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Por Edgard Cardoza Bravo

Ciudad de México, 4 de febrero de 2021 [00:02 GMT-5] (Neotraba)

La caricatura tiene la particularidad de hacer coincidir la historia, la crítica social, la contemporaneidad, el discurso visceral y, por supuesto, el humor en su más incisiva expresión, en un mínimo espacio. Nada que ver con el concepto clásico del “retrato grotesco de una realidad”: el buen cartón rebasa los esquemas y las definiciones; genera su propio código de juicio y lo propone con la manifiesta intención de que sea enriquecido, complementado y hasta excedido. El observador atento espera hallar en él la chispa que detone su dolido silencio.

Una caricatura es tan buena como su capacidad de sugerencia, tan efectiva como su sentido de la oportunidad. Esa carga de sugerencia está expresada en el oficio del caricaturista. Su arribo a lo oportuno, que bien podríamos llamar inspiración, es lo que marca la distancia entre lo ramplón y lo fecundo. Pero tal suerte de mímica del intelecto sobre el cómodo y silente vacío, el espacio en blanco, es tan solo ademán de sombra, sórdida mueca, si no existe una voz que le dé brillo y la transforme en hirviente carcajada. La caricatura va siempre tras un visor ideal que caiga en el garlito de la provocación y le conceda voz.

Caricatura de Diego Rivera, por Federico Esparza. Foto cortesía de Edgard Cardoza.

Sin esa otra mitad, el lenguaje que la califica y le aporta sentido, la caricatura es apenas esbozo tímido: el trazo de calidad lo da la cáustica historia, la agudeza, que emanan del ojo cómplice. En Su Afectísimo y Atento (epistolario) (Ediciones Instituto Cultural de León, 2008), libro de Federico Esparza González, es el caricaturista mismo quien funge de intérprete de su propio cartón, a través de quince cartas indiscretas: literal cartonón de muchos pliegos y destinatarios. Personajes de diversas épocas —guanajuatenses todos, excepto José Guadalupe Posada, todos ya muertos excepto Cristina Pacheco— nos descubren frente a su correspondiente caricatura, sus entresijos más incómodos.

Ante el espejo de la voz, los roles cambian. Así, el dibujo se acicala, fluye hacia el retrato formal y circunspecto, mientras la caricaturización real del personaje invade los dominios de la carta. Imaginemos por ejemplo, desde el jolgorio de dichos textos, las sentidas cadencias de María Grever firmadas por la nada elegante combinación de su segundo nombre y su apellido alterno, Joaquina Torres, y de trasfondo el “Tú, y tú, y tú”.

Caricatura de María Grever, por Federico Esparza. Foto cortesía de Edgard Cardoza.

Subamos a Diego Rivera a una proletaria pesera del DF, que lo sorprenda una marcha de las tantas, y que al bajar del chunche se esculque ya sin cartera. Escuchemos a Juventino Rosas entre la niebla de su vals Sobre las olas en un baile polvoriento y huizachero. Divisemos a Don Lupe Posada (el único de extranjía en el carteo) huyendo de su natal Aguascalientes hacia León con resmas de “El Jicote” bajo el brazo. O ya en la capital, piropeando muchachas recargado en la puerta de un taller de impresión. Ubiquemos a Joaquín Pardavé en su Pénjamo de ombligo canturreando agachado la “Negra consentida”, con acento de Baisano Jalil. Veamos a Efrén Hernández personificado en su galán de cuento Serenín Urtusástegui, posando junto a aquella colección de jitomates garapiñados de besos de la amada.

Caricatura de Joaquín Pardavé, por Federico Esparza. Foto cortesía de Edgard Cardoza.

Salgamos al encuentro del Hidalgo risueño que baja de las huellas del libro Los pasos de López, de Ibargüengoitia. O si ya nos cansamos de tanta procesión, démonos un asomo por la barra inmortal de José Alfredo Jiménez, en donde se ofrece vida bohemia de la buena entre cocteles margarita que deshojan doloridas tonadas de provincia.

Caricatura de Miguel Hidalgo, por Federico Esparza. Foto cortesía de Edgard Cardoza.

La carta, más que acto íntimo, catarsis de emociones, es hecho de sinceración con uno mismo. Y es lo que hace Federico Esparza en Su Afectísimo y Atento…: vaciar ante el espejo sus puntos de referencia vitales y creativos y, ya debidamente discernidos, compartirlos con sus lectores. Las cartas de Esparza han sido generadas desde un impulso inverso. Lo natural habría sido que éstas balbucearan sus cálidos secretos al oído del cómplice elegido, de intimidad a intimidad, en el tácito acuerdo de que después de una última lectura compasiva, sin vuelta de hoja, el texto y sus probables revelaciones marcharán al olvido.

Carta a María Grever, de Federico Esparza. Foto cortesía de Edgard Cardoza.

En Su Afectísimo y Atento… ocurre diferente. Después de tal etapa de valoración se han escogido los pequeños defectos o los rasgos más triviales de los personajes aludidos. Así se les ha llevado al día a día de la gente común, para manifestar que aquellas figuras de bronce no lo son tanto, pues estuvieron hechas de rasgos tan humanos. Es posible departir con ellas sin afectación alguna: que el Pípila, dando por aceptada su real existencia, fue un barretero de la mina de Mellado puesto por el azar en una ocasión heroica; que Hermenegildo Bustos era un sencillo capturador de rostros de la cotidianidad con iguales urgencias que cualquier parroquiano; que don Miguel Hidalgo fue un ser excepcional, pero hombre al fin.

Caricatura de Cristina Pacheco, por Federico Esparza. Foto cortesía de Edgard Cardoza.

En el olor a multitud, en el cariz cotidiano, nacen las misivas de Esparza para iniciar el recorrido inverso hacia el resol que las ha originado. El caricato verbal más su correspondiente complemento, la caricatura del personaje, exponen las señales talladas en el tiempo por el ser colectivo. El autor elige aquellas que se ajustan a su propia persona y las desarrolla en la carta: en el dibujo de cada personaje él mismo se define. Cuenta una historia ajena que es a la vez su propia historia.

Caricatura de Edgard Cardoza Bravo, por Federico Esparza. Foto cortesía de Edgard Cardoza.

Es la multitud quien dicta la carta y la perfila simultáneamente en el incordio de lo representado: la propia caricatura de Federico Esparza González. Es él ante el espejo: todos los personajes son él mismo o quién hubiera querido ser, desde la voz jocosa de su más chingativo demonio interior.

Dedicatoria a Edgard Cardoza Bravo, por Federico Esparza. Foto cortesía de Edgard Cardoza.

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