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Por Jorge Tadeo Vargas

Desde algún lugar en Ankh-Morpork, 21 de febrero de 2023 [00:02 GMT-6] (Neotraba)

El termino de zona de sacrificio lo acuñaron algunos investigadores estadunidenses como Genevie Atwood, Helen Huntington Smith entre muchos otros para referirse a un espacio geográfico determinado que ha estado en permanente daño socio-ecológico, por lo cual es difícil de reparar o restaurar los ecosistemas afectados. Estas zonas por lo general concentran grandes cantidades de industria pesada como son las plantas cementeras, las refinerías, las maquilas de productos de primer nivel (plásticos, agrotóxicos, etc., etc.) y van dejando a las poblaciones humanas cercanas totalmente vulneradas, sin justicia socio-ambiental y muchos y variados daños a la salud.

En los Estados Unidos, la totalidad de estas zonas de sacrificio, están en el sur, en la América Profunda como se le conoce a esta región que tiene a la mayor cantidad de poblaciones empobrecidas, que han sido vulneradas por décadas y de la cual escritores como Harry Crews, Bonnie Jo Campbell, Nikolas Butler entre otros han utilizado como escenario para contar sus historias, mismas que están llenas de sueños rotos, de violencia, de vivir al borde entre la miseria y la rutina.

Es justo en esa región donde se encuentran los que a los gringos les gusta llamar “basura blanca”, “palurdos”, “redneck” y es justo desde ahí que nace la música más cercana al sentimiento norteamericano que muchas veces está al borde del racismo, hace falta una revisión mucho más profunda para entenderlo. Entenderlos más allá de la crítica sin fundamento tan de moda en estos días de inmediatez irreflexiva. Uncle Lucius ya nos enseñó un poco de esto en canciones como Keep the Wolfs Away o Pocket Full of Misery donde nos da una tesis doctoral al respecto de esto.

La cultura “blanca” le debe mucho a las zonas de sacrificio, para bien o para mal gran parte de los aportes que se han dado vienen justo desde esas regiones. Enfatizo la palabra blanca para dejar claro que aquí estamos hablando de la clase trabajadora, de esas poblaciones que sostienen la económica de un país que solo los usa como carne de cañón cuando los necesitan, esa parte que ha dado grandes aportes a la música, el cine, la literatura.

Con esta introducción ya puedo comenzar a escribir sobre las zonas de sacrificio que tenemos en México y las cuales pasan desapercibidas por la mayoría y aunque podría hablar teóricamente del Río Atoyac y la contaminación que va dejando desde Puebla hasta Tlaxcala, o del Río Lerma en el Estado de México, del cual se ha dicho que la única forma de restaurarlo es que los humanos desaparezcan de la tierra, o del Río Santiago en Jalisco, prefiero escribir de la Región Tolteca en el Valle del Mezquital, un territorio en el cual paso varias semanas al mes desde el 2012 y que es una de las regiones de sacrificio (por el tamaño no se le puede llamar zona) más grandes del mundo y de las que más daños ha sufrido de manos de este modelo de producción-consumo injusto y criminal.

Con siete plantas cementeras, una refinería, una planta procesadora de coque, una central termoeléctrica, dos ríos convertidos en canales de aguas residuales que vienen desde la Ciudad de México, además de cientos de fabricas que van dejando una estela de contaminación a su paso.

Llegar a esta región es entrar a una zona desolada, donde los pocos ecosistemas que existen se ven abatidos por la imagen de las grandes fabricas que lentamente van ganando la batalla y se posicionan en el panorama con su presencia dominante, mandándonos el mensaje de que hay que sacrificar a toda esa región para el progreso y desarrollo capitalista de este país.

Los pobladores sobreviven aceptando su realidad, claro, hay grupos que intentan resistir a este pasado-presente-futuro en que viven. Sobreviven estoicamente, aceptando que el cáncer sea considerado por clamor popular como una muerte natural. Su aire, su agua, su tierra esta tan contaminada que no hay forma de no consumir veneno día con día. Aceptan que los espacios naturales vayan desapareciendo para que a su vez aparezcan nuevas fábricas, esto al final da trabajo y es lo importante hasta las teorías marxistas y anarquistas nos dicen que lo que importa son los medios de producción, no importa que estos nos jodan la salud ambiental y humana. El ser humano, especialmente en esas regiones, es prescindible.

Entre pulque y cerveza, música norteña, desde las fábricas, sus casas, sus cantinas, ven pasar sus días a sabiendas de que de algo nos tenemos que morir; en su caso saben exactamente la causa, la forma y los culpables de su muerte. Si alguno de ellos, de ellas logran salir de ahí, es inevitable su regreso, no pueden dejar ese lugar de muerte, siempre regresan para mantener la maquina andando.

Escribo sentado en mi cuarto de hotel, ya voy por la quinta cerveza y veo por la ventana, la refinería, veo sus chimeneas de metano que arrojan fuego 24/7/365, es casi como si el hotel vendiera su publicidad apoyado en un “Hospédese con nosotros y vea como el progreso está en marcha”. En mi reproductor la música me recuerda que existen ciertos lugares en donde es más fácil convivir con la tristeza, al final, el (no) futuro aquí parece ser una realidad.

Escribo este texto pensando en para cuándo, esta parte tan nuestra a la vez de tan universal -adiós capitalismo, bienvenido neofeudalismo dice Jello Biafra- será parte de nuestras historias, de nuestra música o será que lo hemos normalizado a tal grado que lo vemos solo como un daño colateral de nuestros privilegios, no lo sé, pero espero algún día esta gente sea protagonista en algunas historias que al menos nos inviten a la reflexión.

Canciones para acompañar la lectura:

Everlast-White Trash Beatiful
Uncle Lucius-Keep the Wolfs Away
Turnpike Trobadours-Gin, Smoke, lies
Arlo McKinley-Bag of Pills
Them Dirty Roses-Whisky and Cocaine
Whiskey Myers-Ballad of Southern Man

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