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Nora de la Cruz, foto de Diana González
Nora de la Cruz, foto de Diana González

Por Juan Nicolás Becerra

Es bien grato hacer entrevistas y más aún cuando te encuentras con paisanas mexiquenses que andan en asuntos literarios que son muy naturales con los lectores y que te llevan por lugares visitados y a referencias de un entorno que uno conoce.

Orillas, libro de relatos de Nora de la Cruz editado en la editorial tapatía Paraíso Perdido es un texto que conjunta en sus páginas historias del Edomex, de municipios como Nicolás Romero, Atizapán, Tlalnepantla en las que sus personajes deambulan en las orillas de los recuerdos, en las orillas de los desafíos y desde luego en la incertidumbre que es la vida cuando iniciamos a crecer.

La entrevista se llevó a cabo después de gozar un par de tacos de la Güera; un lugar en Tlalnepantla donde los tacos se sirven obligadamente en una tortilla con queso en medio. Los tacos son sabrosos pero la entrevista más.

¿Cómo llegas a la Literatura, comparte con nosotros tus primeras lecturas?

En casa se valoraba mucho la lectura porque mi padre era lector desde joven. Desde que recuerdo estuve rodeada de libros y mi papá tenía el hábito de comprar al menos uno técnicamente donde fuera que los encontráramos (en el súper, en un puesto de periódicos…). De chica leí El Principito, a Khalil Gibrán, a Dostoievski, a Tolstoi y una edición del Quijote de Editores Mexicanos Unidos, que tenía una portada muy desconcertante, el auténtico retrato de un loco.

También leíamos, mi hermano y yo, las tiras de Mafalda, que son literatura de cierto modo y que tal vez influyeron en mi interés por el humor.

¿Qué opinas de la familia y sus afectos?

Creo que me ha interesado mucho el tema porque siempre que observo una familia encuentro algo misterioso y en ocasiones un tanto perverso. Los extremos se tocan y en el amor más entregado se puede encontrar también la crueldad más pura. Esa ambivalencia me interesa mucho por todas las variantes que tiene.

Soy muy básica pero sigo entendiendo a la familia como unidad social, entonces me resulta un campo de estudio interesante para comprender lo humano y sus contradicciones.

¿Los personajes de Orillas viven angustiados o solo es un reflejo de la actualidad que querías plasmar?

Viven angustiados porque todos los estados liminares son angustiosos. Los personajes no tienen un sitio firme, ni certezas, y en algunos casos también su identidad se tambalea como nos ocurre siempre en la niñez y la adolescencia.

Orilla de Nora de la Cruz, fotografía de Ave Barrera cortesía de Juan Nicolás Becerra.
Orilla de Nora de la Cruz, fotografía de Ave Barrera cortesía de Juan Nicolás Becerra.

¿Con cuál de los relatos te identificas más?

Con “Misión: Cuba” y con “XV”, tal vez porque son los últimos que escribí. Me identifico más con esa forma de escribir. En su significado, me identifico con todos en cierta medida. En todos puse claves de mi memoria y la de otros que quiero y que, por tanto, también me ha formado.

¿Cuáles son las orillas más peligrosas que has visitado en tu narrativa y a cuáles no hay que acercarse?

Creo que las más peligrosas son las que están a punto de cruzar el límite de lo ético. Y, en el mismo sentido, no vale la pena acercarse a la escritura mezquina, hodierna, oportunista.

Háblanos de tu relato “Veracruz”. ¿Qué representa para ti el mar?

“Veracruz” es un relato que quise construir a partir de algo que vi en Puerto Escondido: una niña intentaba tomarse una selfie con el mar, pero lo hacía con pudor y torpeza. Me pareció un lindo momento y construí alrededor una reflexión sobre la incomodidad de la cercanía.

Crecer es un camino de incomodidades y por eso es un cuento de fin de la infancia. Por otra parte, el mar para mí fue un gran descubrimiento, y todavía me da mucha paz cada vez que lo veo, porque ante la inmensidad todo toma su justa proporción.

¿El personaje que va a Cuba, pudo ver el periodo especial?

Sí. La idea del cuento es poner esta visión de Cuba como algo un tanto obsoleto ya, proveniente del pasado. Y también quise contrastar la visión chata del personaje con su miopía política en general. Es un tanto corto de miras.

Me parece que casi siempre somos así ante la realidad social: mitad ingenuos, mitad oportunistas, a menudo ignorantes.

Cierras con un relato que tiene que ver con la orfandad, la ruptura familiar, ¿cómo conformas “Progreso”?

“Progreso” es un cuento muy querido porque técnicamente la idea del libro se fue desarrollando alrededor de él, aunque no sea el texto más antiguo. Lo escribí con mucho candor, hay cosas que ahora haría diferente, tiene muchos errores, pero no quise corregirlo demasiado porque creo que algún día voy a querer verlo como la fotografía de una etapa de escritura.

Lo construí en torno a una historia de amor que enfrenta problemas un poco más inmediatos, no tan poéticos: la pobreza, la inestabilidad familiar, la falta de rumbo vital. A la vez, quise mostrar que esos problemas, que son los que enfrentan muchos jóvenes, tienen su propia profundidad, la suficiente para convertirse en motivos literarios.

En los tacos La Güera, foto de Roberto Cedeño.
En los tacos La Güera, foto de Roberto Cedeño.

¿En qué feminismo te identificas más?

En lo teórico, con el cultural. En lo práctico, con el que incomode más a los machirrines.

¿Cómo plasmas en tu narrativa la migración?

No creo haber reflexionado tan profundamente al respecto, pero la migración aparece como fenómeno porque está cerca de todos nosotros.

¿Qué música escuchas?

Depende mucho de la situación y del estado de ánimo, pero me gustan las voces profundas, con mucha expresividad. Me gustan las buenas melodías y las instrumentaciones complejas porque disfruto las texturas, pero mi repertorio va de Nina Simone a Natalie Prass, de Silvia Pérez Cruz a Beyoncé.

En general hay cosas que se ponen de moda por temporadas de mi vida -ahora es Mozart- pero siempre vuelvo al jazz, al blues, a los boleros, al pop, a la timba cubana. Esta pregunta nunca tiene respuesta definitiva.

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