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Por Dania Corona

Tlaxcala, Tlaxcala, 16 de abril de 2021 [01:50 GMT-5] (Neotraba)

Tenía 16 años cuando nació mi hermano. Lo primero que llamó mi atención fueron sus piecitos: eran tan pequeños, tan frágiles. ¡Cómo podía un ser desconocido provocar tanto escándalo en pleno 10 de mayo! Como siempre, oportuno y demandador de atención, a mi hermano se le ocurrió salir al mundo el día de las madres y toda mi familia enloqueció de felicidad, de nervios. Hace mucho no había niños en la familia. Cuando recorrí su cuerpo con la mirada y me encontré con su cara, de alguna manera genuina supe que ese “de los pies chiquitos” era el hombre de mi vida; nunca había sentido tanto amor explotar dentro de mí.

Gael ha sido desde pequeño un señor prematuro; siempre tiene preguntas profundas, propias de ser tan nuevo en la vida y siempre ha tenido una mirada peculiar. Yo sé que es sumamente sabio. Una vez se quedó mirando la noche y estalló en llanto, dijo que estaba muy triste porque antes de llegar con nosotros había sido otra persona que murió y se convirtió en una estrella. Llorando como lloran los niños, con suspiros y mocos espesos colgando de la nariz, dijo que ver el cielo lo ponía triste.

Algo que siempre me dio miedo fue no ser una hermana adecuada para él, tantos años de diferencia entre los dos harían que un día yo me fuera de casa y él no guardara recuerdos conmigo, porque no compartiríamos juguetes, no tendríamos amigos en común ni amaríamos las mismas caricaturas. Yo, por ejemplo, estaba en la adolescencia y ya había tenido mi primera borrachera, mientras él dormía en su cuna. Siempre tuve claro que nuestra relación sería distinta, que algo bueno tendría que hacer de mi vida para que él nunca tuviera carencias.

Todo cambió en poco tiempo. Ahora, mi mayor emoción es ser Rey Mago en enero, ahorrar para cada cumpleaños suyo. Además, me convertí en la señora patética que llora en cada bailable de su hijo. Incluso, cuando supe que le gustaba una niña de la guardería, sentí que su corazón desde ese momento comenzaría a dividirse y algún día el espacio que yo ocupo en él, sería más pequeño.

Pero ser hermanos, tal vez, naturalmente, implica una relación complicada. A pesar de ser una figura de autoridad ante él, siempre nos agarramos del chongo. Una ocasión, en una fiesta familiar, me pidió prestado mi teléfono, siempre quiere andar pegado a YouTube; le dije que sí, que incluso se lo regalaría, pero con la condición de comer una cucharada de salsa macha sin hacer ningún tipo de expresión o cara de disgusto por el picor.

Él tenía 5 años y nunca había probado el picante; me dijo que sí, tomó una cuchara copeteada de salsa e inmediatamente se la metió a la boca. Todo lo que vino después, hasta la fecha, me llena de arrepentimiento. Yo, que siempre juré cuidarlo, le hice la peor broma que le han hecho hasta ahora en su corta vida.

El pobre niño se puso blanco, después rojo y luego morado, tosió y comenzó a ahogarse. Corrió a vomitar al baño y afortunadamente pudo recuperarse. Me odió. Quizá por primera vez sentía odio por alguien. Mi familia me reprobaba con las miradas, “¿Cómo ella que ya está grande se atrevió hacerle eso al pobre chamaco?”. Nadie quiso hablar conmigo el resto de la reunión, ni mi mamá, ni mi abuela, nadie.

Pasado el tiempo, a todos nos daba risa la broma pesada, pero a mi hermano le costó superarlo. Nunca lo olvidó. Creí que por tener cinco años no se le quedaría grabado en la memoria, pero no, también provoqué uno de sus primeros peores recuerdos Ahora, siempre que nos disgustamos, saca a relucir que soy la peor hermana del mundo por darle salsa macha; sé que nunca lo olvidará, pasarán los años y cuando esté vieja recibiré reclamos por hacerme la graciosa.

Dejé de ver a mi familia por más de un mes porque todos se enfermaron de Covid. Mi mamá, su esposo y mi hermano a pesar de hacer cuarentena, de cuidarse como pocos, les agarró el bicho más odiado. Hace un par de días, llegué a su casa después de toda la tormenta, hicimos un maratón de películas, comimos pizza y jugué con mi hermano.

Cuando tuve que irme, me encerró en su cuarto y me dijo que aunque le haya dado salsa macha hace cinco años, él sabe que no soy una mala hermana, porque le compro pizza, porque en su cumpleaños le regalo calzones que siempre le hacen falta por estar nalgón y también le doy juguetes. Dijo que extraña ir al cine conmigo e incluso que ya sabe que cuando vamos por mole de panza al mercado de Ocotlán es porque cuando tomo muchas cervezas me da “cruda”.

Me dijo que aunque le di salsa macha y sintió horrible, me extrañaba. Luego lloró, lloró como el día que miraba las estrellas, con suspiros constantes y mocos espesos. Me dijo que ya no me fuera, que me quedara siempre con él.


Dania Corona Muñoz. Nació en febrero de 1994. Tiene estudios en Lengua y Literatura Hispanoamericana y actualmente cursa la licenciatura en Ciencias de la Comunicación. Se ha desempeñado como editora y reportera de medios locales en Tlaxcala. Fue conductora del programa cultural “Cultivarte” transmitido en Televisión de Tlaxcala, Radio Tlaxcala y Radio Calpulalpan. También se desempeñó como responsable del área de comunicación social del Instituto tlaxcalteca de la juventud de 2014 a 2017. Actualmente colabora en el medio Escenario Tlaxcala, donde cubre género, comunidad LGBTIQ+, ecología, cultura y realiza historias de vida de personajes de la región.


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