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Por Edgard Cardoza Bravo

Ciudad de México, 17 de febrero de 2021 [00:03 GMT-5] (Neotraba)

Quién iba siquiera a suponer que el execrable, voraz, y vil tabaco me iba a convertir en una especie de héroe de la resistencia. Mil veces he pensado que no me ha matado aún, su abstinencia seguro que lo haría.

Hace ya unos tres años que la última de las grandes compañías tabacaleras se mudó a lares más complacientes. Los únicos cigarros disponibles son los que se consiguen en el mercado negro. Y eso con el sabido riesgo de ser linchados por cualquier turba de “Hálito Seguro”. O ser apresados en alguna redada por la Gendarmería y confinados al infame submundo junto a otros peligrosos delincuentes. Pero nos hemos organizado. 

La desaparición del negocio del tabaco ha hecho perder muchos empleos. Los frutos en la salud aún no se notan. Según los voceros oficiales, dentro de una generación, quizá más, serán desterradas las secuelas del mal por completo. En repetidos anuncios y campañas publicitarias se nos dice que nuestros genes están apenas en proceso de desintoxicación. Se dice que no debemos desmayar ante la obligación de olvidar que el tabaco existió alguna vez. Se nos conmina, además, a ir con los sentidos muy atentos descubriendo infractores y denunciándolos. “El tabaco niega la vida, vive olvidándolo” dice uno de tantos anuncios.

En los últimos meses, el famoso Covid ha traído una suerte de cruel notoriedad sobre el membranoso órgano. Mismo que se aludió antes por la prohibición gubernamental del tabaco. De la misma manera que antes, cuando el corazón era el símbolo de la vida humana, ahora son los días gloriosos del pulmón.

Pareciera como si el infarto al miocardio; la cirrosis; la insuficiencia renal; y el sida mismo que antes ocupaban las mayúsculas en los expedientes hospitalarios, de pronto hubieran pasado de moda como riesgo de muerte y ahora todo se tratara de ventilar y aliviar pulmones atrofiados. El Covid 19 ha agregado además al diccionario una nueva palabra cuasisatánica que hoy cualquier niño sabría definir: “intubación”: intervención traqueal para ventilar los pulmones de manera artificial.

Mauricio Garcés. Foto tomada de Pinterest.

El fenómeno pulmonífero ya invadió los espacios mismos de la vida cotidiana. La más reciente celebración del día de San Valentín, por ejemplo, se vio abundada por pulmones en las carátulas de los obsequios en vez de los obsoletos corazones. Expresiones como “te lo digo a pulmón abierto”, se están volviendo muy comunes.

Sólo algunos adolescentes parecen contrariar el orden: ascendidos a esa edad, bajo el influjo de la referida iluminación salvadora que restringe el consumo de tabaco. En ánimo de retar al mundo de los adultos, dibujan en los árboles, muros, o en sus misivas amorosas, dos pulmones cruzados por un habano, goteando nicotina. En el fondo saben que esa, la broma pueril, es la única libertad que pueden permitirse.

Una naciente industria ya ha comenzado a recuperar los empleos perdidos por el veto del tabaco. Infinidad de lejías dentales están apareciendo de la nada. Surgen en todas las presentaciones posibles, para paliar el peligro que representa ser sorprendidos por algún operativo antinicotina con los dientes amarillos, en probable evidencia del delito de tráfico o consumo de cigarrillos. Hasta quienes nunca han percibido el humo lejano de un cigarro andan en la búsqueda urgente de cualquier dentífrico milagroso que les mantenga diáfano el teclado.

Salmuera de cáscara de huevo, alumbre serenado, bicarbonato en té de alcanfor, cenizas de hoja de guayabo y hasta enjuagues de cannabis índica en ayunas, han sido algunos de los remedios ocasionales para esa obsesiva y nueva enfermedad: el estrés postnicótico (aunque sean dueños de la más pulcra y perlada dentadura, los afectados se perciben los dientes infectados de sarro nicotínico).

Y como era de esperarse, han aparecido las mismas compañías tabacaleras, defenestradas tiempo atrás, a hacerse cargo del negocio y desterrar la incertidumbre y el desvelo a través de estudiadas campañas de convencimiento publicitario. El poder de la marca hará desaparecer, seguramente, los ingeniosos dentífricos ‘patito’.

El resumen tajante es que la gente ha dejado de sonreír. Por si las moscas, por si algún inspector de tagarnina aparece de pronto con su lupa y demás herramientas de contraste y los (nos) sorprende con los dientes pelones. Vale más precaver, nadie sabe cuál es el amarillento tono exacto que amerita exhaustiva revisión bucal.

Pero nosotros, los fumadores empedernidos, para quienes cualquier prohibición es vana, ridícula, carente de sentido, no nos cruzamos de brazos, resignados. Claro que nos organizamos para satisfacer tal menester —singular y hasta refinado para algunos— de inundarnos de humo los pulmones (¿te imaginas, hermano, el pastoreo de imágenes poéticas sin vianda, sin alcohol y sin tabaco?).

Mauricio Garcés pop. Foto tomada de Pinterest.

De seguro habrán oído hablar de los “salones clandestinos de fumado”. Pues yo tengo la primacía del negocio: varios de los más reputados centros de fumadores son de mi propiedad. Ahí derrochamos humo sin dejar evidencias del incendio. [Estoy cierto, Mauricio, que la idea original de mi oficio la concebiste tú, al retar a tus médicos a enfisema abierto. ‘Fumas y te mueres’, te dijeron, y seguiste fumando hasta el borde mismo de tu urna de cenizas]. 

¿De cuál marca prefieren? ¿Con filtro, sin filtro, a granel o en cajetilla?  Pero si sólo de traficar cigarrillos se tratara, mi trabajo no sería importante: el tabaco lo consigo del mejor subrepticio proveedor, como otros que después de mí han encontrado en el asunto su modo de subsistencia. Lo que me hace diferente de la bola, es que poseo la fórmula secreta para borrar las evidencias de la nicotina. Eso, no otra cosa, es lo que me hace especial.

Ustedes nada más díganme cuándo. Vengan, traigan sus pulmones a merendar y solácense en la enorme fotografía que preside cada uno de nuestros salones de fumadores: Mauricio Garcés con su eterno cigarro tirando galanura.


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