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Morelos, 31 de marzo de 2024 (Neotraba)

Siempre ese momento de pausa, tenso, inevitable, prometedor, terrorífico.

Total soledad en medio de un barullo implacable. Está a tan pocos centímetros que puede oler el polvo de la tela; no se puede nunca sacudir por completo esa pesada extensión de imitación terciopelo…tampoco hay quien se afane en ello.

Las manos se mantienen en posición… no hay naturalidad en ellas; casi rígidas a causa de la espera. A la sonrisa le ocurre lo mismo, pero le dieron el último aviso y tiene que estar a punto para cuando la luz le dé de lleno y con ella las miradas expectantes de toda esa gente ¿cuánta gente? No le gusta sumarse a quienes espían para saber quién se encuentra esa noche, así que cada vez fantasea con la idea de que está lleno, saturado de todas aquellas personas que le encantaría que vinieran. Por suerte la luz de frente nunca le permite ver más allá del primer metro, así que su fantasía se mantiene hasta que finalmente sale a la calle, demasiado tarde para que algún entusiasta siga esperando para darle felicitaciones, un regalo, unas flores. A veces llega con sus propias flores al teatro para salir al final a la calle con el ramo y caminar con orgullo de artista de regreso a casa.

Esa pausa antes del inicio se extiende, irreal, fantasmagórica.

Siente el olor del maquillaje y el fijador de cabello. Siente, por supuesto, el olor del vestuario que mezcla el esfuerzo de cada paso, la adrenalina y ese estado cercano al pánico a punto de empezar.

En esa pausa que dilata el tiempo caben tantas cosas, tantas dudas, recuerdos… primero repasar el arranque, giro, desplazo, deslizo, deslizo, giro. Desde la adolescencia el DeslizoDeslizoGiro le hacía sentir importante, capaz de hazañas especiales, más allá de la mundana cotidianidad. Ahora, en esa oscuridad incierta poblada de fantasmas y jirones de voces, la mundana cotidianidad le respiraba en el cuello, sugiriéndole salir corriendo, dejarlo todo, abandonar la necia insistencia de pelear por un lugar en la duela y perderse lejos de todo… si tan sólo empezaran ya; sin tan sólo reventara el primer acorde, derramando la luz sobre su cuerpo y pudiera dejar de pensar para simplemente extenderse en el espacio, músculos traspasando los límites de la piel, extremidades filosas en cada dirección, curvas sinuosas y líquidas en cada giro. Permitir que el cuerpo sepa primero, que la conciencia entre por los poros y no por esa cansada cantaleta que durante la pausa previa no puede despejar de su mente: –¿y si no…? ¿y si no clavo el salto? ¿y si falseo? ¿y si no vino nadie a verme? ¿y si no hay nadie? Pero eso no puede ser… alcanza a escuchar las voces, las risas, los carraspeos; entonces seguro hay alguien del otro lado…pero ya no los oye tan claramente; hay un zumbido que le surge desde adentro y aturde sus sentidos… ahora piensa que tal vez se imaginó las voces; tal vez no estaban ahí, tal vez sólo las pensó y en realidad no hay nadie del otro lado… y tampoco entre las piernas. Quiere voltear a los lados, ver al resto de sus compañeros esperando el inicio, asomados a escondidas, agitando los pies para relajarse, pero sabe que debe mantener la vista al frente, no desviar la mirada de la tela roja ¿Es roja realmente? En esa oscuridad no alcanza a distinguir ningún color; de hecho, ya no alcanza a distinguir la tela. El zumbido le da vueltas dentro de la cabeza y hace que sienta que su cuerpo gira… está inmóvil en el centro del espacio pero siente que cae…vértigo de no saber qué es arriba y qué abajo. Tampoco distingue el pasado del presente ¿Ya empezó? ¿Empezaron sin que se diera cuenta? ¿Alguna vez empezó realmente? ¿Algún día se ha abierto el telón, han encendido la luz, ha sonado algo? ¿O se lo ha imaginado desde siempre sin que haya ocurrido nunca? Tal vez ha estado de pie ahí, imaginando lo que pasaría si realmente empezara la música, pero en realidad cada función ha ocurrido sólo en su mente. No se ha movido de ahí; ha estado con las manos quietas, los dientes fijos en la tensa sonrisa; nadie a su alrededor que le avise que puede descansar, que no tiene sentido insistir, que del otro lado nadie espera, que lleva en ese quieto empeño días, meses, una vida dedicada a esa estéril inmovilidad.

