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Por Carlos Sánchez

Hermosillo, Sonora, 14 de julio de 2021 [01:01 GMT-5] (Neotraba)

Capítulo tres

Santa Ana es un pueblo donde se dividen las vías del ferrocarril. Hacia el norte se encuentra la sierra. Hacia el poniente, el desierto, la vegetación que en verano arde de un verde intenso. Con el sol a plomo la máquina deja de avanzar. El trenero me dice que debo caminar algunos metros, después regresar al tren, pero ahora viajar en el furgón que mejor me acomode, ya no en la cabina, porque desde ahí los retenes de soldados se intensifican, los inspectores de Ferrocarriles llegan en el momento menos esperado. Lo veo y es la mirada de un padre, me estrecha la mano. Antes de partir me obsequia en una servilleta un par de tortillas. Camino sobre los durmientes de las vías, desciendo en cuanto un árbol se aparece en mi caminata. No sé cuántos kilómetros he recorrido. Descanso. En lo que cuento las hormigas que se hunden en un hoyo de la arena miro venir un desfile de migrantes. Van con sus mochilas al hombro, en sus pasos llevan puntual la esperanza, el deseo de avanzar. Intento encontrar a Jacinto Santamaría, el centroamericano, pregunto a los que marchan si saben algo de él, nadie dice nada, el silencio es indicio de temor. Caminan sin voltear. Los veo perderse entre una vereda donde el sol es un fogón.

Cómo es que a un migrante le acompaña una criatura, me digo al ver andar a una niña por el desierto, de la mano de quien tal vez sea su padre. Y llegas en mi recuerdo. Te veo una tarde sobre el columpio del parque a espaldas de catedral. Comes una nieve. Tiras el cono cuando ya te enfada el sabor. Tu vestido rosa manchado de chile, las correas de los huaraches dibujan en tus pies líneas de polvo, se mezclan con sudor, forman una textura de lodo. Tienes el pelo encima de los ojos, te conviertes a la menor provocación en una cabra que salta los resbaladeros, los pasamanos, el carrusel que no funciona, inservible su máquina impide que la taquilla se abra, no funciona, muchos años ya descontinuado, y recuerdo esos días de infancia pasear encima de él. Ahora lo abandonan al óxido, sin embargo, en tu cuerpo el carrusel es perfecto, lo trepas con tu sonrisa permanente. Trotas estática, avanzas en tu imaginar, vuelas con la mirada, de pronto levantas una mano, saludas, tiras un beso al viento, sonríes, saludas de nuevo. Tu pelvis se mueve con cadencia, el lomo del corcel que domas se encaja perfecto en tu arco de piernas. Eres la tarde serena, el preámbulo de una noche en domingo. Espontáneo tu placer, efímera la imaginación que inventa giros en el carrusel, desciendes por impulso y caminas hacia el quiosco, lo trepas, desciendes, caminas hacia el prado, en tu desliz tocas con las pupilas un puñado de globos, con tu olfato disfrutas el sabor de dulces de algodón, elotes cocidos, cacahuates enchilados, mangos con limón y sal. Tropiezas con una bicicleta estacionada debajo de un árbol, la trepas, pedaleas, tu vestido se abre en cada vuelta de tus pies sobre el centro de la bici, te desplazas y un niño te persigue con sonrisa solidaria, has tomado su juguete y en silencio apresurado vigila por si un dislate en tu cuerpo te hiciera perder el control y arrojarte hacia el suelo, él tomarte de las manos y hacerte andar de nuevo. El niño es mayor que tú, se convierte en protector, lo explica con su mirada, celebra el atrevimiento, tu acción al tomar el vehículo sin pedir consentimiento, el niño festeja tu familiaridad con los cuernos de la bici, ergonómicos en tus manos, felicidad la tuya que se prolonga hacia él, hacia a mí, hacia todos quienes observamos tu habilidad de malabares entre las veredas de la plaza, tu vuelo una sonrisa permanente. Te miro intrépida, sumergida en el laberinto que la gente construye en la plaza. Culebreas por el concreto, el césped, la tierra, ahora al ritmo de campanas, ocho golpes para decir la hora en que se han de abrir los oídos al sermón dominical, ocho veces el metal en ruido y su eco musical que te provoca un baile sobre ruedas, te mueves divertida, eres una tabla sobre las olas, un cohete navideño llamado buscapiés. Estallas en el cielo. Linda coincidencia el halar de la cuerda para mover el mazo sobre el metal de la campana, ocho veces, uno por cada año que llevas en la emoción de mis ojos, mis manos, mi respiración, mi lengua a cada instante de nombrarte, ocho campanadas que me hacen reparar en la presencia de la noche e imaginar que te tomo de la mano, que te subo en mis brazos para aventarte al viento como un pájaro que aprende a volar, como una Catarina cuyas alas se cimbran y se impactan en mi frente.

De a poco la plaza se vacía de tu espontaneidad, el carrusel recupera su inactividad, el niño recupera su bicicleta, yo recupero mi soledad y me dispongo a contar los días, ocho otra vez, rezar para que la suerte llegue, encontrarte de nuevo es tirar una moneda al aire, ojalá pronto la moneda toque tierra. Pronto, que el sol caiga con la cara al sol. Que la suerte me complazca la alegría, que me encienda las pupilas, verte, encontrarte otra vez. Imaginar.


En el mar de tu nombre, novela de Carlos Sánchez. Nitro/Press – IMCA Hermosillo, 2021. México.


Carlos Sánchez. Foto cortesía del autor.

Carlos Sánchez (Hermosillo, 1970), escritor y periodista. Autor de varios libros en diversos géneros: crónica, novela, cuento, dramaturgia, entre los que se encuentran Matar y La ciudad del soul en Nitro/Press. Imparte talleres de escritura en diversos penales de Sonora.


Para adquirirlo en la editorial: https://nitro-press.com/9786078805006

En Mercado Libre: https://articulo.mercadolibre.com.mx/MLM-926367485-en-el-mar-de-tu-nombre-2021-carlos-sanchez-_JM#position=28&search_layout=stack&type=item&tracking_id=eb830c44-260c-447f-ac74-8e4272f1c48e


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