¿Te gustó? ¡Comparte!

Nuevo León, México, 20 de febrero de 2024 (Neotraba)

“Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros” (Orwell, 361) Con esta declaración George Orwell participa en uno de los debates políticos más intensos del siglo XX y que aún pervive hasta nuestros días: ¿De qué manera una revolución social en apariencia justa y benéfica se pervierte en favor de un partido político y la dictadura que instituye para anquilosarse en el poder?

En su famoso libro Animal Farm[1] (1945) Orwell realiza una dura crítica a un sistema político totalitario que al inicio de su existencia era igualitario con sus gobernados, pero al tener el monopolio del poder y sin otra fuerza política que le haga contrapeso termina por tornarse en un régimen violento y despótico: una revolución fallida. Ejemplos de éstas abundan por todo el mundo. Aunque la novela fue escrita para criticar el régimen de Iosef Stalin, parece un manual o una descripción de la tendencia de algunos partidos políticos de izquierda hacia el totalitarismo y cuyas buenas intenciones son sustituidas por purgas, cárcel y explotación para la población que les confió el cambio y tuvo esperanza en ellos para la transformación de su miserable realidad.

La obra orwelliana tiene un trasfondo político muy polémico. Para unos es un escritor pagado por la burguesía para desacreditar el movimiento socialista, para otros es un intelectual que emite críticas tanto a gobiernos de ultraderecha (1984) como a los regímenes de izquierda (Animal farm). Esta última novela, conocida en México como Rebelión en la granja, es una fábula que habla de los sufrimientos de la sociedad revolucionaria a manos de quienes creyó sus libertadores.

Tan solo treinta años después Alexandr Soljenitzin publicaría testimonios y crónicas del gobierno soviético en sus libros Archipiélago Gulag y Un día en la vida de Iván Denísovich, que le hicieron merecedor del Premio Nobel de Literatura en 1970 y cuyas descripciones de los castigos padecidos e injusticias totalitarias del régimen socialista coinciden con las narradas por Orwell en Rebelión en la granja. Por eso la novela es atractiva, pues tanto entretiene como polemiza.

Los perros en la novela de Orwell son doce: tres adultos y nueve cachorros. Antes de la revolución Bluebell, Jessie y Princher, los canes de la granja, apoyaban a los cerdos en su cruzada por mejorar la calidad de vida de los animales. Incluso asistían contentos a las reuniones del viejo Mayor para escuchar los planes de la sociedad igualitaria y feliz. El Animalismo, como llamaron al partido, ganaba adeptos porque los objetivos políticos que perseguía convencían fácilmente a las bestias explotadas por el hombre. Los cerdos, al ser los animales más inteligentes, encabezaron una lucha contra el señor Jones[2], el dueño de la granja, y lo expulsaron del territorio que compartían con los animales. Al principio todo marchaba de maravilla. Los animales trabajaban, comían, eran felices, incluso realizaron una especie de constitución animalista que titularon Los siete mandamientos:

1. Todo lo que camina sobre dos pies es enemigo.

2. Todo lo que camina sobre cuatro patas, o tenga alas, es un amigo.

3. Ningún animal usará ropa.

4. Ningún animal dormirá en una cama.

5. Ningún animal beberá alcohol.

6. Ningún animal matará a otro animal.

7. Todos los animales son iguales. (Orwell, 295)

Hasta ahí todo marchaba bien. Los animales aprendían a leer y podía escuchárseles cantar debido a la felicidad que los embargaba. Pero algo salió mal. Y los cerdos encabezados por el líder Napoleón[3] de pronto empezaron a tener prácticas no del todo igualitarias pero, inteligentes como eran, lograron convencer a los demás animales de que su injusticia estaba bien, pues era en provecho de la revolución animal.

Los cerdos sabían que no podrían mantenerse en el poder sin hacer uso de una fuerza que los protegiera, una especie de aparato represor del Estado que todas las sociedades financian y que sirve precisamente para someter a la población a los designios del gobernante en turno. Ya sea un gobierno capitalista neoliberal o socialista totalitario las personas alimentan a cuerpos policíacos y del ejército que bajo la premisa de proteger a la ciudadanía en realidad protegen los intereses de la clase dominante: la oligarquía, los gobernantes. Ahí entran los nueve cachorros a esta historia pues ellos fungen como la milicia opresora que sustenta a los cerdos en el poder mediante la violencia de sus colmillos y la fidelidad a toda prueba que los perros sienten por sus amos, en este caso, los cerdos.