Pero es libre de irse cuando quiera. Si lo decidiera podría relajar los brazos, daría la media vuelta y se iría por el fondo hasta la puerta de la calle. No pueden obligarle a seguir ahí. Si no hay nadie que le avise tampoco hay nadie que le obligue.

Tal vez lo haga; tal vez se rebele y salga corriendo, gritando, cantando. Lo que le dé la gana. El engaño ha llegado a su fin. Esa fantasía de esperarlos a todos, que todo esté en su punto para arrancar, quedarse ahí a su merced hasta que estén sentados, listos, quietos, los dedos en los interruptores preparados para accionar, las cuerdas del cortinero a punto de deslizarse. No sabe cómo pudo creerles durante tanto tiempo; caer en la farsa de que todos estaban ahí para lo mismo, que todos aguardaban con igual expectativa ese banderazo de salida. Pero ahora ve claramente el engaño ¿Qué ganan con eso? No lo sabe, pero no le importa. Ahora que lo ha descubierto, el zumbido en su interior se tiñe de rojo rabia. Se los imagina burlándose a sus espadas. Haciendo apuestas de cuánto tiempo más mantendrá la posición, la ingenuidad de confiar en la colectividad del espectáculo ¡Qué furia! El gusto inicial que tuvo por ser quien empezara la función se vuelve ahora en una insoportable convicción de estar haciendo el ridículo… ¿Ante quién? Qué confusión. ¿Es la fuente de diversión de los demás que miran, que espían y se burlan de su tenacidad? ¿O está a solas, en medio de ese espacio enorme, oscuro, sin paredes ni tiempo?

Da lo mismo. No piensa seguir esperando más. Su cuerpo está agarrotado por haberse mantenido inmóvil durante centurias, pero en cuanto recupere el control sacudirá los brazos al aire, se liberará del peinado y del vestuario (sus olores e incomodidades) y saldrá a buscar los ramos secos de flores para saber si se los compró realmente o sólo imaginó comprarlos.

No le responde el cuerpo: está entrenado para mantenerse firme más allá del cansancio; la retirada implicará un esfuerzo nunca antes hecho, pero no piensa ceder. Siente el sudor de la insistencia correrle sobre la sien, caer al hombro y deslizarse por la axila.

La respiración sí le obedece, ha podido acelerarla y si sigue así tal vez pueda hacer sonar su voz; tal vez un quejido o una exclamación rompa esa quietud y le permita salir de una vez por todas de esa pesadilla. Sí, lo siente formarse en la garganta. Es la liberación que viene en forma de sonido. Escuchar su voz hará que todo termine por fin. Sube caliente, por sus cuerdas, magma que alcanza su lengua… los labios tensos se despegan milímetro a milímetro y en la última bocanada del silencio…

Luz…

Música…

Telón…

Giro, Desplazo, Deslizo, Deslizo, Giro.

El vacío se colma de golpe. Unos segundos más tarde ya no recuerda el abismo de la espera. Sólo tiene cansancio y plenitud. Al terminar saldrá con el cuerpo lánguido y el hambre desatada. Dormirá sin sueños como corresponde a un ser exhausto. Y no volverá a pensar en la espera previa al arranque… hasta que se encuentre a tan pocos centímetros que pueda oler el polvo de la tela.


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