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Campamento de la caravana migrante, imagen tomada de Tribuna noticias
Campamento de la caravana migrante, imagen tomada de Tribuna noticias

 

Por Iván Gómez (@sanchessinz)

 

Después de pensarlo durante varios días por fin llegué a una conclusión. Y es que mostrar indiferencia ante un tema que lleva varios años en el ojo del huracán sería poco correcto. Y en efecto, creo que los constantes flujos migratorios no han dejado indiferente a nuestra sociedad. Aunque muy penosamente una parcela de la población ha evidenciado su xenofobia.

 

Las muestras de odio (como marchas o agresiones físicas y verbales) se han hecho evidentes; así como rudimentarias técnicas de argumentación que se reducen a falacias de generalización apresurada y ad hominem: “No, si no los odio, sólo me choca que desprecien nuestra comida y no respeten los espacios públicos ensuciándolos”, es generalización apresurada porque el rechazo a nuestra comida lo hizo una sola persona (la del video que se hizo viral) y se disculpó en una entrevista que le realizó la BBC (clic); sin contar que lo que dijo fue sacado de contexto, y sin contar también que pasar tanto tiempo fuera de casa, lleno de incertidumbre, debe tener a cualquiera al borde de la desesperación y con una irritación poco manejable –pero empatizar no es algo que se nos dé muy bien.

 

¿Cómo se explica que haya entre nosotros tanta gente con prejuicios sumamente discriminatorios, justificados con fakenews leídas en portales poco verídicos y sensacionalistas, cuyos links se comparten masivamente en redes sociales? Y sobre las fakenews: ¿de verdad es lógico que migrantes hondureños, cuyo país es tan tercermundistas como el nuestro (expresión no peyorativa, pues me remito a un término económico), rechacen alimentos que allá también consumen?, ¿resulta lógico que después de tantos días caminando desprecien cualquier tipo de ayuda?

 

Pero la realidad es neblinosa para el que no la quiere ver. Se seguirán citando estas falsas noticias, y peor aún, al intentar contraargumentar tales posturas diciendo que se trata de generalizaciones erróneas, éstas serán defendidas –con toda convicción y desde una postura intelectualoide, cuya fuente de información se reduce a publicaciones de Facebook, de las cuales el contenido semiótico está constituido en un 50% de emojis– con frases como: “¿tú ya hablaste con cada uno de los migrantes para decir que estoy generalizando?, ¿no? Ah, ¿verdad?”. O –y esta es mi favorita por lo absurda– “el peor enemigo de un mexicano es otro mexicano, así como el peor enemigo de un hondureño es otro hondureño (¿qué quiere decir esto?)”. No me detendré en esas dos frases por ser tan irrisorias, pero sí quisiera detenerme en esta: “es que, ¿por qué está mal rechazarlos si son ilegales?” ¿Pero acaso importa eso? En términos jurídicos, sí; ¿y en términos humanos? ¿Qué no pasar hambre y carecer de oportunidades es suficiente motivo para migrar, sea o no legal entrar al país al que se desee llegar?

 

Históricamente el humano es un ser que migra, así llegaron los primeros habitantes de América por el estrecho de Bering; lo mismo que los mexicas, que partieron de Aztlán al Valle de México; la gran Roma nació luego de la migración que emprendió Eneas hacía Italia, huyendo de la caída de Troya a manos de los aqueos (griegos). Nadie es ilegal. No se puede serlo si vemos que el humano, desde siempre, se ha desplazado buscando mejores lugares.

 

Cito a José Emilio Pacheco:

 

“Si te molestan por su acento o atuendo,

por sus términos raros para nombrar

lo que tú llamas con distintas palabras,

emprende un viaje,

no a otro país (ni siquiera hace falta):

a la ciudad más próxima.

Verás como tú también eres extranjero.”

                                            Extranjeros.

 

Nací en Puebla y actualmente vivo en Morelia, a mi ciudad natal sólo voy –o iré porque este es apenas mi primer año– en diciembre-enero y junio-julio, como varios ya lo habrán deducido, me mudé porque aquí encontré la carrera que me gusta. Salí de casa para buscar más oportunidades; no tuve que cruzar ninguna barrera de un país a otro –afortunadamente–, por lo tanto comparto la misma nacionalidad con estas tierras y algo aún mejor: la misma lengua. Y sin embargo, también soy un migrante porque he conocido otra cultura, otras formas de expresión, diferentes costumbres y un modo de vida distinto al mío. Y si yo –que lo hice sin el hambre acumulada, lleno de incertidumbre o sin dejar a mi familia a la deriva– me ha enfrentado a muchas vicisitudes, no quiero ni pensar a que problemas se están enfrentando los migrantes.

 

Antes de que llegaran a la frontera con Estados Unidos se toparon con otra barrera: nosotros, y a diferencia de las estáticas, solemos ser más peligrosos.

 

La conclusión a la que me referí al inicio es esta: despreciar a los migrantes –ya no hablemos de hondureños sino de centroamericanos– es despreciarnos a nosotros mismos. La discriminación que han sufrido propiciada por nuestra sociedad refleja nuestras carencias: rechazamos a los migrantes porque vemos nuestro rostro en ellos y no sentimos acomplejados e inferiores debido a que carecemos de facciones que respondan a los cánones eurocentristas que tanto nos gustaría poseer.

 

Con los centroamericanos compartimos un pasado prehispánico (Mesoamérica llegó hasta lo que hoy es Nicaragua), es decir: tenemos la misma sangre indígena y compartimos el despojo de nuestras lenguas autóctonas por la imposición del español, lo mismo con nuestras religiones y en general con toda una cosmovisión que fue aplastada y quemada, pero ello no basta porque despreciamos dicho origen.

 

Soy un estudiante de la carrera de Literatura Intercultural, llevo –entre otras materias– Literatura Clásica Latina y Literatura Prehispánica. Entre nuestras fuentes es posible apreciar que los estudios latinos son bastantes y detallados, mientras que los estudios prehispánicos aún ofrecen mucho por descubrir (tan sólo la obra de Bernardino de Sahagún no se ha traducido en su totalidad del náhuatl).

México es un país tanto o más xenófobo que varios de los países desarrollados –cuya historia los respalda como los vencedores, no los vencidos–. La razón: nos avergüenzan nuestras raíces indígenas.

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