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Por Adolfo Calderón Sabido

Mérida, Yucatán, 15 de enero de 2022 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

Capítulo 36
Olegario Molina

Te tiembla el párpado al ver en el espejo la telaraña de venas en tu piel traslúcida y los alambres blancos en tu miembro flácido, al que la vejez ha vuelto un entresijo de piel que cuelga entre tus piernas. Silente, luchas con tus pensamientos que intentan viajar al recuerdo para revolverte los intestinos. La nostalgia hace que lo tengas todo claro y que entiendas de una vez por todas que de nada sirve arrepentirte.

Pensaste que la vida era una obra de teatro en la que tú eras el director y en la que todos debían actuar de acuerdo con el guion que dictabas. El presente se te cae de las manos. No puedes frenar la jugarreta infame de tus emociones ni el febril temblor de tus manos. Tu cabeza está llena de las llagas que tú mismo te infligiste al arrancarte las costras de seborrea. Eres la colección de achaques de un misántropo mezquino y esmirriado. Presión en el pecho, cuerpo cansado, pesado, irritable, hastío, tiroides, diabetes. Crees ser únicamente el escarnio de cuantos te conocieron. Lo que más duele, Olegario, es que eres la decepción de ti mismo.

¿Ya ves que no todo es cuestión de dinero? Ahora dime, ¿cómo vas a resolver el hedor de la vejez, que apesta como un cadáver abandonado?

El calor de la habitación te hace retroceder al mes de febrero de 1906. Recuerdas el arribo de don Porfirio al puerto de Progreso, la caterva de lambiscones, la legión de besamanos, la fila de huelepedos que te llenaban de parabienes.

El recorrido en el Adelantado de Montejo en carruajes elegantes, la llegada a Mérida en una estación improvisada, la opulencia de las casas, el lujo de las mujeres en traje sastre de anchas enaguas, los coloridos hipiles bordados, la blancura de la ropa de los indios, que pulcramente ordenaste vestir para guardar las apariencias. El momento en el que el presidente y su séquito pasaron por aquella interminable serie de arcos magníficos. Los coches que seguían al visitante poderoso y distinguido. El carruaje elegante jalado por caballos negros pura sangre donde tú y el visitante distinguido, poderoso, Porfirio Díaz, en traje negro y ambos con sombreros del mismo color, saludaban levantando la mano al mar de gente que parecía infinito. ¿No te acuerdas que hasta les confeccionaste ropa nueva a los peones que conocerían y pusiste a un grupo de ellos en viviendas decorosas alejadas de la verdadera realidad que vivían todos los días? Pero lo que no pudiste maquillar fue la tristeza y la explotación fijadas en el rostro y las pieles quemadas y humilladas por las horas de sol.

Presentación de “El mismo silencio” en Uy! Nos salió un libro, conducido por Mauricio Bares

¡Viejo! Odias esa palabra que antes sentías tan ajena. La vida para ti era ansiedad sádica, acelerada por el poder. Mírate ahora: lento, la epidermis llena de manchas y la tos flemosa. Pero fuiste más allá, te empeñaste en acumular más y más. ¿Recuerdas cuando esa ansiedad te hacía salir del baño, incluso cuando todavía la espuma del jabón resbalaba por tu cuerpo? Tu mirada, que antes hacía temblar a cualquiera, hoy se ha vuelto opaca y timorata. Tú, que no parpadeabas al tomar una decisión ni en los momentos difíciles. Tienes pelo en el bigote pero tu cabeza está calva. ¿Qué puedes hacer ante el millar de grietas en tu cuerpo? Por supuesto que nada, sólo aceptar la vejez con resignación. ¿Pero qué resignación puede tener Olegario Molina, quien llegó a ser el titiritero mayor de Yucatán?

Odias cuanto te rodea en la casa, lo que lees en la prensa. De poco ha servido tu posición que puso todo a tu alcance. Hoy estás convertido en un guiñapo. Giras en la cama con los ojos cerrados. La habitación se retuerce en el calor de la tarde. Fallaste en lo más elemental. Hay algo peor que ser viejo, porque el tiempo es una trampa para tramposos como tú, Olegario. Lo que te asfixia es saber que, a pesar tuyo, nada ni nadie te extrañará y que, aunque siempre trataste de ganar en todo, en esta partida que está por terminar, perdiste.

¿Quieres la respuesta que estabas esperando? Te la diré de golpe. Eres un fracasado. Te cubres con la sábana, sabes que este no es el fin de la historia, te acurrucas en posición fetal y sueltas lastimeros ronquidos.


El mismo silencio, novela ganadora del primer concurso estatal «Tiempo de escritura» en Yucatán. Nitro/Press – Secretaría de Cultura de Yucatán, 2021, México.


Adolfo Calderón Sabido. Foto cortesía del autor.

Adolfo Calderón Sabido. Nació en Tixkokob, Yucatán. Egresado de la Escuela de Escritores “Leopoldo Peniche Vallado”. Abogado, maestro en Administración Pública por la Universidad Anáhuac Mayab, diplomado por el Berkeley College de Nueva York. Ha publicado los libros Enjambre y Textos enajenados y otras dispersiones, ambos en 2016. Forma parte de la selección de Atorrantes, colección de autores yucatecos (2018) y de Palabras y miradas II, antología dedicada a Mérida. Ganador del Premio Estatal “Tiempos de Escritura” con El mismo silencio en la modalidad de novela corta. Su lema: Escribir es una trampa para tramposos. Foto: cortesía del autor.


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