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Por Ricardo Guerra de la Peña

Mérida, Yucatán, 15 de marzo de 2022 [GMT-5] (Neotraba)

*Reseña leída durante la presentación de la novela El mismo silencio

Los aquí reunidos sobrevivimos a una pandemia, pero no a nosotros mismos. El ruido que generó el Covid-19 nos hizo creer que teníamos un enemigo en común y olvidar que existe un mal que nunca dejó de acompañarnos, hablo de nuestro silencio. Mientras releía la novela de Adolfo Calderón Sabido, mejor conocido como Fito, apunté casi veinte veces la palabra silencio entre las páginas. Silencios con los que sus personajes permitieron injusticias que, de haber levantado la voz, pudieron ser prevenidas.

El mismo silencio, como se titula la novela, es el silencio que siguió apenas una semana después del trágico accidente de la volcadura de un tráiler en Chiapas, donde murieron 57 migrantes. El silencio que permite que Encarnación, personaje de la novela, sea abusada por su patrón, es el mismo silencio que mantiene impune la violación y asesinato del joven José Eduardo Ravelo. El mismo silencio que mantuvo la casta divina en Yucatán ante la explotación de los trabajadores y el derecho de pernada. Nuestro silencio sobrevivirá a más pandemias, hasta extinguirnos. Somos cobardes por naturaleza, lo sé porque ayer escuché decir a un anciano adinerado “Es feo porque es prieto”, y yo preferí guardar silencio que confrontarlo.

Recuerdo con precisión la noche que conocí a Fito durante un taller de cuento. Nunca se lo dije, pero me pareció que, a lo mucho, escribir no pasaría a ser más allá de un hobby. ¿Qué tendría que decir ahora si no había escrito nada antes? Además, las becas y la mayoría de los premios tienen límite de edad. ¿Cuál era el punto? Fito continúo llevando cuentos cada vez mejores. Su mejoría no era ninguna casualidad, escribía con la constancia que siempre he soñado y leía todo lo que le recomendaban. Si algo he aprendido de Fito es que la escritura no es un oficio solitario y que haciendo comunidad se aprende a escribir cada vez mejor.

A Fito, ante todo, lo caracteriza su generosidad. Pronto ofreció su casa para realizar una sesión del taller. A todos nos sorprendió el festín que ofreció, con puros y toda la cosa, para Fito la literatura es una fiesta. El clímax de su generosidad fue abrir Macondo, un bar donde a muchos nos permitió leer nuestros primeros textos y a más de uno beber sin pagar la cuenta, jamás se negó a acompañar allí con un trago a sus amigos, su generosidad hizo de ese negocio algo insostenible, ¿pero no son las cosas más bellas siempre insostenibles?

Mauricio Bares, Ricardo Guerra de la Peña y Adolfo Calderón Sabido. Foto de Lilia Barajas.
Mauricio Bares, Ricardo Guerra de la Peña y Adolfo Calderón Sabido. Foto de Lilia Barajas.

Macondo cerró y casi al mismo tiempo Fito me dijo que escribiría una novela. Una locura tras otra. Pensé que, como muchos, sería algo pasajero, pero continúo invitándome a su casa para conocer sus avances. En esos encuentros aprendí que Fito también es generoso con los personajes de sus textos. Nunca trató de imponerse a ellos, les permitió evolucionar a su anchas. Cuando sus personajes se volvieron autónomos, supe que terminaría la novela, poco después me entregó su manuscrito.

Quiero detenerme un poco más en la generosidad de Fito para con sus personajes. Sobre todo, con los personajes de Salvador Alvarado y Olegario Molina. El mayor reto de una novela histórica es lograr derretir el bronce que mantiene ocultos a los protagonistas de la historia. Ya sean héroes, villanos o ambas cosas, como en este caso, los personajes que pasan a la historia dejan de ser humanos para convertirse en instituciones. La historia los deshumaniza. Son presas de la invisibilidad más trágica: están a la vista de todos, pero ocultos bajo las máscaras de bronce que los libros de historia les han construido. En esos casos lo único que puede hacerlos volver a la vida es la ficción.

