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Desde el exilio en Ankh-Morpork, 5 de diciembre de 2023 (Neotraba)

Hay muchas formas de enfrentar a la muerte. Para muchos la primera vez es cuando muere alguien cercano, alguien a quien quieren mucho, otras veces es mucho más transitoria, te enteras de la muerte de alguien sin que esto afecte a tu vida, que continúe sin que esta noticia afecte la rutina diaria.

Para mí, el primer enfrentamiento con ella fue a los once años en una huerta de nogales, donde se me presentó de frente hedionda, putrefacta, un cuerpo hinchado, verdoso que de cierta manera le quitaba la inocencia a un espacio donde jugábamos, nos divertíamos. Nadie me suavizó el hecho, la imagen estaba ahí frente a mí con toda la certeza de que no hay belleza en el morir.

Conforme fui creciendo, la muerte se me presentó de otras formas. Vi morir amigos del barrio por las formas más absurdas que puede haber, por la violencia adolescente de probar quién es más hombre, por sobredosis buscando ese espacio que no tenían en su realidad cotidiana. Fue así como entendí que en algunos lugares es mucho más fácil morir que vivir, al menos tiene un significado mayor, no importa que esto no sea lo que se está buscando. Fue así como entendí que la muerte no solo no es bella, sino que también es inútil, estéril, que no deja ningún sentimiento de alivio, quien diga lo contrario, no lo puede entender, no hay alivio en el morir.

Aunque en la literatura, en el cine, en otras expresiones artísticas muchas veces la presentan desde una visión romantizada, incluso cuando nos hablan de la historia de las distintas culturas, nos dicen que morir puede ser algo bello, esto es una idea colectiva que no siempre representa la personal, lo cercano donde la muerte no tiene nada de romántico, es el fin de la vida y luego nada.

Como todos, soy un superviviente de la muerte, la he enfrentado en varias ocasiones, nos hemos visto cara a cara un par de veces en las que he salido victorioso. Conozco el sentimiento de estar más cerca de morir que de vivir cuando cuatro hombres me torturaron, me golpearon, sin tener la oportunidad de rogar por mi vida, como dicen las películas que es el canon por seguir. Me dejaron tirado, golpeado en el monte, agradeciendo el estar vivo después de horas de tortura y con lesiones que ahora me acompañan recordándome que hay cosas peores que morir, como olvidarte de la cara de las personas que amas, no recordar quién eres y tener que esforzarte por hacerlo. Desde ese día me quedó claro que aún no quiero morirme y que no juego con ese deseo absurdo de hacerlo, esos pensamientos no están en mi día a día, sin embargo, cuando pase, cuando llegue ese momento lo aceptaré sin problemas. Estoy dispuesto a enfrentarla como lo que es, natural que se presenta de forma hedionda y putrefacta.

También sé que cuando alguien quien está en tu día a día muere, es más que putrefacción, significa perder algo dentro de ti, algo que no vas a recuperar nunca más, que solo quedará un dolor, una nostalgia incapaz de sanar y tendrás que aprender a vivir con ella, porque no tienes otra opción y entonces el significado de la muerte cambia por completo, no importa que tanto se haya teorizado ante ella, tampoco importa lo que dicen los cánones que tienes que hacer o cómo comportarte. Deja de ser algo colectivo para ser personal, para vivir el duelo más allá de quienes te rodean. La muerte se convierte en parte de ti, sin importar lo colectivo.

La muerte no es más que la nada, pero en el paso para llegar al final, el enfrentamiento con ella es doloroso y de muchas formas, la muerte incluso es televisada cuando los medios la convierten en un espectáculo, en una agenda donde nos muestran a miles de niños muriendo en el nombre de una idea que quienes la provocan no tienen el gusto de conocer.


Jorge Tadeo. Imagen tomada sin permiso de su cuenta de FB

Jorge Tadeo Vargas; activista, escritor, traductor, anarquista, pero sobre todo panadero casero y padre de Ximena. Desde hace años construye una caja de herramientas para sobrevivir.

A veces viaja a Mundodisco.


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