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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 9 de agosto de 2022 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

No hay mucho qué explicar con la canción de hoy. Ahora, cante conmigo;berimbau… berimbau… https://www.youtube.com/watch?v=FzuMq0D-PsE.

Me fui de vacaciones, necesitaba ese descanso. Disfruté mucho olvidarme del mundo una semana, y hacer como que todo fuera de la habitación en la 23 oriente, no era más que una excusa para que el mundo siguiera existiendo hasta la mañana siguiente.

Pero, aunque uno lo intente, no hay forma de escapar de la realidad. Pensé mucho sobre qué escribir, pero mucho de lo que ahora tengo en una libreta, no podría encajar en un formato como este –un ensayo. Uno de los días en que el Carmen se llenó de puestos de feria por la mañana y se desvanecieron para la tarde siguiente, mientras caminaba con mi novia camino a tomar el camión, me preguntó el por qué había un Oxxo dentro de un edificio viejo –como todos los que hay en el centro.

No supe responder. Nunca lo había pensado como algo extraño, desde mi preparatoria que veo franquicias instalarse dentro de casonas, adecuando los edificios a las necesidades de los locales. Sin embargo, la extrañeza de encontrar algo así es obvia; Puebla se enorgullece de presumirse ante el mundo como patrimonio material de la humanidad según la UNESCO, pero la calidad de conservación de sus edificios y espacios públicos aseveran que la ciudad más allá de los primeros cuadros del centro, se encuentran en un descuido total.

Es extraño ver un Oxxo dentro de una casona porque no se conserva mucho del edificio anterior; se cambian pisos, tapices –si los hay–, se colocan instalaciones de luz, lámparas, muebles, refrigeradores, etc… ¿Es la forma de conservar el patrimonio material de la humanidad? La respuesta corta es que no, y que este tipo de ejemplos ponen en evidencia la ineficacia de organismos como el INAH para mantener un edificio histórico con sus características originales. Pero la respuesta más concreta –la que más me gusta y es motivo de la columna– está en el hecho de que ningún edificio puede conservarse original.

Recuerdo que hace no mucho se hizo popular la paradoja del barco de Teseo, donde el cuestionamiento principal recae en el saber hasta qué punto algo es ese algo[1]; mi respuesta al problema es que sin importar cuántas modificaciones sufra un objeto –como una casa–, ese objeto sigue manteniéndose intacto en concepto mientras mantenga las características que lo hagan identificable en consenso. Sucede que, al crecer en un lugar como Puebla, ese consenso ya lo damos por hecho y normalizamos lo cuestionable.

Además, la paradoja –aunque si lo enuncia– no toma en cuenta el por qué se necesitan de esas modificaciones al objeto; no es solo el desgaste que edificios construidos hace 500 años puedan tener, es el uso, el beneficio y las necesidades que traten de cubrir. Por absurdo que parezca, el tener una franquicia –y la inversión que implica– dentro de un edificio histórico es un factor de conservación, en tanto se mantiene la estructura general y se continúa el uso frecuente de sus espacios.

Lo primero es lo más sencillo de entender; cualquier franquicia no desea tener un edificio que se caiga a pedazos, y si el espacio en el que se asentará necesita de reparaciones, hará la inversión necesaria para conservar en buenas condiciones un espacio que le pertenece. El problema precisamente, está en que ese espacio ya no es público, sino que pasa a manos del dueño de la franquicia para que haga las modificaciones al edificio, teniendo espacios como las tiendas de la 5 de mayo.

Lo segundo está en que un edificio que se abandona es un edificio que está destinado a caer. Sin un uso regular, no hay forma de saber qué es lo que necesita el edificio para su conservación, porque no hay una necesidad de conservarlo en primer lugar. Puede verlo en las casonas lejos de los primeros cuadros de la ciudad, como en la 18 poniente y la 10 norte, una casa que desde que recuerdo está plagada por plantas y humedad en la fachada todavía sin caer. Son espacios que no se conservan porque no ofrecen ninguna utilidad para el desarrollo urbano.

Es este aspecto de utilidad lo que desata el conflicto, a decir verdad. Porque si bien es cierto que es posible mantener un edificio lo más fiel posible a sus condiciones originales, hacerlo requiere de un gasto mayor al de una remodelación del espacio; además de la primicia en la que, si un edificio en el centro histórico no resulta en un punto de interés para el turismo o comercio, entonces no es útil. Como inversionista podría entender que fuese así, pero como ciudadano, como alguien que transita esas calles de forma cotidiana y no porque estoy de vacaciones, me resulta paralizante saber que, con el suficiente dinero, se puede hacer lo que uno quiera de un espacio que para empezar era propiedad pública.

Me hace pensar en los límites –si los hay– del valor intrínseco en una sociedad centrada en la utilidad de las cosas. Pareciera como si la pregunta de hasta qué punto algo es algo, cambiase rápidamente al hasta qué punto algo vale algo. Sin querer, un Oxxo dentro de una casona es mucho más que una franquicia que se apropia de un espacio; algo que volvería a ocurrir algunos días después, pero para hablar del por qué Cholula parece una villita cerrada, habrá otra columna.


[1]Soy consciente de que es una explicación muy escueta, pero funciona para demostrar mi punto.


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