancelar DACA. Así fueron separadas familias en centros migratorios. Así fueron deportadas personas que habían hecho una vida entera en Estados Unidos.

El niño golpeado se convirtió en el golpeador.

 

Las garitas fronterizas permanecieron cerradas durante horas con alambres de púas, helicópteros y militares del lado estadounidense. Durante meses, los mexicanos criticamos duramente la intención de Donald Trump de construir un muro y nos mofamos diciendo que sin importar cuán alto fuera, de todas maneras lo brincaríamos; hoy, Tijuana levanta una valla humana para impedir que estos migrantes que vienen de la miseria se queden en nuestro territorio.

 

No hubo manifestaciones en Baja California cuando se destapó que Francisco Vega Lamadrid, actual gobernador, había desfalcado al estado por más de mil cuatrocientos millones de pesos ($1,400,000,000) desviando fondos de instituciones como el DIF. La gente permaneció en silencio y se resignó a que las cosas suelen ser así, a que la clase política puede hacerlo porque lo hace en todos los estados. Esa fue la gente que salió a la calle para exigir que no le dieran tortillas y frijoles a los hondureños, que primero había que dárselos “a nuestros pobres”. Sí, a esos pobres que invisibilizamos diariamente en nuestras calles, a esos que les decimos que se pongan a trabajar antes de estar mendigando. Nadie exigió eso sobre las 80 propiedades mal habidas del gobernador, pero parecía natural que si nosotros no comíamos, ellos tampoco lo hicieran.

Tan terrible es el rostro de la pobreza, que nos reconocimos en el espejo de la necesidad.

Escucho de mis amigos periodistas la tensión que se vive en Tijuana, 100 kilómetros al norte de Ensenada, donde vivo. Escucho a mis vecinos ponerse de acuerdo frente a la terrible amenaza migrante que se avecina: los hondureños parecen ser peores que El Coco. Veo comentarios llenos de violencia y odio en redes, leo un racismo que yo no había visto nunca –tal vez porque no había querido– en mis connacionales. Y ahí, justo cuando la desesperanza parece alcanzarme, recuerdo a mi abuela amasando más sopes, friendo más plátanos y poniendo más sillas en la mesa; decido echarle más agua a los frijoles de mi olla, no vaya a ser que alguien toque la puerta.

 

Bienvenidos.

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