¿Cómo lograr conocer a una estatua como Salvador Alvarado? Allí es donde considero que Fito tuvo su mayor acierto. “Todas las noches, después de poner la traba a la puerta, en cueros, calzo mis botas y escribo. Las ideas fluyen en cuanto dejo de ser Salvador para convertirme en un simple hombre desnudo que narra”. Fito narra sin pretensiones, probablemente desnudo, y esa imagen se las dejo a su imaginación… Tuvo el acierto de desnudar a Alvarado frente a la hoja en blanco, porque frente a la hoja en blanco uno se despoja de sus nombres y cargos, nos convertimos en nuestra versión más honesta. Por eso para las presentaciones de libros prefiero tomarme un buen rato batallando frente a la hoja en blanco que venir a echar cualquier choro.

A un libro honesto le debemos, al menos, presentarlo con la mayor honestidad posible. Salvador Alvarado desnudo, frente a su escritorio, le escribe durante años a su ex esposa recluida en un hospital psiquiátrico. En la ficción de estas cartas, tanto las de Alvarado como las de Olegario Molina, las estatuas de bronce se derriten para develar la carne que quizá algún día fueron o pudieron ser. Para mí esa es mayor justicia que la que puede alcanzar cualquier texto histórico.

Museo de Antropología e Historia "Palacio Cantón". Foto de Lilia Barajas
Museo de Antropología e Historia “Palacio Cantón”. Foto de Lilia Barajas

Puede ser polémico, pero creo que en la ficción de Fito hay más verdad que en los libros de historia. Y no me refiero a las decenas de horas que pasó consultando documentos históricos, que me consta. La verdad que a mí me interesa es la de la intuición, la que me permite empatizar con un idealista y mercenario como lo fue Salvador Alvarado y con la decrepitud de Olegario Molina. Sus personajes se humanizan porque terminan convirtiéndose en lo que nunca quisieron ser, ¿acaso hay algo más humano que eso?

Desnudar a sus personajes y enfrentarlos a la hoja en blanco no fue el único acierto de Fito al escribir El mismo silencio. Hay una anécdota que, para mí, como escritor en formación, es una hazaña mítica. Fito ya tenía su novela terminada, pero según las bases de la convocatoria del Premio Estatal de Novela Corta “Tiempo de escritura”, se pasaba por muchas cuartillas. Cuando me enteré que eliminaría casi la mitad de la novela para concursar, me pareció una misión imprudente, masoquista y hasta suicida, pero funcionó. La novela se sostiene de principio a fin. Fito sabe que para escribir y salir victorioso hay que ser generoso, desnudarse y, algunas veces, tomar decisiones kamikazes.

El Fito que conocí en un taller, a quien desde antes de leerlo mis prejuicios creyeron que no llegaría a mucho, me demostró que no tener edad para algunas becas y premios es lo que menos importa. Quizá lo más profundo que comparto con él, que hasta ahora me permito confesarle, es que ambos escribimos para no destruirnos. Crear o destruirse, no hay más. Las publicaciones, los concursos y todo lo demás viene por añadidura. Entendí que para los valientes, generosos y honestos nunca es tarde para comenzar a escribir, que desde esa primera noche en el taller Fito ya era un escritor.

Repito, nuestro silencio sobrevivirá a más pandemias, hasta extinguirnos. Somos cobardes por naturaleza. Pero algunos valientes lograrán romper con el silencio, y sostener el ruido vital en más de cien cuartillas. Fito eligió construir en vez de destruirse, y lo más bonito de todo es que esta novela, como el taller en su casa y el bar Macondo, la construyó pensando en nosotros, sus amigos y lectores.

Como dije antes, para Fito la literatura es una fiesta, un bar insostenible en el que a todos nos invita compartir y celebrar.

Te admiro, amigo.


El mismo silencio, novela ganadora del primer concurso estatal “Tiempo de escritura” en Yucatán. Nitro/Press-Secretaría de Cultura de Yucatán, 2021, México.


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