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Por Luis J. L. Chigo (@NoSoyChigo)

Puebla, México, 25 de diciembre de 2020 [18:11 GMT-5] (Neotraba)

A Óscar Alarcón

Una canción de Cerati

Acompañar los viajes con música es quizá una de las memorias más agradables en la existencia. Dentro o fuera —con sana distancia— logré emprender muchos viajes este año. Algunos de ellos fueron obligados y resultaron ser los más importantes.

Dice Cerati en Adiós —una canción que escuché de reoreja y ahora no puedo dejar de cantar— que el rencor es un espasmo después de la despedida. Esa era una de las cosas bien sabidas, sin embargo, a pesar de su relevancia, son de las cosas con mayor probabilidad de ser olvidadas. ¿Por qué? Aún no lo sé, pero aferrarse al dolor dudo funcione como una condición necesaria para la evolución de la especie.

Aquello faltante, la serie de vacíos que no podemos llenar, de todas maneras nos conforma como individuos. Nos pone en una búsqueda constante, nos obliga a viajar, queramos o no. Llenarlos momentáneamente será, dada su naturaleza, efímero. No obstante, encontrarnos en esa búsqueda nos coloca en el presente. Es decir, en el espacio-tiempo donde menos vivimos.

¡Qué complicado! Decir adiós nos regresa a la actualidad, el vórtice de donde emanan las otras temporalidades. Vivir de lo que ya no es o de lo que todavía no es nos pone en el descuido de elaborar el presente. Decir adiós, pues, no es emprender un camino a lo lejano sino a lo más cercano, es querer estar más cerca de uno mismo.

Tarda en llegar/ Y al final/ al final, hay recompensa. Otra canción de Cerati.

Foto de Luis J. L. Chigo
Foto de Luis J. L. Chigo

El llano no estaba en llamas

Por ignorancia, desidia o convivencia errónea con nuestro pasado, Tlaxcala es nulificado por el resto del país. No se trata de la típica broma: entrar en Tlaxcala es conocer lo privado por el prejuicio. Esta alimentación de interpretaciones equívocas la tuve desde la primaria. Las maestras frente al pizarrón hacían caras despectivas mientras decían “¡los tlaxcaltecas son traidores!”.

Curiosamente, la primera cubeta de agua fría sobre mi consciencia llegó en este casi no-territorio. Rafael Cázares, pintor y difusor cultural en Atlzayanca con Galería del agua —proyecto del cual me gustaría hablar más adelante—, nos mostraba el taller de vidrio de la hacienda y algunas pinturas de su autoría. Y de entre el montón de cosas aprendidas aquella tarde, una resuena aún en mi cabeza: “¿Para qué sirve el arte? Para mantenernos en el presente”, decía Rafa con su enorme calma.

Cierto. Escribir, hacer música, pintar, esculpir y demás expresiones nos ponen en contacto con la vista en la vivencia de la actualidad. Si es abstracto —como la escultura— o presto a interpretaciones —como la pintura— el único lugar donde puede estar el artista es en el presente. Porque no estar ahí implica no moverse. Quienes aún pensamos en lo que no ha sucedido nos paralizamos.

Pero acciones como cocinar o conducir un automóvil necesitan el mismo motor del presente. Si no se sostienen en esta temporalidad conducen a errores incluso fatales.

De eso hablábamos en carretera mientras el atardecer rosa pintaba las montañas. Regresábamos a Puebla y nos preguntábamos —me pregunto aún—, ¿en qué cosa está nuestro presente?

Foto de Luis J. L. Chigo
Foto de Luis J. L. Chigo

El coyote en la montaña

Porque, también, cuando no sabemos a dónde ir vamos a todas partes. Como si por casualidad al dar la vuelta en un OXXO o mientras nos tomamos un café solos, ahí encontramos nuestro destino y de repente todo fuera satisfacción.

En buena medida porque cuando decimos adiós el destino no está claro. “¿Y ahora qué?”, nos decimos frente al espejo con la cara recién lavada. Damos de vueltas mientras acomodamos los libros desclasificados o mientras juntamos la ropa para lavar. La lista de compras, los documentos para obtener un trabajo, los números telefónicos que son meros contactos.

De estas últimas lecturas de Rilke que cito en todas partes, recuerdo su consejo para el poeta: si tu vida te parece pobre, cúlpate a ti mismo de no saber extraer su riqueza. Pero más aún, si de verdad es así, regresa a la infancia. Y, como si fueran ataques de infancia, la pregunta “¿Y ahora qué?” se transforma en una subida a la montaña. No sé qué hubiéramos hecho si nuestra vida no se configurara al pie de una.

Entonces, podemos decir que el presente está en otra parte y por eso lo seguimos. Porque quedarse abajo asfixia y nos llena de angustia la mañana o porque hay cosas que sólo se pueden decir entre dos volcanes. Entre los volcanes encontró el guajolote su reflejo. ¿Qué tanto hay de los demás en nosotros? ¿Qué tanto hay de nosotros en los demás? El silencio nos regresó a un coyote en la carretera, nuestro acompañante tonal-nahual.

Pero no nos podemos quedar ahí, el descenso es obligatorio. Aquí la luz de las tres de la tarde ilumina igual que la de las 8 de la mañana. El límite se desdibuja, amanece o atardece de nuevo. Pero noche sólo hay una.

¿Dónde está nuestro presente? Aquí, porque si doy un mal volantazo, nos matamos.

Del mismo dolor/ vendrá un nuevo amanecer.

Foto de Luis J. L. Chigo
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