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Hermosillo, Sonora, 2 de abril de 2024 (Neotraba)

En los prolegómenos introductorios a una de las veladas del trigésimo octavo Congreso Internacional de Piscobetia, celebrado en tres jornadas sucesivas en Trieste, Palermo y Nápoles, Umberto Eco, invitado por Michel Foucault para honrar con algunas frases analíticas e idealmente con alguna crítica halagüeña su recién publicado Microfísica del poder (1980), inició su discurso (tras haber, por supuesto, saludado al público asistente y solicitado un aplauso respetuoso y bastante post-mortem para Jean Hyppolite), diciendo que “es imponderable la dificultad que entraña para un estudioso el desafío de hablar ante el público de un libro que le ha gustado y dicha dificultad no tiene que ver con la pobreza de intelecto sino todo lo contrario: entre más aguda la mente del lector/presentador, mayor la ambición por trasladar al auditorio su propia fascinación con el texto analizado. La única cosa más complicada –remataba Eco su prólogo a sí mismo– es hacer aquello con un libro que no me gustó”.

Jean Hyppolite, para quien Eco solicitaba los aplausos en aquella velada de Trieste, había sido antes de Foucault titular de la cátedra de Historia del pensamiento filosófico en el Collége de France hasta su muerte en 1968 (y no se puede decir 1968 en ningún rincón de México sin que algo nos resuene por dentro como otro eco que no se olvida). Hablo de un Eco (Umberto) semiótico y un eco (acústico) histórico para introducir un tercer eco: el eco (ideológico) de Hegel replicado en la filosofía de Hyppolite, que siguiendo la idea hegeliana de que La belleza se define como manifestación sensible de la idea, se ocuparía de los fenómenos del lenguaje en diversos estudios y terminaría diciendo que el lenguaje sólo es bello cuando expresa lo verdadero y lo verdadero sólo es aprehensible desde la percepción autoconsciente del individuo, por lo que sólo es verdad para quien lo percibe como verdad pero en ese sentido es una verdad absoluta.

La verdad es absoluta para el que la cree. Y la capacidad de hacer que alguien crea es, desde un punto de vista estrictamente fenomenológico, talento. Es de ese talento, puesto en aislamiento conceptual temporalmente, del que quisiera iniciar hablando para los primeros apuntes sobre Love is love o de cómo me ato las cintas (NITRO/PRESS 2019), el libro de relatos de Selene Carolina Ramírez. El romance de Selene con el lenguaje no está cimentado solamente en los grados académicos que ostenta la doctora en humanidades, sino en una sostenida lealtad a ese fenómeno expansivo y hondamente filosófico que el lenguaje es per se. Desde la Selene poeta y posesionaria indiscutible de una voz lírica fresca, erudita y singular tanto en su riqueza como en su propia gestión de campos semánticos, hasta la Selene narradora, que conjuga en su experimentación lingüística también un implosivo componente humano, producto tanto de su pertenencia a esta especie (a pesar de algunas teorías en contrario) como de un sinnúmero de condiciones vitales; mencionaría, entre las más importantes, un voraz apetito por la vida, una valentía combinada con fascinación por lo que puede parecer a otros abyecto o tenebroso y una trayectoria sostenida y apasionada como gestora de proyectos literarios en los centros penitenciarios femeniles donde impartió talleres y cultivó afectos inquebrantables.

Si en Chocolate y ají, su novela germinal injustamente inédita, Selene daba muestras de un oficio narrativo que sobrevolaba con gracia por lo erótico, lo lúdico, la oscura condición del alma humana y la polifonía que es sello de la casa, en Love is love o de cómo me ato las cintas, todos estos rasgos se muestran refinados y cernidos por la criba de la experiencia, el disciplinado trabajo de orfebrería de quien escribe las palabras engarzando letras con el primor de un joyero. Es como si sus propios personajes hubieran madurado junto a ella y con las lecturas de la autora enriquecieran y refinaran sus propias voces.

En Love is love, Selene retoma una obsesión muy suya por explorar las conciencias de los que siempre son los otros y nunca nosotros. Esas entidades dos pasos más allá de lo convencional. La homosexualidad complejizada con distrofia muscular como en Notas para una autobiografía, la bisexualidad potenciada por una hipersensibilidad genital y un apetito primigenio como en Tulipán, o la conducta suicida no como un medio para buscar la oscuridad eterna, sino para volver hacia el amor como en A Michelle no la dejan irse. Aquí no hay personajes tibios ni a medias. La mujer violada se cobra con sangre la afrenta y luego paga también con sangre un boleto de vuelta a la muerte. Ana es una titania (me robo el femenino de titán de los doblajes al castellano de los hombres X con toda alevosía), que conserva el fuego en los ojos de su hija abriéndole el cráneo a machetazos a su padrastro. Una mujer setentona, reseca por dentro, muerta en vida, pasa por hija abnegada de una madre nonagenaria aunque no existe día en que no implore por su muerte para recuperar la vida propia, esa que no tuvo por velar la de su madre.

