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Por Miriam García

Puebla, México, 21 de marzo de 2022 [GMT-5] (Veinte.20 Comunicación Solidaria)

Habíamos querido aprender otras palabras, unas que resonaran siempre frescas en las orillas del corazón. De esas letras, conjuntos parlantes que se ven asomaditos desde una ventana. Años atrás pudimos asegurar que los diccionarios no serían nuestras herramientas de confianza, pues ella decía que ni aventándote uno de esos libros gordos a la cabeza podrías guardar la palabra más sencilla de cuatro letras.

De escuchar conversaciones de las abuelas, ella decidió que su palabra favorita era Xanat, porque en suma de representar los colores frescos y olorosos de la naturaleza, el campo, el monte, pensó que también podría usar esa palabra para nombrar a la primera de sus hijas.

Xanat, Xanat, Xanat, de utilizar mis oídos, ir más allá de los aplastantes libros de editorial francesa, tomar en cuenta las voces de las abuelas sabias practicantes de la tradición oral, es como te tendré presente siempre…

México y su división política plasmada en mapas blanco y negro de cincuenta centavos no representan lo que realmente pasa en el territorio delimitado por el Estado, el robo y la persuasión. Aún posicionándonos en alguno de los treinta y tantos estados, la fragmentación crece, y no hablo de las regiones, los municipios o distritos, pues adentrándonos más y más a esos círculos, insisto, la fragmentación crece.

¿A qué voy con esto? A que no podemos fiarnos de estos límites políticos del Estado y, asimismo, no deberíamos otorgarles el aplastante peso que nos ha llevado a pulirlo todo, como si en la generalización existiera esa perfección que termina por excluir aquello que nosotros y nosotras tal vez no podemos imaginar.

Tenía cuatro o cinco años cuando sucedió uno de mis primeros desencuentros del lenguaje con uno de mis primos que decía haber ido a la escul mientras yo había ido a la escuela. Mi primo estaba haciendo lo que muchas veces no notamos y se nos hace tan regular, normal y natural con algunas palabras que conocemos como extranjeras, pero que están bien amarradas a nuestras lenguas. Él no solo estaba mezclando lenguajes, él estaba mezclando culturas, y estas culturas de alguna manera han sido la macro-representación de otras muchas culturas que poco o nada tienen que ver con estas.

En México, el español ha sido aquella imagen sonora, lenguaje, idioma y cosmovisión catalogada como “oficial” de un territorio inimaginablemente diverso. A pesar de ser hablado por más del noventa y cinco por ciento de la población total del país, no hay que olvidar la fuerte presencia de nuestra herencia ancestral y que este idioma no es el único oficial dentro de nuestro territorio. Según registros y bases de datos públicas, México cuenta con 69 lenguas nacionales, de las cuales 68 son catalogadas como “lenguas indígenas” clasificadas en once familias lingüísticas y subdivididas en variantes que suman 364.

Aquella información no debe tomarse como un frío control numérico, sino como un ventanal que permita asomarse a lo, tal vez, inimaginable que es la diversidad cultural y lingüística en México.


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