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Carlos Barbarito

Pergamino, Argentina, 10 de agosto de 2023 [00:10 GMT-3] (Neotraba)

*Escrito al margen de un libro olvidado y hoy recobrado

En aquella agua primera estaba mi nombre. El margen traspasado hacia un corazón no cansado. Una música sin esfuerzo compuesta. En aquella tierra primera estaba mi justificación. El peso y la medida desprovistos de avaricia. Un ala pequeña pero capaz de alzar vuelo por rutas que hasta el viento desconoce. Un ala inmensa más allá de la espera, la marginación, la miseria. En aquel fuego primero estaba mi arte. Un asombro y un suelo duro por la luz horadado. En aquel aire, la voluntad encarnada, signo que hablaba desde un papel ardorosamente emblanquecido, efímero triunfo de los huesos que las horas interpretaban como eterno.

Nada se me pide

Nada se me pide; aquí la salvación y aquí la desgracia. No se me pide escribir y escribo, desde la vida ante la muerte y desde la muerte ante la vida. En ocasiones, un jardín y, en otras, baldío; nade se me pide y escribo porque no se me pide escribir y al escribir vivo y muero, sueños con amantes debajo de las sábanas y, al despertar, largas galerías recorridas por sombras. Escribo: qué me libra y qué me retiene, qué me anima y qué me hace vegetar; de qué mínimo, mísero, olvidado dios soy imagen y a qué carne humana, lacerada, convulsa entrego cada amanecer mi propia carne.

Anotación en una pared de una casa vacía

A Hilda Paz

Toda el agua del mar cabe en un vaso; mientras dura el trasiego, percibo el porvenir: mitad lobo y mitad oveja. Un número, la latitud última, la vida a ras del suelo, la muerte ávida, con ánima y sexo. Cargado y sin asiento, al cabo de la larga jornada lunar; la razón de la locura, la locura en el devenir del humo: sin arte –me dijo–, la estafa, el crimen.
Devuelto al espacio donde se acomoda la espina al tallo, a la espera de la flor; la espera se convierte en agua, al agua se la beben, a grandes tragos. Esta, la materia oscura: medianoche que gira sobre su propio y recto eje, una y otra vez, y otra, y otra…

Cabalga, la inquietud

Estoy yo, y está mi fantasma. Quiero decir, mi sombra. Por una fatalidad o prodigio, mi sombra que mi cuerpo proyecta en el suelo, en alguna pared, en nada difiere de aquella sombra primera, la primera que recuerdo, un momento antes del viento que me obligó a buscar refugio en casa. Ese viento, ni ningún otro, pudieron con esa sombra que, desde siempre, se dibuja con más espesor y consistencia que yo que, al menor soplo, corro hacia la puerta y busco protección en la casa.

Peces dorados en una campana

A August Macke

¿Qué huye de la presa cuando perece bajo el palo del cazador? Tiene que haber algo, tiene que existir algo. Enciendo una luz en pleno día y sigue oscuro, enciendo un fuego en lo oscuro y no me divisan. Alguien cayó hace mucho en una guerra y fue entre muchos enterrado. Toco de algún modo su frente y por algún prodigio no está del todo fría. Desde entonces pasaron lluvias y vientos y cometas pero es como si hubiesen pasado unas pocas horas, unos pocos minutos. Huye lo que en mí rebasa el límite para ser aire de aire suyo y su mano y mi mano se hacen una sola mano para escribir en una carta, venciendo por un momento la dictadura del barro y la sangre: peces dorados en una campana.

*Los poemas aquí presentados pertenecen al libro inédito Ensayo de orquesta bajo las olas


Carlos Barbarito (Pergamino, Argentina, 1955). Ha publicado más de veinte libros de poemas y artes visuales. Parte de su obra poética está traducida al inglés, francés, italiano y portugués. Obtuvo, entre otras distinciones, el Premio Bienal de Crítica de Arte Jorge Feinsilber.


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