En cada párrafo hay una revelación o una pista falsa, porque la voz narrativa hace un pacto con el ojo lector: te prometo la verdad si te tragas la mentira. Nada es lo que uno espera porque los personajes en estos cuentos ya no esperan nada. La vida es una cosa que sólo es posible para otros. La existencia es pesarosa, dolor a nervio vivo, sufrimiento indecible de no ser y no pertenecer. Las escasas gotas de dicha se encuentran en el placer o su recuerdo y la única esperanza es aquella que se cifra en los otros: esperar que mi hija no sufra lo que yo, esperar que el ser amado sea feliz con alguien más adecuado, menos roto.

Selene no ha encontrado una voz: la ha construido; porque sólo una voz armada desde los cimientos podría contar estas historias: las indecibles, las que se susurran muy bajito y sólo a unos cuantos. Las que se cuentan en la oscuridad y casi nunca con los ojos secos. Las que llegan a los oídos pasando entre rejas y barrotes, manchadas de sangre y fango, desgastadas.

Aquella noche, en Trieste, Foucault inició su propio discurso con una pregunta para Eco. Los aplausos para Umberto habían durado casi un minuto y el piamontés había comenzado a enrojecer por el vino ingerido en el previo besamanos y durante su participación. La pregunta de Foucault fue puntual: ¿en cuál de las categorías está mi libro?

Se refería, por supuesto, a la introducción de Eco, que había disertado sobre el texto sin aclarar nunca si se situaba como seguidor o detractor.

Responderé, dijo Eco, con palabras del maestro de tu maestro: Hegel. Nunca en la historia del mundo se ha logrado algo grandioso sin emplear en ello una gran pasión.

Foucault insistió: ¿entonces el libro te gustó o no te gustó?

Eco bebió otro sorbo de vino antes de responder: tanto que lamento no haberlo leído.


Notas:

  1. Aunque ninguno de los cuentos tiene desperdicio, recomiendo especialmente la lectura de Arena, Ana y la luz y Tulipán.
  2. La anécdota de Eco y Foucault es apócrifa. No existe el Congreso Internacional de Piscobetia y desconozco si alguna vez ambos eruditos se encontraron en Trieste o si alguna vez uno presentó al otro.
  3. Efectivamente Foucault reemplazó a Hyppolite en su cátedra del Collége de France, pero esto sucedió dos años después de la muerte del maestro, en 1970. Los otros alumnos aventajados de Hyppolite, Jacques Derrida y Jacques Lacan fueron descartados, probablemente, por llamarse igual.
  4. Derrida, al igual que Camus, soñaba con ser futbolista profesional. Camus, que era portero, era también mejor jugador.
  5. El libro anterior de Selene, De cuando ellos se narraron, fue publicado por el ISC con un tiraje paupérrimo: 500 ejemplares que se agotaron en un par de semanas. Estamos, no es cualquier cosa, en presencia de una autora sonorense capaz de agotar una edición el mismo año en que se publica.

COROLARIO

Erwin Schrödinger plantea un sistema que se encuentra formado por una caja cerrada y opaca que contiene un gato en su interior, una botella de gas venenoso y un dispositivo, el cual contiene una sola partícula radiactiva con una probabilidad de 50% de desintegrarse en un tiempo dado, de manera que si la partícula se desintegra, el veneno se libera y el gato muere.

Al terminar el tiempo establecido, la probabilidad de que el dispositivo se haya activado y el gato esté muerto es del 50%, y la probabilidad de que el dispositivo no se haya activado y el gato esté vivo tiene el mismo valor. Según los principios de la mecánica cuántica, la descripción correcta del sistema en ese momento (su función de onda) será el resultado de la superposición de los estados «vivo» y «muerto» (a su vez descritos por su función de onda). Sin embargo, una vez que se abra la caja para comprobar el estado del gato, éste estará vivo o muerto.

Sucede que hay una propiedad que poseen los electrones, de poder estar en dos lugares distintos al mismo tiempo, pudiendo ser detectados por los dos receptores y dándonos a sospechar que el gato está vivo y muerto a la vez, lo que se llama superposición. Pero cuando abramos la caja y queramos comprobar si el gato sigue vivo o no, perturbaremos este estado y veremos si el gato está vivo o muerto.

Aunque parezcamos estar hablando de mecánica cuántica, estamos hablando de cultura pop, toda vez que el tema de Schrödinger fue retomado en 1995, focalizando la narrativa en el núcleo central en el que los gatos representan una duplicidad o multiplicidad de posibilidades por María Fernanda Vázquez Gil, mejor conocida como Fey.

Los relatos de Love is love o de cómo me ato las cintas se circunscriben en un punto equidistante entre Schrödinger y Fey, puesto que al sumergirse en ellos se nos muestran al mismo tiempo al menos dos realidades posibles: la evidente y la que subyace. Estas realidades parecen superponerse pero esa superposición sólo existe en la teoría (en nosotros) y la única verdad se conoce al abrir la caja-relato para ver si el gato vive o ha muerto. En ese punto y en cualquier punto intermedio desde donde nos situemos para tratar de comprender el amor, descubriremos que todo par de corazones o de cuerpos o de psiques que se atraigan son a la vez gatos de Schrödinger, están vivos y muertos, pero también son, al menos en el campo inapresable de la hipótesis electrofísica, gatos en el balcón, que saben perfectamente que si nos da el amor, todo puede pasar.


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