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Por Esteban Díaz C.

Tlaxcala, Tlaxcala, 31 de marzo de 2021 [00:02 GMT-5] (Neotraba)

Los rayos del sol irrumpen en tonos azules. Parece que la habitación es más fría de lo que en realidad es. Ambos permanecemos sentados en el sillón azul rey que hiciste restaurar. Según tú lo habías rescatado de un bazar. Nunca habías hecho algo así, las cosas de segunda mano no son lo tuyo, al menos eso solías decir. Yo, por el contrario, soy un hippie que lo arregla todo para reducir nuestra huella de carbono. El aire es ligero, puedo sentir cómo el oxígeno pasa por mis fosas nasales y expande mis pulmones. Todos esos tonos azules me tienen arrebatado de la realidad.

Dices algo, pero no escucho bien. Te echas a reír. Tu risa pronto se convierte en una carcajada y yo te imito seducido por tu encanto insolente que siempre me embelesa. El tiempo se detiene. Pienso que a pesar de todo somos afortunados de tenernos el uno al otro, tú te ves radiante en estos tonos añiles.

Digo algo, pero tampoco me escucho. Tal vez un te amo o un soy muy feliz o algún cliché de los que me gustan. Vuelves tu mirada hacia mí, sigues con la sonrisa en el rostro y me dices lo sé.

La luz azul comienza a inquietarme. Permanecemos sentados en el sillón azul rey que aquella vez intenté quemar con el encendedor elegante que me regalaste en navidad.  

Aquella vez justo después de distinguir un gesto que no reconocí, que a pesar de tener tanto tiempo juntos jamás habías hecho para mí.

—¿Con quién te mandas mensajes?

Pregunté entonces intentando que pareciera una plática trivial:

—Con mi jefe, ya sabes, quiere que trabaje más.

Contestaste confiada de que yo no hubiera notado nada.

Intentaste cambiar la conversación, pero no funcionó. Todo terminó cuando suplicaste que me calmara y bajará el encendedor después de que rocié de alcohol el sillón. Me convenciste de que no existía nada, que todo estaba en mi cabeza, que estaba loco.

Solíamos odiar las mismas cosas: que la gente comiera con las manos, que el timbre de la casa sonará una sola vez cuando alguien nos visitaba, que el café estuviera frío por las mañanas y hasta que un desconocido quisiera conceder un abrazo como gesto de amabilidad. Lo único que no compartíamos era la música, tú siempre con tus canciones de viejita, y yo haciéndome el cool presumiendo, a la menor provocación, a mis bandas que nadie conoce.

Besos por la mañana entre sabor a café y pasta de dientes. Reyertas por la tarde. Rencores por la noche.

El viaje a la playa nos hacía falta, eso pensamos. Remojar las heridas abiertas en el agua salada obraría a nuestro favor. Hacer las maletas ligeras, llevar lo necesario era esencial para dejar descansar nuestra voluntad implacable, reconectar y volver al génesis de nuestras emociones de allá por el 2000.

Caminamos por la arena húmeda, las olas apenas si tocaban nuestros pies y cuando lo hacían borraban las huellas que dejamos al pasar, como un presagio.

—Estoy embarazada.

—¿De mí?

Salió de mi boca mucho antes de que pudiera reaccionar, quise corregir mi pregunta con un titubeo inexpresivo, era demasiado tarde. Imaginé encontrar una mirada iracunda pero encontré lágrimas.

—No lo sé.

Un calor de repente salió de mí, me oprimía, me sofocaba y se convertía en rabia. Pero explotar no estaba dentro del plan. Domé el calor, respiré, aunque tampoco podía razonar:

—Y, ¿qué quieres hacer?

—No lo sé.

Te abracé, seguías llorando, sostuve tu mano y caminamos de vuelta al hotel. El regreso a la ciudad fue aún menos soportable. Estábamos torpes, distraídos, desorientados. A pesar de creer que todo está bien, pertenecía a nuestra lista de quehaceres preferidos.

El aborto vino pronto, espontáneo al parecer. Tú no pudiste recuperarte de tu pérdida. Yo no puede recuperarme de tu infidelidad.

Dos témpanos de hielo se separaron del glaciar.

Los tonos azules se desvanecen mientras recupero la conciencia. Tonos rojos ahora noto, escucho gritos que me dicen que no me mueva cuando intento levantarme. En mi mano izquierda hay una bolsa con hielos que se han derretido casi hasta la mitad.

Y tú apareces una y otra vez en mis espejismos. Es la primera vez que te veo realmente feliz.  


Esteban Díaz C. nació en 1984 en Tlaxcala. Es maestro de ciencias y ha dado clases durante diez años en diferentes instituciones educativas. Es narrador tlaxcalteca. Se inició en la escritura después de asistir a los talleres realizados en el Centro de las Artes de Tlaxcala en 2019 y 2020.


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