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Por Rubén O. Alvarado

Ciudad de México, 19 de marzo de 2022 [GMT-5] (Neotraba)

1. Amor

Los medios nos han inculcado la idea de que debemos encontrar a nuestra media naranja. Los hombres no solemos darle mucha importancia, se tiene la creencia de que le tememos al compromiso, de que somos unos inmaduros y que quisiéramos ser unos eternos solteros.

En mi caso… creo que no estoy ni a favor ni en contra, siento que todas las relaciones te llevan en algún punto a encontrar a esa persona. Es como en los videojuegos: vences a varios sub-jefes que te dan experiencia y armas, para que, cuando ya hayas llegado al nivel 100 y seas súper poderoso, finalmente te enfrentes al jefe final, ese que hará que todo lo adquirido cobre sentido.

Para mí, ese jefe final es Ana.

He salido con muchas chicas, por presuntuoso que suene. He tratado con muchos tipos de mujeres, incluso estuve a punto de casarme, pero con ninguna he conectado como con Ana.

Siento que sólo con ella puedo ser yo.

Nos conocimos a los 15 años, ambos éramos nuevos en el salón, ambos veníamos de otra secundaria con antecedentes de mal comportamiento. Como no conocíamos a nadie, no nos quedó más opción que hacernos amigos. Después, nos separamos en distintos círculos sociales, pero sin dejar de lado la amistad que habíamos formado.

Salimos de la secundaria y ella nos invitó a mis amigos y a mí a su fiesta de XV años. Recuerdo ese día como si hubiese sido ayer: ella se veía muy tierna con su vestido, yo comí en exceso porque estaba muy nervioso, ya que no conocía a su familia y sus tíos me obligaron a bailar con ella.

Desde entonces seguimos en contacto. Mis amigos y yo la visitábamos seguido durante nuestro tiempo en la preparatoria. Pasaron algunos años y nos distanciamos un poco. Pero, con el auge de las redes sociales y los smartphone, recuperamos ese contacto. Actualmente le escribo casi todos los días, aunque a veces nos quedamos sin tema de conversación.

Puedo decir sin duda alguna que Ana es mi mejor amiga. Ah, y estoy enamorado de ella.

No estoy seguro desde cuándo, creo que siempre me gustó pero me negaba a aceptarlo. Aunque últimamente he pensado mucho en ello.

Un compañero de la oficina estaba por casarse y me invitó. De inmediato sentí el impulso de invitar a Ana, tiene tiempo que no nos vemos y sería una buena ocasión para ponernos al corriente.

Le mandé un mensaje con una foto de la invitación y preguntándole si me acompañaba. Tardó un poco en contestar (típico de ella) pero accedió. Sí, pero me tienes que comprar un vestido y unos chocolates”. Después anexo otro mensaje: Y no te voy a besar.

Foto de Alexis Salinas.
Foto de Alexis Salinas.

Contesté con unos emojis riendo y un mensaje que decía: No me importa, conseguiré alguien más bonita en la fiesta. Ella sólo contestó: Yo seré la más bonita de la fiesta.

Después de eso mandamos un par de mensajes más bromeando al respecto, para finalmente olvidar el tema. A veces creo que sabe que estoy enamorado de ella y le gusta burlarse, aunque también es posible que sea su forma de ser.

Llegó el día de la boda y pasé por ella; se veía hermosa como siempre. El vestido que había elegido, y que yo pagué, resaltaba su esbelta figura. No era voluptuosa, pero tampoco plana. Llevaba un maquillaje fino, no muy cargado, apenas lo necesario para resaltar sus facciones. Traía cabello suelto y planchado.

—Ay, pero qué fea te ves; me va a dar pena que me vean contigo.
—Ahora dilo sin que se te escurra la baba ?contestó mientras se subía al auto.

Arranqué.

—Y bien, ¿cómo te voy a presentar en la fiesta?
—Como tu amiga, es lo que somos.

Si alguien me hubiera grabado, tendría capturado el momento en que se me rompía el corazón. Y me harían un meme con un título algo así como: friendzoneado en segundos.

—Bueno, pero me dejarás hacer la broma de siempre.
—¿La de la comida? Ya tienes 33 años, pensé que ya no hacías esas bromas.
—Los clásicos nunca mueren.
—Osh, qué naco eres, Erick.

Llegamos a la fiesta, un poco tarde, por cierto, ya estaban iniciando a acomodarse para comer. Cuando se acercaban a saludarme y les presentaba a Ana, decía: Es el amor de mi vida. Ella ignoraba mis palabras y sólo se limitaba a responder el saludo, a mí me divertía mucho ver la confusión en la cara de las personas.

