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Por Gaby Bandala

Puebla, México, 3 de mayo de 2023 [00:10 GMT-6] (Neotraba)

Es muss sein

Tiene que ser

Ludwig van Beethoven

Los griegos lo llamaban Ananké. En los sueños de muchos es una muralla infranqueable, en otras mentes es una cortina de fuego que nada apacigua. Necesidad, compulsión, inevitabilidad. Ananké es una fuerza cósmica que rige los movimientos de los planetas y las estrellas. Es una serpiente alada que impone las leyes del destino a los seres humanos: imposible que alguno de nosotros pueda escaparse a su “huella de arrastre”.

El caso es que ni Edipo con su honor y sabiduría, ni Sísifo con su astucia, lograron vencerlo. Cruel, indigno, sorpresivo e irracional, así es el destino. Incluso, algún Dios le tuvo miedo: “deja que pase por mí este cáliz”, y la respuesta fue: no. La impronta para nuestra salvación era su angustia, su sufrimiento y su muerte. Ese día, el destino burlón se paseó entre judíos y romanos con un palillo entre los dientes.

Eran las 6:45 de la tarde de un viernes, llegué a una cafetería a encontrarme con un amigo de la juventud. Lo esperé alrededor de 15 minutos, lloviznaba en la ciudad y, aquí adentro, caía un aguacero. Los amigos y las amigas son un ungüento para el mal de amores. Hacía varios años que no nos veíamos, de manera esporádica nos enviábamos algún mensaje para saludarnos, ese día su presencia no iba a traer buenas noticias.

Y es que la plática que abrió nuestro encuentro confirmó lo que ya me había dicho días atrás: su hijo había fallecido. Una extraña enfermedad invadió su sangre y, después de una larga agonía, se había ido al lugar a donde van todos los sueños. Me conmoví, lloramos, lo escuché con el corazón, pero el mutismo en el que me encuentro desde hace un mes, se exacerbó: no supe que decir. Él ha comprendido que a veces las palabras sobran, que todo sobra ante la abrumadora incógnita de muerte.

Le conté de mis pesares, me escuchó sensato y atento, no emitió ningún juicio, no minimizó mi sentir. Un corazón roto nada tiene que ver con las idas y venidas al hospital, con los síntomas de una enfermedad o con un cuerpo que se va deteriorando hasta extinguirse. “No, no tiene nada que ver, pero, también duele, y si te duele a ti, es importante” –me dijo–. Prefirió no darme consejo alguno, todas las palabras sobran ante la abrumadora incógnita del amor. “Hay dolores que son inevitables, sin importar lo que uno haga, las cosas tienen que ser así. Otros dolores son negociables. Negocia con el destino en tanto puedas: elige, decide, se libre”.

Ulises, Aquiles y Orfeo fueron grandes negociadores del destino, ninguno logró imponerse a Ananké, sin embargo, todos ellos encontraron un resquicio para vivir la libertad, para hacer o para no hacer.

Ulises logró vencer al cíclope Polifemo y regresar a casa. Aquiles, gracias a su amistad con Patroclo, no murió en la guerra de Troya. Orfeo pudo reencontrarse con Eurídice y convenció a Hades para llevarla de vuelta al mundo de los vivos.

De repente, la tormenta cesa, otras veces, es un huracán, pero aquí estoy, sobre la cresta de una ola o navegando en paz. No seas implacable Ananké: permite que me reconstruya, comenzar de cero. Ante lo inevitable del sufrimiento, quiero reír, bailar, gozar, tomar el mando.


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