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Por Audomaro Hidalgo

Hermosillo, Sonora, 07 de julio de 2022 [00:01 GMT-7] (Neotraba)

Figurilla mexicana

Te ofrezco las mazorcas solares de mi mano izquierda. Siembra los granos o muélelos como sesos de gorrión o dientes. Bajo la luna, mis mazorcas son una almohada de brasas donde puedes reclinar tu sueño. Pero no esperes de mí días de guardar, porque yo pertenezco a la intemperie. Mis collares y ajorcas no brillan, son talismanes para convocar las corrientes nocturnas, o apaciguarlas. Como las sonajas y cascabeles del viento en el follaje, como la cascada que rompe sus huesos de espuma contra las rocas, como los chillidos del ave que estrían la noche, así se escuchan, así suenan mis alhajas sin resplandor. Mi linaje es una genealogía de raíces. Estoy desnuda de nombres. Nací hace mil años pero soy más joven que tú. Mi mano derecha conoce la humedad anterior al tiempo. Con ella podría cubrir mi sexo, arrasado y limpio como un pastizal después del incendio. Mi sexo fue abierto por la más fina hoja de obsidiana hallada en las montañas. Introduce tus dedos en mi riachuelo de sangre, moja tu ser con la substancia de mi ser. Los cristales rotos que flotan en mi sangre también son tuyos. Ven a mi patria de sombra, ven a mis aguas boreales; húndete, sin remos piérdete. Vuelve a caer a la tierra de mis entrañas vacías, de donde naciste y adonde todos habrán de volver. Mira tu vértigo multiplicado en mis espejos más profundos. Yo te ofrezco las imágenes más remotas de ti, el don de vislumbrarlas un instante y acaso poder nombrarlas para que recobres tus cuerpos que arden como mazorcas en mi patria sin límites. Como una ostra aislada y expuesta, en mi centro palpita tu núcleo salvaje.

Agua quemada

En mis venas escucho el lenguaje de la tierra, herencia de sílabas que mi abuelo sembró en mi sangre, cada tarde sin saberlo. Yo nombro el mundo con esas letras, canto la semilla, ese instante en que se abre y es raíz umbría y certera flor al alba. Yo no tengo méritos, tampoco rasgos físicos ni argumentos. Mi biografía es el testimonio de mis sentidos, la substancia de mis sueños.
En mí disputan el agua y el fuego, espadas que se reconocen, se odian y se desean. Quieren poseer a su turno el tridente de llamas hundido, la hoguera de agua insaciable. Me llevan en andas como a un ídolo por las calles de un pueblo, adelante me dejan caer con más fuerza para comprobar la materia de la que está hecho mi ser. Como el campesino que trabaja una jornada bajo el sol, me dejan exhausto, hacen que muerda el fango, me muestran lo que desconozco de mí, el lado oculto de mi rostro humillado.
Es un diálogo de pólvoras enemigas, el incendio que esconden dos piedras que se acarician, los vínculos que el viento establece en su peregrinación en busca de formas que apenas conquistadas, se disgregan como arquitecturas de arena. ¡Oh la vocación de cambio del viento, imantado su oleaje por el sol de la intemperie, en la cúspide de sí mismo!
Soy la voz y los oídos del agua que arde.

Barcas sumergidas

De pronto, ingreso a las brumas que ascienden por los acantilados de mis sueños. Crece el agua y en ella no escucho mis pasos torpes sobre un camino de guijarros. No sé si son brotes de luz o algas vestidas de espinas lo que se agita. Vagamente escucho chillidos de pájaros cuyo ámbito es el mar y ese otro mar de los mares, el océano.
Es pesado mi andar y bajo el agua algo me golpea, algo que no sé nombrar pisa mis pies y me daña, abre cicatrices dormidas. Detrás de las rocas, cuyos lomos el sol de las estaciones no acaricia, ascienden voces terriblemente tiernas, un canto extrañamente casi humano. No sé dónde estoy, en qué país de soledad me encuentro. Busco mi principio, el manantial que irriga como otra sangre mi ser. Esa fuente que me pertenece, su brotar incesante que obedezco, entre muros de cobardía que he alzado, entre diques hundidos, comidos por el moho de los años y el olvido. Pero no hay olvido, porque los que amé vienen a mí como una dormida procesión de barcas. Rozan y golpean mi cuerpo. Por el fuego azul de un tatuaje, por la joven corriente de cabellos desatada, por la dura memoria del trabajo en una mano que toma un instante mi mano, por la frente que a tientas acaricio, y es mi padre, los reconozco, nuevamente puedo vivirlos. Hablo con ellos, les digo adiós mientras a mis espaldas se hunden, troncos que viajan ligeros, en una masa de líquida oscuridad sin fondo.