Napoleón, desinteresado de los comités que formó Snowball, dijo que la educación de los jóvenes era más importante que todo lo que pudiera hacerse por los adultos. Entretanto, sucedía que Bluebell y Jessie parieron poco después de cosechado el heno, dando a la granja nueve robustos cachorros. Tan pronto como se les destetó, Napoleón los separó de sus madres, alegando que él se haría cargo de su educación y los llevó a un desván, al que solo se llegaba por una escalera desde el guardarnés, y allí los mantuvo en reclusión hasta que el resto de la granja olvidó su existencia. (Orwell, 301)

Los nueve perros jóvenes fueron sometidos a un adoctrinamiento ideológico que los transformó de tiernos cachorros en feroces defensores del régimen porcino. Ellos, con el terror que inspiraban sus colmillos, hicieron obedecer a los animales y defendieron las cada vez más graves injusticias de Napoleón y su cohorte de puercos políticos. Los perros en esta obra literaria representan la ferocidad del aparato represor del Estado pues a la menor indicación de los cerdos, los canes castigan, muerden, degüellan a quien el gobierno considera un detractor, un rival. Sin importarles que el Animalismo estipulara que todos los animales eran iguales, los cerdos ordenaban a los perros someter y castigar a quienes se oponían a los cambios drásticos de su conducta. Los cerdos se emborrachaban, vestían ropa, dormían en camas y cada día se comportaban más y más como sus enemigos humanos. Tan es así que al final de la obra Napoleón viste la ropa del señor Jones y hace negocios con otros seres humanos:

Los animales, atravesados por el asombro, pasearon su mirada del cerdo al hombre, y nuevamente del hombre al cerdo, una y otra vez, pero les fue imposible hallar diferencia alguna entre uno y otro (Orwell, 365).

Tal como los gobernantes socialistas en Cuba o Venezuela que se comportan como miembros de la más rancia e injusta burguesía capitalista.

Los perros de esta obra son víctimas y al mismo tiempo victimarios. Víctimas porque desde cachorros les inculcaron doctrinas ideológicas que favorecían únicamente a los cerdos: la clase social privilegiada en una sociedad supuestamente sin clases. Y victimarios porque su temible fuerza bastaba para aplacar cualquier asomo de insurgencia contra el partido dominante.

Casi como respuesta se oyeron siniestros ladridos llegando desde fuera, y nueve gigantescos perros que llevaban collares tachonados con clavos entraron en el granero y se abalanzaron contra Snowball (Orwell, 313).

Los cerdos se ocuparon de suministrar armas a sus soldados (collares tachonados) pues eran la seguridad y el escudo protector de sus políticas totalitarias:

Napoleón rara vez se paseaba en público; pasando todo su tiempo encerrado en la casa, con las puertas custodiadas por perros de aspecto feroz. De aparecer lo hacía en forma ceremoniosa, y su escolta de seis perros que lo seguía de cerca gruñía amenazadoramente cuando alguien se aproximaba (Orwell, 326).

Incluso los utilizaban como arma letal contra los animales que no coincidían con la política de terror de los puercos gobernantes, así fueran otros miembros del partido:

Los perros dieron un salto, aprisionando a cuatro de los cerdos por las orejas arrastrándolos, aterrorizados y emitiendo chillidos de dolor, a los pies de Napoleón. Las orejas de los pobres cerdos sangraban con lo que los perros habiendo probado sangre parecían enloquecidos. (Orwell, 330).

Las políticas de represión en los estados totalitarios se muestran como penas de encarcelamiento, censura o muerte a sus opositores. Penas que el aparato represor, el brazo armado, fieles perros al servicio del poder, consuma para que el líder continúe gobernando. El régimen totalitario no solo censura a sus contrincantes, también los encarcela y, en el peor de los casos, se deshace de ellos con la pena de muerte:

Al finalizar su confesión, los perros, sin perder tiempo, les abrieron la garganta al tiempo que Napoleón, con voz terrible, preguntaba si algún otro animal tenía algo que confesar (Orwell, 331).

Es sobrecogedor que un sueño revolucionario con las características del Animalismo (Socialismo) que buscaba la paz, justicia y equidad social, terminara transformado en una pesadilla de sangre e intolerancia. Parece ficción, pero ahí está la Historia para recordarnos que Stalin, el cerdo Napoleón, creó Gulags para los presos políticos, opositores a su régimen cuando el sueño del socialismo era precisamente lo contrario a eso. No cabe duda que cuando los derechos humanos se pisotean por regímenes totalitarios es común la frase: todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros. O, mejor explicada por el mismo Orwell en el prólogo a su fábula:

Quienes sostienen esta posición no logran comprender que su apoyo a los métodos totalitarios tiene un efecto de retorno imposible de no ver, pues llegará un momento en que estos mismos métodos se usarán “contra” ellos y no “por” ellos(Orwell, 276).

¿Y a ti, a que gobierno actual te recuerda la fábula Orwelliana?


[1] El libro tiene adaptaciones cinematográficas entre las que destaca la dirigida por John Stephenson en 1999.

[2] El Zar Nicolás II de Rusia. También simboliza cualquier capitalista explotador enquistado en el poder.

[3] Iosef Stalín


¿Te gustó? ¡Comparte!