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Por Arturo Molina

Ciudad de México, 04 de enero de 2021 [01:12 GMT-5] (Neotraba)

Un cerro. Un promontorio. Al ver de lejos cualquier collado, la mente elucubra sobre los misterios que resguarda, enigmas en toda su forma. Será hasta trepar en su punta cuando la vista nos revele la visión de los alrededores, donde podremos voltear al sendero que nos llevó hasta ese lugar y vislumbrar el resto del paisaje, de posibles caminos, de probables bifurcaciones de nuestro propio relato.

Abrir las páginas de Irineo (Cuadrivio, 2020), novela de Alejandro del Castillo, es aventurarse en un trayecto de sol y sus costras para alcanzar el punto más alto del cerro donde se ubica la mina donde el mismo Irineo trabaja; echar, desde ahí, un vistazo al pueblo del Denga. Cada capítulo, el ritmo que se imprime, es como si uno transitara por los caminos terrosos, entre el Denga y el cerro, con los rayos recalcitrantes en la frente, deteniendo la marcha para hacerla de a poco, paso a paso.

Dos de sus principales características son la meditación y la contemplación. Ambas sensaciones que se quedan tras cada capítulo, mismos que se convierten en pequeños cuentos, en fragmentos a manera de postales que construyen la vida y los escenarios que se pasean por la novela. Se podría decir que son pedazos de piedra que muestran, en cada caída de éstos, una parte de todos los escenarios donde se desarrolla la historia.

El Choreño y el Doc, personajes antípodas, se asocian para obtener un préstamo y adquirir una mina que hace tiempo se quedó sin dueño, a consecuencia de un accidente ocurrido ahí mismo. En ella trabajan pueblerinos que sobreviven como pueden. De entre ellos destaca Irineo, un habitante longevo del Denga que está hecho para picar roca.

Alejandro del Castillo logra mantener la narración sucinta, apenas lo necesario para comprender la psicología de cada personaje, sin explicar los eventos sino mostrándolos y deteniéndose en detalles mínimos que incitan a la contemplación antes mencionada, párrafos que arrancan suspiros por la reflexión provocada. Así, el rostro de Irineo, por ejemplo, no se describe, sino que se construye piedra a piedra, grieta a grieta.

Para aquellos que disfrutamos las ambientaciones de la serie Breaking Bad, Irineo resulta de una especial lectura en tanto a los planos de las escenas. Podemos detener la atención en las miradas de El Choreño, del Doc, de cualquiera de los personajes: siempre resultará de una complejidad quirúrgica la descripción de una mirada; es decir, de qué manera peculiar se puede hacer cuando en todos los relatos alguien observa a otro. Alejandro consigue separarse del lugar común y nos lleva a los ojos de los personajes, a los detalles que adornan esa mirada, llámense lentes, pupilas dilatas o escleróticas amarillentas.

Durante este trayecto terroso hacia el promontorio que es Irineo, se puede sentir una tensión en aumento, como la altura cuando afecta la presión de la sangre, y es que a veces la diferencia de cincuenta metros sobre el nivel del mar puede provocar asfixia. Al lector, de pronto, le comienza a apretar la corbata imaginaria y los poros segregan, acaso, leves gotas de sudor gélidas.

Esta ópera prima se alzó con el Premio Internacional de Novela Breve Rosario Castellanos 2019, y no hay duda de su potencial como artefacto literario breve –en tanto la extensión convencional de la novela–, pues apela a lo sugestivo, que no a la ausencia de elementos que hacen marchar el relato, y esto aporta a lo contemplativo, a la meditación que referí anteriormente. Hay una voz, un estilo que va en su propia búsqueda y navega muy bien en los meandros de lo mínimo, en el poder de los detalles.

Esta pausa en el ritmo marca las escenas altas y bajas, que se alternan al antojo del autor. Así, en algunos capítulos, nos permite observar con atención, y en otros se decanta la narración, aunque nunca demasiado. La tensión crece como una mecha que, al parecer, está cebada y, cuando menos lo esperamos, estalla. A su vez, como si no viéramos la explosión estentórea, sino la sugerencia de dicha detonación.

Irineo abre el camino de este autor, quien arranca con la promesa de una búsqueda, de inquietudes literarias marcadas por lo sucinto y lo concreto y que, además, nos lleva a la imagen de la vida pétrea, del nacimiento como una flor de piedras, como las grietas en el rostro mismo de Irineo.


Sobre el autor:

Arturo Molina (1991) Es difusor cultural y tallerista. Ha publicado cuento, crónica y ensayo en diversos medios impresos y digitales como Milenio, La Crónica de Hoy, Punto de Partida (2do lugar de ensayo en el concurso 51), Liebre de fuego o Penumbria. Es autor del volumen de cuentos Espinas (La Tinta del Silencio 2019).


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