Lejano interior

Desde algún lugar algo o alguien se lamenta, escucho mi nombre como un eco. Doy vueltas y vueltas, desde hace tiempo doy vueltas y no desemboco. Voy de ningún lado hacia ninguna parte. Salgo de un corredor y me descubro en un largo pasillo. Tropiezo conmigo, con los que he sido. Las manos no son asideros. Ando a tientas. La salida es hacia dentro. Hay que perforar los muros. Hay trozos de piel que crujen como cáscaras bajo mis pasos, como ramas secas crujen. Voy a los tumbos. Subo escalones y bajo a los sótanos del deseo. Hay persianas que nunca han sido abiertas. Del otro lado hay abigarradas moles obscuras, aves de estridencia, la cadena de cristal del invierno comienza a engarzarse afuera. Camino de mi sombra a mi pensamiento. Deambulo por mis vericuetos inextricables, por enconadas malezas y tupidas vegetaciones de rencor, por las orillas del fango que abrigo. Camino y reconozco el metal de mi voz. ¡Ey!, ¿quién vive? Pero nadie me escucha. ¿Hay alguien que responda? Hay un eco y después un silencio de ciudad confinada. Afuera la noche ha lanzado sus grandes anclas de carbón. La luz se ha calcinado como una hilera de soles. Las heridas y las culpas se lavan en casa, con el agua donde habita el escorpión se limpian, pero no se vendan. Busco el bastón de ciego de mis sentidos. Oigo los pasos de mi sangre desnuda, las olas revueltas de mi pensamiento me arrastran. Camino del lado nocturno del día. Doy vueltas sin encontrarme. Mi pensamiento no depone las armas. Me hinca, me hace preguntas y con dos dedos me pica los ojos si lo miro de frente. Sufro la tenacidad de mi pensamiento. Encerrado, voy y vengo como el felino en la espesura de sus instintos. Desde allá, donde quiera que sea allá, alguien o algo me llama, dice mi nombre. No sé si he entrado o si ya he salido.

Distancia

No, no es hora de volver. No es momento de retroceder y tomar impulso. ¿Dónde habría de caer? No he ganado nada, tampoco he perdido algo. Todo me ha dejado y yo he soltado todo. Los títulos, los grados, el diploma, los diplomados, el certificado, el pasaporte, el comprobante, el ticket, el cheque, el choque, el seguro médico, los impuestos, las medidas y las consignas, el acta de nacimiento, el acta de renacimiento, el carnet de las vacunas, los citatorios, las firmas, las fórmulas, los formularios, las declaraciones, las audiencias, el número de turno, no dicen lo que soy. Orino en medio de las salas de espera, delante de los que esperan, los que hacen filas, los aspirantes, los suspirantes, los suplicantes, los suplentes, los claudicantes, cómodos en su zona de rencor disimulado. No hay marcha atrás ni hacia adelante. No hay “vuelvo mañana” o “ya regresé”. En el camino de tan cerca a tan lejos un peine de clavos raspó mi ser hasta arrancarme las escamas. No hay retorno ni carril de alta velocidad. Quité el pie del acelerador, pero no avanzo en punto neutro, por inercia. Terminaron los tiempos de decir “ayer no tuve tiempo” o “lo hago mañana”. Se acabó el tiempo de las apuestas ciegas, de jugar a las carreras. Me despido del que fui, aún no soy el que seré. Nunca soy sino conjunción de forma y disolución de la forma. Tras la edificación del muro viene la muchedumbre de los picos. Hechos y deshechos son la memoria dormida de la piedra. Pierdo y creo el tiempo, el mío, el saco de tiempo de mi talla. Me demoro. Me siento a tomar un poco de sol blanco en invierno. Tengo hambre de vida y mucha muerte por delante. Estoy plantado en este instante, en este cuarto, a la deriva de mi cuerpo, a orillas de mi pensamiento, echados junto a mí. Estoy de pie, limando una sílaba que pueble de palabras como labios incandescentes la noche muda, el minuto mudo, la lengua atravesada por un cuchillo, el lenguaje de cubrebocas que murmuran, cuchichean, susurran, intrigan, el lenguaje en voz baja, enmascarado, embozado, encapuchado, irreconocible, intraducible, apenas audible. No me acerco pero tampoco me alejo. No hay punto de partida ni de llegada. Ser la vista y los oídos y los sueños del arquero. Ser la flecha y el arco, la vibración de la cuerda y su resonancia interior, el blanco siempre nómada. ¡Ser una existencia, tener un rostro!

Audomaro Hidalgo. Foto cortesía de Manuel Parra Aguilar

Audomaro Hidalgo (Villahermosa, Tabasco. 1983). Poeta, ensayista y traductor. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Obtuvo el Premio Tabasco de Poesía “José Carlos Becerra” 2013 y el Premio Nacional de Poesía “Juana de Asbaje” 2010. Estudió Literatura Hispanoamericana en la Universidad Nacional del Litoral, en Santa Fe, Argentina, y una maestría en Literatura en la Universidad de Le Havre. Vive en Francia. Libros: Incision, Sajadura, Madre saturno, Pequeña historia de la destrucción y El fuego de las noches.

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