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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 24 de Agosto de 2021 [04:21 GMT-5] (Neotraba)

“Woke up this morning and it seemed to me, that every night turns out to be a little more like Bukowski. And yeah, I know he’s a pretty good read. But God, who’d wanna be?”: https://www.youtube.com/watch?v=m0VpdRYCv3s [1]

Uno aprende mucho cuando es pequeño. Probablemente porque no hay de otra: el mundo es tan nuevo para nosotros que cualquier cosa se vuelve una nueva unidad de medida, de modo que un bebé de semanas tendrá medidas para lo grande más grandes que las de un bebé de días. Y, conforme crecemos y nuestro universo de palabras consume la aparente nada fuera de lo más grande entre lo grande, inconscientemente forjamos nuestra relación con el lenguaje, la literatura.

Un enorme paréntesis:

Antes de que nos agarremos a sombrerazos para saber qué conocimiento es más indispensable –si el manejo del lenguaje o las matemáticas, la comparación más habitual–, déjeme decirle que esa intervención no viene al caso. Claro, como niños aprendemos de todas las disciplinas del conocimiento humano, pero yo hablo desde el uso del lenguaje porque me apasiona y medianamente lo domino –al menos para ser alguien principiante en su estudio. Fin del paréntesis.

Piénselo, usualmente no consideramos nuestras conversaciones más comunes como literatura porque estamos acostumbrados a ello. ¿Qué es la literatura entonces? Usualmente consideraría las respuestas –a esta o preguntas similares– como una forma de generar debate, pero este no es el espacio –falta café–, ni la forma –falta gente. De forma breve, podemos decir que la literatura es una extensión sensible que hace uso del lenguaje.

Oye, pero esa definición es muy amplia. Lo sé, puede parecer conflictivo, pero encaja con su naturaleza artística, abierta y bajo la cual evoluciona desde las personas que lo hacen posible. Dos personas que hablan, por ejemplo, participan de la literatura en cómo usan el lenguaje para comunicarse.

Hay quienes tienen un vocabulario más amplio, otras se valen de figuras retóricas ya existentes en la literatura escrita para mandar un mensaje, pero todas siguen la intención de comunicar algo. La literatura, apegándose a la definición dada, está ligada siempre a ese objetivo inherente del lenguaje: la comunicación. Es la habilidad de manipulación lingüística la que lo cataloga como uno mejor o peor, pero en principio una conversación cumple con todo para ser considerada literatura.

Por eso mismo, creo firmemente que desde pequeños tenemos un contacto profundo con la disciplina, pues conforme avanza el mundo observado, avanza también la forma de describirlo, de percibirlo. Es hasta muchos años en el futuro que, si decidimos plasmarlo en alguna forma del lenguaje, este adquiere una dimensión artística –tema del que ya hemos hablado antes.

Y toda esta explicación, ¿para qué? Dimensionar nuestra relación con el lenguaje y, sobre todo, con la literatura es el primer paso para dejar de estigmatizarla como una disciplina innecesaria y para saber nuestro rol dentro de su desarrollo a futuro. Como lectores, escritores u opositores, incluso. Cualquier rama del arte necesita que la gente sea consciente de su impacto para su funcionamiento adecuado y no se estanque en una serie de temáticas o voces únicas.

Suele pasar –muy seguido en realidad– que el arte parece estacionarse en torno a unos cuantos puntos de vista. Con el paso del tiempo, catalogamos estos periodos como parte de la historia del arte, pero el hecho de que ahora mismo no use un lenguaje más barroco o sea más explícito con mis ejemplos –te estoy mirando a ti, Tolstoi–, es evidencia de que en ninguno de esos periodos la visión era homogénea.

Así como la literatura está atada a las condiciones del lenguaje, el lenguaje mismo está atado a las condiciones humanas; a las miles de realidades expresables en 27 letras –en el caso del español y su bendita Ñ– y algunos pocos signos de puntuación. De ahí que la literatura producida aquí no es la misma producida allá.

Nuestra visión del mundo cambia bajo condiciones específicas, y aún la visión plasmada en una obra del lenguaje puede variar de la visión de la cual partimos, haciendo de nuestra tarea como parte de la literatura sea hacer visibles esos campos de realidad con mayor precisión, agrandar el universo de palabras con el que contamos y saber esgrimirlo con facilidad sin necesidad de caer en la arrogancia. Nosotros contra la complejidad. Nosotros contra la inexactitud.

Esta tarea, como opositores a la literatura, se debe centrar en el cumplimiento de las condiciones primas, tanto humanas como del lenguaje, y para eso también se debe tener conocimiento de las experimentaciones posibles y usos estrictos de la literatura. Es la parte menos glamurosa, pero necesaria para que la literatura conserve una forma coherente a lo largo del tiempo.

Ambas partes se juntan en la labor de los escritores. Además de hacer un buen uso del lenguaje, deben saber que pueden experimentar con él y hacerlo funcionar como un instrumento de visibilidad; como el telescopio descrito en otra columna, un objeto que nos permite dar con imágenes imposibles de algo que realmente existe. Por lo que gran parte de la tarea que tienen los escritores –de cualquier tipo de textos– es domar la realidad para trasladarla con precisión. Pero, como un agregado, diría que además de domar la realidad se debe tomar las riendas de la incomodidad, y mostrar todo el espectro de emociones y situaciones profundas que la idealización no permite.

Sea como sea, esta columna sólo sirve como una introducción al estudio y cuestionamiento constante que debemos procurar –como mera higiene mental– para sobrellevar el mundo que nos rodea y que, con suerte, podremos describirla como una suerte de literatura cotidiana; en cada conversación en el camión o en memorias sueltas. Crecer con nuestro uso del lenguaje, hacerlo inmenso y volver a nuestras primeras interacciones con el mundo, teniendo unidades cada vez más grandes para lo grande. Hacer de la literatura una piedra recurrente en el zapato.


[1] Para los fans de Bukowski: no se me enojen, es una rola nomás.


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