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Por Javier Gutiérrez Ruvalcaba

Ciudad de México, 3 de mayo de 2023 [00:05 GMT-6] (Neotraba)

Amanece y parecen invitarse mutuamente con gestos ceremoniosos a cubrirse con el manto de piedras cortadas por nubes que destilan alegría. Estruendo de enfados, tímidas brumas que parecen gozar muchísimo. El tiempo yace horizontal hasta el fin de los espectadores. Juego retozón en la magnitud del jardín, armonía desigual con bellas demostraciones de movimientos vacíos. Fenómeno azul como redondo silencio. Basta dimensión del fenómeno meramente fisiológico. Reacción psíquica en el aleluya. Sus madres y suegras les dieron una función llena de sentido para que crecieran bajo sus alas. Buscaron afanosamente el instinto inmediato de conservación. La nostalgia rebasó un sentido de ocupación vital. Anochecieron en un paraíso perdido, diciéndose uno al otro: “Hemos dicho demasiado poco, miremos el verdor que se va en cada sombra luminosa”. Pasado el elemento inmaterial, los musgos de la plazuela alzan la vista como espíritus miopes. Piensen lo que quieran, el caso es que el manzano, árbol de allá y aquí, con su verdor perpetuo clasificara sus primitivas intenciones, como un espejo translúcido. El profundo carácter sacro lo convirtieron en un síndrome. Palpan las paredes del recinto inextricable, en la frontera de la tristeza desatada. Voces líquidas danzan bromas vesperales. Deseo de belleza, canto sutil de placer en vivencia del acto sagrado que se siente como prodigio de la embriaguez. Arroben el vellón del peral arrebatador. Animen competiciones de savias seminales.

De entre la danza y la aproximación de los sexos en cada fiesta de primavera, decantan estupor. Palabras de fuego, de placer. Lo que encienden, lo que cimbran, enlazan con el arpa. Eólica atracción y repulsión, mientras cimbra el viento. Su calma y su actitud desfilan en competiciones de agudeza y virtuosismo.

Ella bebió en un reflejo de las islas Boeroe y Babar. Gracias a su amabilidad, tú tañiste las lajas de candela en un canto festival alternado. Tú y ella se sentaron frente a frente y cantaron, alternativamente, con acompañamiento de piano en trances circulares. En la hoguera que reflejan especies vegetales aúllan líquidos de raíces encendidas, luego fluyeron sus pálpitos. Golpean y contragolpean, preguntan y responden, gritan y callan. Encienden la radio y se escucha una canción de cuna de Johannes Brahms. En cada juego de palabras repiten, una, dos, tres veces lo mismo, De profundis. Recordaron aquel árbol que sembraron en 1990 y hoy tiene sus ramas secas, duras y cenizas. Otorgan asonancias cada 14 de febrero, para resistir hasta el final. Tienen que lograrlo, aunque el amor no es infinito. Su relación está basada en insinuaciones eróticas, sus deseos se estremecen, palpitan sus entrañas como versos rimados. Ir y venir, vaivenes de largos viajes, tú al poniente y ella al oriente. ¿En qué lóbrego hotel hicieron por vez primera el amor? La felicidad fabrica enemigos, se perciben en la incertidumbre de las pesadillas. De la fotosfera bajaron los hexagramas delatores, volaron como papalotes a la víspera. Unos navegaron por el Itapecuru, los restantes se repartieron entre los cuatro elementos. Tierra y aire, ella; fuego y agua, tú. Mientras dormías, a ella la contemplé desnuda.


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