Se acercó el mesero a preguntarme qué iba a comer. Era momento de la mentada broma.

—Señor, ¿gusta que le sirvamos de comer?
—No, gracias. ¿No ves lo que me ando comiendo? —Ana alzó los ojos al cielo en señal de molestia.

El mesero me repitió la pregunta y esta vez sólo respondí un cortante “sí”.

2. Amistad

Terminamos de comer y yo estaba lleno, solía hacerlo hasta ya no poder más, sobre todo en las fiestas, que toda la comida es tan rica. O quizá sólo estaba nervioso, como en sus XV años. Ella en cambio, comía apenas lo necesario para subsistir. “No es algo primordial para mí”, decía siempre que salíamos. “Es una necesidad fisiológica”, le respondía burlándome.

Iniciaron los rituales propios de una boda: la víbora de la mar, el ramo, la corbata, las palabras de los novios, el pastel. Todo transcurría según su curso.

De vez en cuando, Ana y yo cruzábamos miradas, usualmente para burlarnos de algo que estaba pasando con una risilla traviesa.

—¿Piensas casarte algún día, Erick?
—Tal vez, si llega la adecuada.
—¿Y cómo sabrás que es la adecuada?
—Siempre he pensado que es algo que sientes, es esa persona con la que no puedes dejar de reír; creo que la relación ideal se compone de tres cosas: cuando se aman, es tu mejor amiga y tienen sexo increíble. Lo llamo El tres de un perfecto par.
—Osh, eres un menso.

Su mirada se notaba un poco melancólica, podía sentir que no era la respuesta que esperaba ¿Acaso era la primera señal de que Ana sentía algo más por mí?

—No sé si quiero casarme ?interrumpió mis pensamientos.
—¿Por qué? ¿No ha llegado el ideal?
—¿Y si me caso y descubro que no me cae bien?
—Por eso te debes casar con tu mejor amigo.

En el argot del ligue a este tipo de comentarios se le llama un buscapiés. Como su nombre lo indica, lo lanzas con la esperanza de que la persona caiga en tu trampa y conteste lo que quieres escuchar. Pero no había considerado que Ana conoce todas mis tácticas, por lo que sólo conseguí que cambiara de tema.

Después de eso comenzamos a beber y nos paramos a bailar. Al inicio pusieron La vaca, El baile del biper y otras canciones populares para las fiestas familiares; después un poco de salsa, para la cual soy malísimo y sólo provoqué las burlas de Ana. Finalmente, pusieron música lenta, de esa para bailar pegadito.

Foto de Alexis Salinas.
Foto de Alexis Salinas.

Dudé un momento, pero Ana me jaló hacia ella y se recargó en mi pecho; agarró mi mano izquierda, la puso en su cintura. Después agarró la derecha y, sin decir una sola palabra, bailamos lentamente. Izquierda, derecha. Izquierda, derecha.

Ella no subía la mirada, mientras nos mecíamos al ritmo de la música; yo dudaba si decir algo y romper el momento, por lo que sólo la observaba, aunque no podía ver su cara.

—¿Te acuerdas cuando salimos?
—Borré ese recuerdo de mi mente —estaba mintiendo, claro.
—Recuerdo que nunca me dijiste que fuéramos novios, sólo un día ya salíamos; luego, te enojaste y decidimos que mejor como amigos.
—No recuerdo por qué —nuevamente, era mentira.
—Te desesperé y me dijiste de cosas. Desde entonces creo que si algún día anduviéramos me terminarías mandando a la chingada.
—Estábamos jóvenes, no éramos muy claros con nuestras intenciones.

Hace unos 8 o 10 años, no recuerdo exactamente, Ana me dijo que le gustaba. En ese momento no sé qué pasaba por mi cabeza, pero no le creí. Pensé que era una broma o algo. Total, que nos vimos en varias ocasiones. Salimos con mis amigos e incluso ya nos hablábamos con más cariño. Finalmente, un día, me desesperé por saber si era en serio o no. Lejos de abordar el tema con sutileza, le hice una broma. Ella no lo tomó muy bien, yo me enojé. Nos dejamos de hablar unos días y después le pedí disculpas. Ella dice que la hice llorar porque le hablé muy feo ese día. Por eso finjo demencia cuando saca esos recuerdos.

—Si quisiera, te enamorarías de mí hoy mismo —volteó a verme directo a la cara.
—Sigue soñando —miré hacia la nada.

