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Por Carlos Bortoni (@_bortoni)

Ciudad de México, 29 de junio de 2023 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

El cien por ciento de nuestra comunicación se reduce al intercambio de memes. Intercambio de memes y los respectivos emoticones a los que recurrimos para responder. Nada más. Ni una sola palabra. Se trata de un acuerdo no escrito, ni siquiera conversado, algo que simplemente se dio y ninguno se ha atrevido a violentar. El grueso de ellos son políticamente incorrectos, heteropatriarcales, ofensivos, insensibles, racistas, inaceptables bajo los estándares contemporáneos que norman nuestro comportamiento y aspira a crear una sociedad inocua, sosa e hipócrita. El grueso de ellos, sin desperdicio alguno. Otros tantos, resultan simplemente estúpidos, de esa estupidez que se agradece. Como respuesta y en franca correspondencia, comparto los memes que recibo, a través de otros vectores, con el resto de esa reducida red de sujetos despreciables de la que formo parte, a los que poco les importa reírse a costillas del otro, de ese otro hipotético que contribuye a exorcizar nuestros temores, taras y enfermedades. Fuera de ellos, ni los reenvío a alguien más, ni los comento, no tendría caso, no solo porque –entendidos en su justa medida ofensiva– serían mal recibidos, sino porque el potencial que tiene un meme de ofender a la población políticamente correcta no trasciende más allá de esa misma hipocresía que caracteriza a nuestras sociedades, donde ofenderse es más un deber ser que una reacción genuina. Prefiero ceñirme a ese cinosargo virtual, a esa esfera de inseguridad e ignorancia donde todo es despreciado y no hay ídolo que no sea de barro, a ese basurero donde todo puede ser arrojado, celebrado y relegado al olvido de lo intrascendente, sin necesidad de que nadie se rasgue las ropas.


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