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Por Adriana Barba

Monterrey, Nuevo León, 18 de septiembre de 2020 [00:03 GMT-5] (Neotraba)

El fin de semana aprovecho para ir al súper por cosas pendientes para la casa, casi siempre entro distraída y en lo que limpian el carrito y te avientan la capa espesa de antibacterial que te deja las manos pegajosas, entro como venado lampareado sacando mi lista de artículos a comprar, eso de ir sin lista y gastar el doble por antojos ya no es lo mío.

No doy más de 4 pasos entre la fruta y la verdura, cuando veo a lo lejos mucho colorido en rojo, un rojo brillante, hasta chillón –no puede ser, según lo pensé pero lo dije en voz alta–, olvido la verdura pendiente y mis pasos se intensifican casi corriendo algo así como en ventas del black friday.

En menos de 30 segundos me encuentro enfrente de 5 pasillos repletitos de cosas navideñas, mi corazón late al mil por hora.

La Navidad, mi época favorita del año, esa temporada cargada de recuerdos de la infancia, donde por medio de una carta con mucho amor a un señor guapetón, panzón y con barba blanca podría traerte lo deseado o carbón, esto variaba según tu comportamiento del año.

Regalos de Navidad. Foto de Adriana Barba
Regalos de Navidad. Foto de Adriana Barba

Pero como yo siempre fui una niña muy bien portada, escribía mi carta sabiendo que era un “sí” por respuesta a todas mis peticiones.

Las cartas siempre han sido lo mío, escogía un papel lindo y mi pluma rosita:

Querido Santa: Este año te voy a pedir…

Diciembre de 1989, esta vez no metí mi carta en el buzón de la casa. La escondí en el librero, en una enciclopedia de historia universal, al lado de unas estampas de mi hermano de los New Kids on the Block.

Se llegó el día, eran Navidades en casa de mi abuela Tencha, mucha, mucha gente, lejos a lo que estoy acostumbrada ahorita. Los tíos y mi papá se desaparecían por arte de magia, mis tías, mamá y todos los primos corríamos a la ventana: “miren, allá va Santa”, todos como hipnotizados no dejábamos de ver el cielo. Uno muy claro casi siempre, era la colonia Moderna en Monterrey, una colonia popular pero hasta esos años, llena de magia.

Muñeca. Foto de Adriana Barba
Muñeca. Foto de Adriana Barba

Se los juro que en una Navidad dije que vi en el cielo la nariz roja de Rodolfo el reno, yo lloraba, siempre lloro y la Navidad no es la excepción.

En eso entraban los señores con bolsas negras de basura gigantes ¡wow! “Santa se los dejó en el patio”. La emoción era muy grande, papá llegaba feliz a darme mi bolsa, Santa siempre me trajo lo que pedía y más, yo no sé cómo lo lograba pero el Santa de mi hermano Alexander y el mío siempre fue muy generoso, yo creo que era, claro, porque siempre nos portamos muy bien, yo más que él.

Días después de Navidad regresé –no sé por qué– a mover la enciclopedia, me quedé pasmada: no podía ser, la carta de Santa estaba ahí, volteé a ver el buzón, seguro hice dos y una la dejé en el libro, pero mi buena memoria es una de mis fortalezas y desgracias: solo hice una.

Con Santa. Foto de Adriana Barba
Con Santa. Foto de Adriana Barba

Santa no la recogió…

Santa no sabía lo que quería…

Sin embargo, me trajo lo que pedí.

¿Tendría poderes para leer cartas a la distancia?

Mi corazón sabía que no.

“Santa, no existe”, dije quedito. Desde ese momento las siguientes vacaciones seguía los pasos muy a detalle de mis padres hasta que los vi meter unos regalos a la cajuela.

Santa. Foto de Adriana Barba
Santa. Foto de Adriana Barba

Así es queridos, lo sabía, lo descubrí sola, nadie vino de soplón a quitarme la ilusión.

Ya después, yo iba a escoger mis regalos y yo misma los envolvía hasta el día de hoy que soy mi propio Santa, uno muy generoso y más a la hora de sentirme que todo lo merezco.

Mis hijas tuvieron la misma infancia que yo en cuestión del Santa, un joven irapuatense corría a la terraza a poner bolsas de basura negras, y gritaba: “¡wow, vengan niñas!, Santa dejó sus juguetes ¿sí lo vieron?”

Regalos. Foto de Adriana Barba
Regalos. Foto de Adriana Barba

No me van a dejar mentir que las Navidades en casas llenas de familia son las mejores, lo añoro, esa experiencia les faltó a mis hijas: tronar cohetes, echar relajo con los primos, champurrado, ponche, romeritos, tamales, cacahuates y cerveza, abrazos, muchos abrazos de esos que tanto nos hacen falta.

Desde hoy empiezo a celebrar la Navidad para que me sea eterna, para que el corazón esté lleno de amor, de esperanza, de abrazos pendientes que poco a poco llegarán, por arte de magia, y ¿qué acaso no es eso la Navidad?… Magia.


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