Después de varias canciones más, y de otro tanto de alcohol, la fiesta llegó a su fin. Ana se quedaría conmigo en mi departamento, así que emprendimos el viaje.

3. Sexo

Llegamos al departamento. Me estaba orinando, así que mi primera parada fue en el baño. Escuché cómo Ana abrió la botella que nos habían regalado.

—Saca unos vasos, ya sabes dónde están.
—¡Sí! ¿Recuerdas la broma que me hiciste?
—¿En la comida? O, ¿ya te contó Conchita que le dije que eres piña de otro taco? —me senté a su lado en el sofá.
—¡No, menso! Aunque ya me contó que escondes mi foto cuando traes a tus ligues —se me acercó de forma amenazadora, apuntándome juiciosamente.

Ana me regaló una foto suya cuando me mudé, “para que me recuerdes”, dijo mientras me la entregaba; la puse junto a la foto de mis papás en una mesa de centro cerca de la sala. Aunque, tengo que aceptar, cuando traigo a alguno de mis ligues, como ella los llama, sí la escondo. Harían muchas preguntas.

—Hace varios años, cuando nos enojamos…
—Pensaba que estabas jugando, nunca me imaginé que realmente te gustara.

Ana cada vez se me acercaba más, sentía sus labios tan cerca que no pude evitar ponerme nervioso. Eso, y que había sacado a flote el tema prohibido. Lo hacía cada vez que le era posible, y yo en cada ocasión trataba de evadirlo. No siempre tenía éxito, pero no entendía su insistencia.

—Nunca entendí por qué reaccionaste así —tenía de nuevo esa mirada melancólica.
—Fue un momento muy raro, de pronto ya parecíamos novios pero no lo éramos. Y eso me asustó, no supe cómo manejar la situación e hice lo que mejor conozco: tomar las cosas como una broma.
—Y por eso creíste que era mejor arruinar todo.
—No lo arruiné, solo intenté saber cuál era la situación.
—¿Diciéndome que ya tenías novia?
—Era un puberto, no sabía cómo manejar mis emociones.
—Y a tus 33 años —se tomó una pausa—, ¿ya sabes?
—Sé que estoy enamorado de ti.
—¿Y por eso ¿me cuentas de todos tus ligues?
—Eso hacen los mejores amigos.
—Entonces, ¿sólo me ves como tu mejor amiga?
—¿Qué, no lo eres?
—Sí, claro. Pero creí que tú…

Le cambió la mirada.

—¿Recuerdas cómo la mamá de mi amigo se sirvió refresco y no le atinó al vaso? Fue tan inesperado. Yo la vi tan segura de sí tomando la botella y acercándola al vaso, y de pronto: directo a la mesa —comencé a reírme tratando de aliviar la tensión del momento.
—Osh, no te tomas nada en serio. Eres un tarado.

Nos quedamos callados un momento, yo sentí como si hubiesen sido horas, pero seguramente no fueron más de 3 segundos. Entonces, Ana comenzó a recordar cosas graciosas que vimos en la fiesta. Seguimos tomando alrededor de una hora más, hasta que ella se empezó a quedar dormida. Me daba mucha ternura cómo su cabeza caía del cansancio, su cuerpo estaba agotado, pero ella se resistía, deseaba seguir ahí. La entendía, no solíamos vernos tan seguido últimamente. Yo tampoco quería que esa noche terminara, pero nuestros cuerpos ya no daban para más.

Llevé los vasos al fregadero y levanté la botella, estaba casi vacía, pero aún me quedaba suficiente para algún viernes complicado. Cargué a Ana y me dirigí a la recámara, la acosté en la cama y busqué un par de pijamas, una para cada quién. Luego, sin que ella se diera cuenta, volví a la sala y puse bocabajo su fotografía.

—Métete al baño, no quiero que me veas.
—¿De qué me sirve tener una mejor amiga que ni siquiera me deja verla cuando se cambia?
—Estás enfermo.

Me cambié en el baño y ella encima de la cama. Después entró al baño a cepillarse los dientes. Tenía un cepillo para ella y algunos otros artículos personales, por si se quedaba; antes lo hacía seguido.

—¿Qué le haces a mi cepillo cuando vienen tus chicas? —me pregunté qué intentaba con esas preguntas.
—Dudo que se pongan a contar cuántos cepillos de dientes tengo —me enjuagué la boca y fui a acostarme.

