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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 18 de octubre de 2022 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

¿Buscas este cuerpo desventrado

y esta voz

sin lengua?

Verónica G. Arredondo

Si una verdad le voy a venir a aventar en la cara es que Verde fuego de espíritus es una chingonería. Una grande Verónica G. Arredondo. Terminado este pequeño comercial, debo preguntar ¿qué define un discurso? Esto lo pregunto ya habiendo definido qué es y que no puede ser el ser humano; la idea del yo como un rasgo de diferenciación, y del individuo como la capacidad de agrupación y asimilación de lo real.

Podemos decir que es un mero producto del individuo, un sentido ideológico que nos relaciona y separa por igual del contacto con otros. Cosa que no está mal, un discurso es eso meramente, sin embargo, podemos incluso extender la forma en la que un ser está relacionado a un discurso definiendo su compromiso con éste; me explico: sabiendo que un discurso es modelado desde la realidad y que pretende generar un impacto, el individuo se encuentra entonces con el problema que representa dimensionar el impacto que ese discurso tendrá en su propia existencia.

Un discurso lo define, claro, su intención y la forma en la que la realidad es para el individuo, pero también la capacidad de integrar a sí visiones de la realidad que no son contempladas en un principio, esto como producto de la interacción inevitable que trae consigo la agrupación humana. Hablar de un discurso se vuelve entonces, no solo de la definición de los límites del propio discurso mediante la diferenciación de aquellos que forman parte de él, sino la exploración de la realidad mediante una identidad conjunta.

La agrupación humana cuando es consciente, viene desde la integración del individuo con otros que sean cercanos a su visión de la realidad.

La política, por ejemplo, depende de este tipo de integración en la que es un discurso la razón que lleva a la conciliación de un acuerdo sobre cómo es y cómo debería ser la realidad. Pero al depender de este tipo de relaciones para formar grupos identitarios, somos susceptibles a la deconstrucción –para mal– del discurso, en una forma en la que, en busca de abrir el panorama inicial, se pierde por completo la focalización accionaria, perdiendo con ello el objetivo inicial de impacto e inclusión.

Lo hablamos en otra columna, al hablar del cómo inicia una revolución y del cómo es que evolucionan con el paso del tiempo. Pero aquí no nos mezclaremos con rasgos políticos como parte de la identidad, porque para eso lo retomamos desde la generalidad de un discurso ideológico. Lo que sí podemos asegurar es que todo discurso es limitado por las bases del individuo al reconocer el mundo como propio.

En tanto el mundo del individuo pueda ser descrito por él, será el mundo que pueda compartir con otros en la búsqueda de una formación identitaria. Por eso es importante conocer todo lo que rodea a una persona para comprender su actuar, por ejemplo. Este tipo de limitaciones en las que no participa el individuo en su definición, es muestra de que nada dentro de la identidad es construido de la nada, se necesita de un referente que en este caso es la disponibilidad del mundo a ser percibido por el individuo.

Y claro, estas nociones de percepción e identificación definen el actuar de una persona en un sistema tan amplio como lo es la sociedad moderna. Para bien, definir el mundo desde el acuerdo común nos protege, pues es obvio que el ser humano no conspira contra sí –aplican restricciones. Para mal, definen nuestros miedos mediante una bruma inmensa que rodea al ser y lo sumerge en la segregación identitaria, el discurso manipulado del ver en una calle oscura, miedos y ansiedades que aguardan a que uno pierda la vista para volverse contra nosotros. Pero para hablar de ello, asegurarnos de que algo así existe en primer lugar habrá otro momento, con otras voces.


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