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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 15 de julio de 2020 [00:30 GMT-5] (Neotraba)

Todos somos sensibles al arte como una expresión, en distintas proporciones, claro, pero la tendencia a emplear un canal creativo para nuestro desahogo persiste. Es en ese momento, cuando uno mira al techo y casi por arte de magia, tiene una idea en mente; un objetivo que perseguirá durante los próximos diez minutos –y para quienes saben lidiar con ello, quizás hasta que den por terminada la tarea. Sin saberlo, reta una de las formas más directas para describir la ansiedad. El momento de pre-creación

Y es lógico, si crear fuese fácil, tal vez ni siquiera estaría leyendo esta columna. Crear es un proceso largo, lleno de altos y bajos, pero, sobre todo, repleto de sugestión. Piense que, si se sentara usted a escribir un cuento, no solo va a narrar desde su ingenio, sino desde lo que ha oído, lo que ha leído y cualquier experiencia sensible que lo ayude a construir una imagen dentro de sí, y esto es una característica única del arte, que parte de algo completamente concreto y básico –en este ejemplo, el lenguaje escrito– para volverlo un ejercicio reflexivo y sensible –como la literatura.

Es de este modo que hacer un cuento no empieza cuando se concibe su idea, sino desde mucho antes de percatarse siquiera que se va a escribir. En pocas palabras, los momentos que –por así decir– son de mayor actividad creativa, en realidad son una acumulación de vivencias cotidianas. Es así como se entiende que uno pueda entender mucho del artista mediante su obra, de forma involuntaria deja una pista sobre cómo y por qué ha realizado el objeto analizado.

Y el arte está plagado de ejemplos: toda obra parte de la experiencia propia y es trabajo del artista llevarlo a un espacio global, donde cada uno pueda identificarse sin necesidad de vivirlo tal cual se describe o expresa en la obra. Vuelvo a algo muy parecido a lo que comentaba en una de mis columnas anteriores: se denomina así el arte porque causa en el espectador una sensación, depende de su profundidad, valorar si es o no arte.

Con esto en mente, cuando uno se sienta a plasmarlo, viene la conciencia de su sugestión, lo que lo ha influido a expresarse de esa forma, incluso a la elección de la vía creativa. A estos detalles sutiles que se dejan venir de poco a poco, podríamos llamarles –a efectos dramáticos y de dimensión: los titanes creativos.

Estos, al igual que en los mitos griegos, son abstracciones de algo que no podemos controlar ni vencer completamente, son inherentes del propio acto de vivir y colosales en cuanto a concepto. Son pues, nueve –de los doce que contó Hesíodo– los que tomaré en cuenta para emprender este viaje a la comprensión de la creación artística. Cronos, Océano, Japeto, Hiperión, Rea, Temis, Mnemósine, Febe y Tetis; serán la forma que reconoceremos los nueve aspectos que, en opinión de este columnista, son los más relevantes y peligrosos de los titanes creativos. Aspectos que, aunque humanos, son de cuidado cuando se les deja sin supervisión o no sé es consciente de su existencia.

Sobra decir que, de ninguna forma, esta serie de columnas pretende ser una guía estricta sobre cómo lidiar con este tipo de situaciones. Es una vista muy superficial de lo que conforma el proceso de creación.

Agárrese, porque esto va a estar largo.


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