Ana, luego de desmaquillarse y lavarse la cara, hizo del baño y finalmente también se acostó. Mientras la observaba, me fue imposible no fantasear un poco con que así sería nuestra vida juntos, ambos compartiendo cada ínfimo detalle de nuestras vidas. Es tan hermosa.

Ana, luego de acostarse, se volteó. Creí que se había molestado o que simplemente estaba muy cansada, porque ni buenas noches me dijo.

Yo no lograba conciliar el sueño, pensaba en tantas cosas: me imaginaba casado con Ana, a nuestros hijos corriendo por la casa, platicando sobre cómo estuvo nuestro día, sacando a pasear al perro, yendo a los festivales de nuestros hijos en la escuela, peleándonos por quién tomó las mejores fotos; todas esas cosas que hacen las personas que viven juntas por siempre. Pero ¿qué era lo que Ana quería? ¿Acaso queríamos lo mismo?

Foto de Alexis Salinas
Foto de Alexis Salinas

Era mi momento de averiguarlo, la vi allí acostada dándome la espalda y en lo único en lo que podía pensar era en abrazarla. Me acerqué a ella y cuando estaba por poner mi brazo encima comenzó a moverse, por lo que inmediatamente detuve cualquier intento por seducirla.

—No puedo dormir, ¿tú sí?
—No, tampoco, estaba pensando.
—Cuéntame.

Pensé detenidamente la respuesta, era mi momento de demostrarle lo que sentía por ella, y mi intención.

—No es nada importante, solo imaginaba cómo sería esto diario.
—¿Dormir juntos?
—Bueno, vivir juntos. Casados, tú me entiendes.
—Los mejores amigos no se casan.
—¡Cómo no! ¿Olvidas mi Tres de un perfecto par?
—Nos falta saber si somos compatibles en el sexo —me miró fijamente a los ojos.

Tragué saliva al escuchar esas palabras de Ana, no sabía qué responder, pero sí sabía que ahí se definía todo. Pero ¿cómo debería actuar? Si directamente la empezaba a besar y me rechazaba, sería muy incómodo. Por otra parte, si continuaba la conversación hasta que ambos dijéramos “vamos a hacerlo”, podríamos arrepentirnos antes de siquiera pensarlo.

Ana no espero a que tomara alguna acción, se volteó nuevamente, pero esta vez se empujó hacía mí y quedamos acostados de cucharita. Era mi señal, tenía que hacer el siguiente movimiento o me conocerían como El lento.

Le puse mi brazo encima, para ver su reacción, ella se acomodó para acoplarse mejor a mí. Parecía que iba por buen camino, así que me mantuve un rato de esa forma. Después acerqué mi cara a la suya y poco a poco me iba acercando a su cuello. Lo besaría y de ahí comenzaría lentamente.

Nuevamente Ana se movió, pero, esta vez, pude sentir cómo me rechazaba, así que me detuve. Era lo correcto, ¿cierto? Si continuaba, ya sería forzar mucho la situación, y eso podría romper incluso nuestra amistad.

Nos quedamos acostados en esa posición hasta que amaneció, yo no pude dormir y desconozco si ella logró hacerlo, pero estuvo muy quieta toda la noche. Supongo que sí.

En cuanto se despertó, se puso a patearme para que me bajara de la cama; reclamaba su desayuno. Preparé algo sencillo, puse algo de café y desayunamos sin decir mucho. Principalmente vimos nuestros teléfonos. Una vez terminamos, le pregunté si le pedía un Uber.

—¿Por qué no me llevas tú?

“Porque no eres mi novia”, pensé, pero no emití una sola palabra.

—Hoy no circulo y en la tarde tengo un compromiso.
—¿Una de tus chicas? —preguntó con la mirada fija en la mesa cerca de la sala. Vio su fotografía bocabajo.

Me desconcertó su pregunta, ¿acaso estaba celosa? ¿O era mera curiosidad por saber qué haría en la tarde? Preferí no averiguarlo y me limité a pedir su coche, ella fue a la recámara para alistarse. Yo continué revisando mis mensajes en el teléfono.

Finalmente su coche llegó, la acompañé, le abrí la puerta y cuando se estaba subiendo me dio un beso muy cerca de la boca.

—Te dije que no iba a besarte —me recordó antes de subir.

El coche arrancó y yo entré de nuevo al departamento. Me dirigí hacia la foto de Ana. Tenía algo de refresco encima. Después de limpiarla, la volví a colocar en su lugar.


Rubén O. Alvarado. Ciudad de México, 1991. Ingeniero en Sistemas Computacionales. Actualmente se desarrolla como programador de aplicaciones web.


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