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Por Adriana Barba

Monterrey, Nuevo León, 15 de octubre de 2021 [01:39 GMT-5] (Neotraba)

Nunca he entendido la frase “estoy flaca por genética”. Malditas flacas, sí, malditas, todas. ¿En qué se basó la humanidad para repartir los metabolismos acelerados? De esos que puedes comer todo el día lo que se te plazca y en la madrugada, al dormir, se les forman los cuadritos en el estómago.

Mi historia con la comida es triste. Bueno, es amor odio. Juro que amo toda la comida: qué tal un asado de boda zacatecano con su arroz recién salido, unos pambazos con harto chile guajillo de Irapuato, unas cemitas de Puebla o un machacado con huevo de Monterrey, ¿a poco no lo antojé? Desde chiquita trataba de estar lejos de las niñas que mencionaban más de tres veces “eso no me gusta”. Veía mis chamorros de hierro y me sentía orgullosa, es gracias a los chicharrones con frijolitos de las mañanas del domingo.

Para quinto de primaria pesaba lo de un adulto, era una niña grandota. En las tardes se me hacía agua la boca imaginándome unos frijolitos bien refritos con veneno –el chilito colorado– y migajitas de chicharrones, con su pico de gallo y manteca de puerco, después paloteaba unas de harina con su chile de árbol al gusto.

“Si esta semana dejas de comer tortillas, te compro una Barbie” me decía mi madre, y aunque coleccionaba esas muñecas de cintura milimétrica y piernas largas de modelo, las tortillas recién hechas siempre fueron mi perdición. Ahora que lo pienso, mi obsesión por coleccionarlas era para admirar esos outfits que yo nunca podría usar por mis piernas gordibuenas. La primera dieta que funcionó fue a los 13, esa muy popular de los 3 días: desayuno café negro y huevo cocido, comida brócoli y 100 gramos de carne magra, cena atún en agua con café negro. La báscula marcaba 5 kilos menos, 5 kilos que subí el siguiente fin de semana con unos chilidogs, ya ni porque tomé pura diet coke.

Pasé la adolescencia en las mismas, subidas y bajadas –más subidas que bajadas–, hasta que en una edad emprendedora estaba entre cortarme el estómago, o juntarme con los que saben –es lo bueno de ir por la vida haciendo contactos– y crear cápsulas con los nutrientes necesarios pero con ingredientes que te hacen quemar grasa, de manera acelerada, como siempre lo soñé.

Los sabores más populares, obviamente, son tacos al pastor, tacos de chorizo, carne asada, asado de puerco, tamales rojos y verdes, mole poblano y arroz con leche. Pasaron años de trabajo e investigación, pero funcionó. Con 5 cápsulas al día, las damas tendrán ese cuerpo que soñaron desde niñas.

Redumás es la mejor inversión de su vida, para usted, señorita, señora, que siempre ha batallado con su peso, que ya se cansó de las dietas, tés milagrosos y jugo de limón en ayunas. Con Redumás perderá peso cada vez más y podrá lucir la ropa que siempre soñó. No lo piense más y deje de llorar, invierta en su bienestar.

Mi negocio fue un éxito, había logrado el cambio que siempre había esperado en mi cuerpo, seguía en la creación de nuevos sabores y mi cuenta bancaria estaba como nunca imaginé. Lo que me falló fue que, con los kilos perdidos, la alegría también se fue. Tenía que hacer algo al respecto, ¿qué sucedía? Ahora podía usar minishort y vestidos sin espalda sin verme grotesca y como quiera no me sentía feliz.

Tomé el control de mi vida, de mi felicidad y de mi peso. Me mudé a Tlaxcala, estado pequeñito de la República que “dicen” no existe y desde ese lugar controlo mi empresa. Yo no necesitaba mi producto, necesitaba sentir la grasita escurriendo de las gorditas de Doña Queta y saborear la cebollita curtida con cilantro que llevaban los taquitos de Doña Félix. Supe encontrar el balance entre mi amor por la comida poco a poco, y mi temor al verme en un espejo y no aceptarme. Así tuve mi corazón rebosando de felicidad, viajando por todo el mundo para descubrir nuevos y deliciosos platillos, y después hacerlos cápsulas.

Porque, aquí en confianza, le digo a usted que nada es más bonito que perder el tiempo en la fila de los tacos de pastor.


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