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Por Javier Gutiérrez Ruvalcaba

Ciudad de México, 23 de mayo de 2023 [00:05 GMT-6] (Neotraba)

Cuando hacía mis pininos en el periodismo, me encargaron entrevistar a la fulgurante estrella del cine nacional Blanca Guerra.

Sin embargo, mis posibles futuros editores no me dieron referencia alguna para contactarla.

Me las ingenié para localizarla, enterándome que ese día tendría función en el Teatro Independencia.

Arribé poco después del mediodía, obviamente a esa hora faltaba mucho para que llegara la actriz.

Me comentaron que sin previa cita sería prácticamente imposible la conversación, pero no me amilané.

Ya por la tarde vi a lo lejos a una mujer extremadamente atractiva dirigiéndose al recinto, escoltada por varios hombres, y supuse, sin dudar, que era ella.

Me acerqué para comentarle mi intención de entrevistarla, no me respondió y, mucho menos, volteó a mirarme.

Me atendió alguien de su séquito, dándome mil y un pretextos del porqué no me concedería la charla.

Como esta entrevista era la prueba para darme el sí para colaborar en la publicación insistí e insistí y volví a insistir hasta que los colmé.

Me dijeron que tendría que esperar a que finalizara la función a ver si con suerte me atendía la garborosa diva.

Pasaron varias horas hasta que por fin salió y al verme uno de su equipo se acercó a ella para comentarle mi intención de entrevistarla.

Mostrando un evidente enfado me preguntó para que medio y al enterarse que era para una revista de poco tiraje se negó a la reunión.

No sé qué cara puse que se compadeció, aunque no me regaló tiempo, únicamente se acercó y me besó la mejilla como despedida.

No obtuve la entrevista y obviamente no fui invitado a colaborar en esa publicación, pero obtuve mi primer beso de una diva del cine mexicano.


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