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Por Fernanda Olguín

Ciudad Obregón, Sonora, 27 de julio de 2023 [00:10 GMT-7] (Neotraba)

Distopia

El reloj corre, la vida transcurre.

Los carros pasan y en ellos la gente apurada yendo a alguna parte
Llevados por sus prisas a algún lugar donde su vida está.

Y aquí sentada, medio tranquila y medio abrumada por la mía, sin saber que hacer, sin saber del mañana.

Le doy la última fumada a mi cigarro y lo apago en el piso de cemento que simula adoquines, así como yo simulo tener por un momento el control del universo.

La vida pasa estática, el corazón latiendo a mil. Acostumbrándome a esta nueva realidad clandestina, sin nada propio en tierra de nadie, sin nada mío más que yo misma.

El amor propio es una lejana utopía que me han vendido quienes metieron el amor romántico en mi cabeza; perdí la vida entera soñando que todo cambiaría si en verdad deseaba algo con mucha fuerza a una estrella, lugares comunes.

Soledad, vieja amiga, has venido a visitarme. Pero ya no me das miedo. Me siento frente a ti, te abrazo. Te doy un tierno beso en la mejilla, preparo café mientras te dejo entrar de nuevo a mi vida, yo más madura (quiero creer), te susurro al oído: cabrona, me hacías falta, te extrañé.

Punta cometa

Fue un día difícil ¿o una noche? No lo sé. Tal vez un año que se sintió como largo anochecer, madrugada eterna en tonos azul profundo, interminables, sin una sola estrella que fungiera de guía o un día nublado de septiembre, no sé.

Sudaba y de mi cuerpo emanaba un olor a tierra mojada, de esos olores que lo impregnan todo; cada recoveco, cada pequeño lugar, cada poro del cuerpo y centímetro de piel.

Fue un camino difícil llegar hasta aquí entre tanta oscuridad, como un ciego a tientas, buscando algo a que aferrarse en esa espesura que lo cubría todo. Dolores desgarradores, gritos mudos atorados en la garganta de los cuales a veces salían destellos de luz, la luz del alba que habita en mí queriendo romper la negrura que me envolvía.

Fueron horas difíciles, ¿o días tal vez? No lo sé. El camino era áspero, seco como la tierra agrietada y fría de un desierto nocturno. A veces oigo voces a lo lejos, cierro los ojos y las siento un poco más cerca mientras imágenes llegan como rayo a mi mente; veo a todos, los veo a ellos, veo sus caras danzando con la melodía de mi alma. Quiero tocarlos, pero se desvanecen en las manos, se resbalan como un puñado de arena entre los dedos; no son míos, aunque de mí salieron, lo sé.

El tiempo no pasa aquí. Tengo la certeza de que el reloj corre incansable, los segundos, los minutos apresurados por llegar a ninguna parte. El cuerpo envejece, mas no el alma que aun cansada vibra y siente. Es preciso salir. Este es sólo un lugar de paso, no un sitio para echar raíces. Benditas las oscuridades que nos hacen querer ir hacia la luz y hacerla nuestra.

Oigo agua caer, una luz al fondo me invita a seguirla, me arrastro hacia ella. Todo me duele, mi cuerpo se contorsiona de maneras inimaginables en este estrecho lugar. Oigo mis gritos y a lo lejos su voz alentándome me impulsa a creer en mí.

Abro los ojos, estoy empapada; el ambiente huele a tierra mojada. Mi cama es un refugio en este renacer. Doy un suspiro hondo, de esos que calan y terminan en sollozo cortado. Estoy viva, he vuelto a la vida, he vuelto a nacer.

¿Fue un año, un día o una noche interminable? No lo sé ni quiero saberlo. Ya pasó. Lo malo ya se fue.

Felina

Aquel día fue diferente. Me topé con ella y sus ojos verdes me miraban distinto, con una dulzura extraña, siendo ella tan arisca y reacia. La gata negra y yo estábamos preñadas. Yo de cinco meses, ella unas cinco semanas. Nos entendíamos. Engordaba y me sentía hermosa. Juro que ella sentía igual, su mirada lo gritaba.

Pasó un mes; la gata maullaba muy fuerte. Vi una de sus crías en la calle, atropellada.

Otro mes pasó. Los papeles se voltearon. Yo dejé a mi bebé en el panteón. Aullando del dolor, me topé con su mirada: yo más animal, ella más humana.

Fernanda Olguín. Foto por cortesía de Manuel Parra Aguilar

Fernanda Olguín (Ciudad Obregón, Sonora, 1982). Escritora, madre, comunicóloga y tallerista de escritura terapéutica. Reina del caos y de las palabras no dichas, machista en deconstrucción. Autora de libros testimoniales sobre duelo gestacional y perinatal, feminismo y depresión. Amante de poner temas incómodos sobre la mesa. Ha colaborado en publicaciones impresas y digitales como Palabrerías, Meui Meui y el Quehacer cultural, en la cual aborda la perspectiva de género en la cultura.


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