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Por Adán Medellín (@adan_medellin)

Ciudad Tula, Tamaulipas, 20 de mayo de 2020 (Neotraba)

La madrugada del 5 de mayo de 1976, cuando volvía de una función de cine, Haroldo Conti fue secuestrado por seis hombres armados en su casa en Buenos Aires. Decían que el escritor argentino era un agente subversivo y su último libro, Mascaró. El cazador americano, que había ganado el Premio de Novela Casa de las Américas 1975, también había sido revisado por sus ideas contrarias a la dictadura militar que imperaba en su natal Argentina.

La trayectoria de letras de Conti siempre choca con el tristísimo final de su vida. Tras su desaparición aquella noche, amarrado de pies y de manos, con un cuento recién terminado en la mesa que logró ser salvado de la destrucción (“A la diestra”), el escritor nunca volvió a ser visto, pese a la petición de indulto de algunas figuras públicas en su país y la exigencia de información de su paradero hecha por escritores como Gabriel García Márquez o Roberto Fernández Retamar.

El caso Conti es uno de los ejemplos más oscuros e irracionales del terrorismo de estado para silenciar a las voces de la diferencia en la literatura. Pero vale decir que el oficio narrativo de Haroldo se sostiene libre y firme más allá de sus simpatías políticas. Es una ráfaga de aire fresco en tiempos de confinamientos y cerrazones mentales. Educado en el self-made-man a la usanza de Hemingway o Quiroga, lector de Pavese, los cuentos y las novelas de Conti trazan el itinerario vital de un hombre inquieto que abandonó el seminario entre fuertes dudas ideológicas para navegar por la vida de todos los modos posibles.

Piloto comercial, transportista, profesor de latín, guionista, asistente de dirección, navegante de barcos, escritor y hasta cajero. Todos esos fueron empleos de Conti, quien se decía escritor sólo cuando estaba escribiendo y elevó a categoría de territorio literario su pueblo natal, Chacabuco, en las afueras del Gran Buenos Aires. Sus cuentos están invadidos de los ecos del terruño, de los parientes nostálgicos, de los inventores desaforados, de los jóvenes que anhelan irse en trenes a las grandes ciudades, de marineros estacionados en tierra, filósofos errantes y también de quienes incuban las ideas de una revolución que pudiera transformar una realidad social de desigualdades.

Conti fue premiado en México, en Cuba, en Argentina, pero debió persistir de empleos temporales y clases de secundaria durante gran parte de su vida. Si bien escribió siete libros notales en su carrera truncada por la violencia política, mi parecer es que el espíritu de Conti, que podría resumirse en la figura del Homo viator, el hombre del camino en un nostálgico vagabundeo existencial, se aprecia mejor en sus cuentos (donde hallamos joyas como “La balada del álamo carolina”, “Ad Astra”, “Todos los veranos”, “El último” o “Cinegética”) y en su primera novela, Sudeste.

Hay en ellos una prosa cuidada hasta la brillantez del hueso, un ritmo que es sentimiento del tiempo perdido que se recobra en la evocación y la melodía oral, una apuesta por la “pobreza estilística” de quien avanzó para despojarse de toda grandilocuencia para contar sus pequeñas historias en una voz baja que perfeccionó continuamente. Quizá por ello, cuentos tan bellos como “La balada del álamo carolina” o “Como un león” son ahora lecturas obligatorias de los niños y adolescentes argentinos, amén de que el escritor ha dado su nombre al Centro Cultural de la Memoria de su país. Asimismo, pueden hallarse dos filmes interesantes sobre su persona: El retrato postergado (Dir. Andrés Cuervo, 2009) y Homo Viator (Miguel Mato, 2008).

A Conti, en lo personal, lo he abrazado como un compañero y maestro de escritura cuyo espíritu he dejado latente en algunos de mis cuentos. También lo llevé conmigo a la hechura de mi Blues vagabundo, donde susurró su melodía con un epígrafe: “El que anda solo como yo, siempre canta alguna cosa”. A Haroldo le debo igualmente la inspiración de un viaje para nadar y conocer El Tigre y las islas del Delta a las afueras de Buenos Aires.

Que el sencillo homenaje a Conti en estas líneas lo recuerde para sus lectores presentes y futuros en un mes que siempre puede hablarnos de este gran narrador perdido prontamente. ¿A dónde habría llegado Haroldo? ¿A escribir otra de las grandes novelas políticas del pasado siglo XX? ¿Habría regresado al mundo suave y conocido de su amado Chacabuco? Lo seguro es que se habría lanzado al camino como todos sus entrañables personajes. Precisamente este próximo 25 de mayo se habrían cumplido 95 años de su nacimiento.

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