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Por Angélica Santa Olaya

Ciudad de México, 19 de agosto de 2021 [00:02 GMT-5] (Neotraba)

Hablemos

Hablemos, sí. Hablemos de esa ave que sobrevuela tus noches envuelta en sombras y de lo mucho que anhelas detener el sueño para abrirle la jaula de tus deseos. Hablemos de cómo la luna brilla para ti desde una taza de café y de cómo espero atrapar un rayo de esa luz que en ti se enciende cada vez que sonríes. No importa que mis labios se quemen solo con el fuego fatuo de un cigarrillo. No importa que yo no quiera escuchar que sus alas son como la cara del sol que por fin te ha mirado. Hablemos. Es preciso que la sombra de mis pestañas cubra, aunque sea de lejos, tu sonrisa que relumbra como una gota de rocío a punto de abandonar el filo de la hoja para hundirse en las entrañas de la tierra cada vez que el sueño te invade la memoria. Hablemos, recordemos juntos que la hoja y la tierra copulan cuando llega la muerte y que la vida es una gota que cae bajo el peso de la lluvia. Hablemos pues, pero hoy, solo hoy, sonríe solo para mí.

El cajón de los deseos

No me abras el cajón de los deseos si no has de mirarte en este espejo. Los sueños podrían salir volando y picotear tus pupilas hasta encontrar el centro donde habitan las tristezas. No me abras el cajón de los deseos si vas a deshojar el silencio con la punta filosa de tu olvido. El eco de un ala que se rompe podría cerrar de golpe la casa de los besos. Mete la nariz completa o guarda la cautela para el boceto de un armario donde puedas resguardar sin riesgo de cuchillo ni condena los áridos y empapelados temblores de tu miedo.

A las orillas de Estigia

Date cuenta ya. Nadie te va a querer con esa tristeza descamándote los talones. Los que sonríen a la luna sentados sobre el hierro no gustan del silencio que se esconde tras el humo ceniciento de un recuerdo. El día nace y duerme con los gemidos que se retuercen bajo las quebradas hojas. Servimos, ya lo ves, para poner puntos finales en otras historias y guardar los suspensivos bajo la indecisa lengua. No has querido abrir los ojos y lamer el rostro que te mira tras el vaho indecoroso de la espera. Insistes en agitar el pantano buscando un remo que no existe. Nadie ha inventado todavía el hechizo que provoque el naufragio de Caronte. Las estrellas y los chupamirtos no fueron creados para nuestros ojos. Nadie puso una moneda de oro en nuestras bocas. La muerte nos llegó con el primer aliento. Te entiendo porque he tragado los mismos guijarros a cogote abierto. Fuera de nuestras terregosas memorias no hay relámpagos que alumbren nuestras lágrimas. Tienes razón en querer esconderte de mis negras plumas. Sabes quién soy porque te conoces. Temes que roya el interior de tus mejillas y arroje el encarnado bagazo al rincón de los perros sin dueño. No puedo culparte. Yo también me arranco a veces las uñas a mordiscos y luego duermo cuarenta noches acurrucada en las corvas sudorosas de esta ciudad. No quiero ser ya la que intenta correr sobre el espinazo de la laguna. Mis pies planos no saben obedecer las señales del camino ni mis ojos leer las tablas de Moisés. Siempre tropiezo con corazones ocupados que prefieren circular por la autopista de cuota. Estoy cansada de trashumar las costras purulentas del tiempo que no muere. Harta de limpiar las secreciones del amor con las manos desolladas. Ofrezco mi sal a cambio de tu veneno. Prometo tragarlo gota a gota sin hacer gestos. Acércate. Intercambiemos el ajenjo que impregna nuestras lenguas. Sangremos en el único acto posible que humedece las cicatrices. Borremos las comas y los apóstrofes. Salgamos a exhibir las heridas con la lenta seguridad de los escarabajos que tejen hilos de mierda ayudados por la mano de Dios.

Antirreflejo

Y todo fue creer que se podía ventilar el desierto con el soplo de un aliento compartido. Creer que podía atraparse una tormenta a manos libres. Todo fue querer borrar de un solo plumazo las espinas que se adhieren rencorosas a la piel del cardo. Arriesgarse a contraluz a saborear el fulgor que ilumina el atrio de una boca con olor a mar. Los sueños huyeron en el pico de una gaviota de alas color es tarde tengo miedo la calle es demasiado fría. Un pez escupe besos encerrados en burbujas para empulmonar la vida. Babea la desgracia como perro faldero lamiendo los talones. Este es el abismo, no hay nada que ver. La medusa lamenta su mala educación. ¿Por qué nadie le amarró los tentáculos cuando era pequeña? En el fondo del océano se deslizan ciegos peces de mandíbulas poderosas y un acre y aleccionador sabor a sal.

Adiós

Fiera palabra de ambiciosas pretensiones con su apretado disfraz de todo está bien y aquí no ha pasado nada. Todo pasa, las charlas cigarro en mano y las aves burlando al viento. Andares de pájaro sin nido y efímeras sonrisas. Preparo la cena y pongo sal en el café. Muero. Lavo los fragmentos de un espejo que se rompió en quién sabe qué pesadilla de adioses. Un vaso revienta en mis manos y vomita rojo entre los dedos. Muero. Me introduzco en el agujero de los buenos días, huevos revueltos y café con pan. En el túnel de qué hermoso está el sol que ni siquiera nos toca con su dedo invisible desde arriba. Acá abajo se navega y el pie pocas veces toca tierra. Muero porque me voy sin quemar las naves. Suena el teléfono y recuerdo que aún no he escrito el cuento de la sirena sin pelo que sentada en la quilla del barco se asomaba por las escotillas cerradas. El pan se quema con el fuego del recuerdo. El hedor está dentro como la espina escondida en la herida que nunca sanará. Historia sin personajes atorada en los escollos donde habita la nada. Tomo la pluma y me aferro a su madera de naufragio. Comienzo a escribir, la sangre corre entre líneas.

Angélica Santa Olaya. Foto cortesía de la autora.

Angélica Santa Olaya (Ciudad de México, 1962). Poeta, escritora, historiadora y maestra de Creación Literaria para el INBA. Primer lugar en dos concursos de cuento breve e infantil; 2o lugar del V Certamen Internacional de Poesía “Victoria Siempre 2008” Argentina. Mención Honorífica del 1er Concurso de Minificción IER/UNAM “En su tinta” 2020 y 2o Lugar en el Concurso “Crónicas de un virus sin corona” UACM 2020. Ha sido publicada en 75 antologías internacionales de minificción, cuento, poesía y teatro y en diversos diarios y revistas de América, Europa y Medio Oriente. Autora de 15 libros de poesía, cuento, minificción y novela. Parte de su obra ha sido traducida al rumano, portugués, inglés, italiano, catalán y árabe.


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