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Puebla, México, 26 de marzo de 2024 (Neotraba)

1. La vida no es sólo aquello que transcurre afuera, lejos de esta torre de cristal, hierro y concreto en las que se parapeta el oficinista de 8 a 5 lunes a viernes. El que sepa hacerlo, apreciará en los tiempos muertos, en los silencios beatíficos, una metáfora de su existencia inútil.

2. Y tan lejos como las metáforas llegan, a ésta al menos se le puede poner un precio por hora.

3. Nos abruma calcular cuánto ganamos por hora. Cualquier producto o beneficio que confinemos a su menor unidad de expresión habrá de sorprendernos de manera no grata. Si contamos los segundos amados, los besos por cada hora que dedicamos a pensar en el amor, es probable que le encontremos (y si no, que le fabriquemos) deudas a la vida para con nosotros. Como seguramente las tiene.

4. Quizá uno no sea un triunfador en la vida. Pero llegar al cuarto aforismo escrito durante un martes, y antes de la hora del almuerzo, es señal bastante clara, uno diría inequívoca, de que el día ha sido un éxito.

5. Ni Gorgias construiría los circunloquios, los sofismas y las elaboradas patrañas con las que un oficinista promedio explica a mansalva en qué consiste su trabajo.

6. Como a cualquier estudiante de posgrado en humanidades, a los oficinistas se les induce a un estado de apoplejía pazguata cuando se les pide hablar del proyecto al que le han dedicado los últimos dieciocho meses.

7. El oficinista se rodea de aperos domésticos y familiares. Lo conectan a su hogar la taza predilecta, los trastes donde lleva guisados de carne con verduras, el episodio de la serie favorita o la película que se ve por partes en los ratos de ocio y el almuerzo. Porque no todo el día se puede ir escribiendo aforismos.

8. Hay tensiones que se apoderan del ambiente en la oficina como una niebla de inquietud y pesadez. Suelen originarse en los berrinches, pataleos e intrigas de un montón de niños petulantes.

9. Solamente en una oficina se pierde más tiempo que en una escuela.

10. Dedicar horas-nalga a la escritura en la oficina es una forma de crimen. El supuesto robo de tiempo (time theft, dicen los gringos) es un invento capitalista tan infame como la plusvalía, las condiciones de producción o la naturaleza misma del capital originario. Escribir en el trabajo es casi tan revolucionario como no hacer nada. En esto último el gran maestro es Bartleby, el oficinista del cuento de Herman Melville.

11. No necesitas más que un objetivo diario para sobrevivir en este espacio. Suelen presentarse distractores. Tres o cuatro, cosa cualquiera. Se resuelven casi solas. Ninguna supera en fuerza a la obsesión primera y última que te mueve desde que tomas asiento en tu escritorio, clavas la vista en el frente, y te disuelves en el éter contemplativo de la existencia.

12. Jamás te quites la máscara en la oficina. A nadie le importa si tienes tatuado a Batman en la ingle, si eres fan de las películas de Chucky o si te gustan mucho el rock y el metal. De hecho, cualquier miembro de Slayer, de Black Sabbath o de Pantera sentiría asco por ti. Jimi Hendrix jamás habría cambiado el paliacate bañado en LSD por un pinche micrófono de diadema, ni pasaría una cuarta parte de sus intensos veintisiete años encadenado un escritorio. “Tráiganme los barbitúricos”, es lo primero que diría el buen Jimi si reviviera en tus zapatos.

13. Y si te gusta el punk, no sé cómo puedes vivir contigo mismo. En una oficina no hay lugar para la rebeldía. El único punk oficinista fue ese ya referido Bartleby, y no preguntes cómo le fue.

14. Lo más kafkiano de La Metamorfosis no es que Gregorio Samsa amanezca vuelto un insecto repugnante, sino que su familia espere afuera de su cuarto, muy consternada, para que se vaya a trabajar a la oficina.


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