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Por Adriana Barba

Puebla, México, 02 de abril de 2021 [00:01 GMT-6] (Neotraba)

Para la Tita Ponch, con cariño eterno.

«“¿Sabes qué, hijo?”, me decía mi abuelo Ignacio,

“lo único que nos hace acercarnos a los demás es tratar de entenderlos,

así como yo lo hice con tu abuela”.»

(Mi abuelo el luchador, de Antonio Ramos Revillas y Rosana Mesa Zamudio, 2013: sp).

Abuelos: personas llenas de magia con habilidades sobrenaturales para crear recuerdos inolvidables en sus nietos.

En estas últimas semanas, las noticias de mi Facebook me llenaron de alegría: muchos de mis contactos/ amigos/ conocidos mostraron las fotos de sus padres en la vacunación contra el virus que nos puso en pausa. “Todo muy rápido, muy organizado”, son los comentarios que leo. Veo con atención las caras de tantas personas emocionadas por la protección, y después de poner su respectivo “Me encorazona” mi mente vuela con un montón de interrogantes: ¿tendrán nietos? ¿Los cuidarán de tiempo completo o solos los verán los domingos?

Cuánto sufrieron por no poder abrazar, cuánto tiempo la visita de los nietos se canceló y las historias desaparecieron.

Los que tuvimos la dicha de convivir con los abuelos somos afortunados, porque pudimos escuchar tantas de sus historias, su cariño y cuidado. Su presencia juega un papel vital en nuestra vida, no importa si la abuela es estricta o es relajada, la enseñanza que te brinda se queda de por vida.

Hay abuelitas que tienen el refrigerador lleno de cosas deliciosas para cuando los nietos llegan. He visto la cara de esos nietos gustosos por abrazar a su tita, abue, bita, tata, nana, o como le llamen de cariño a su abuela.

Mi abuela tejía y cada navidad tenía un envoltorio con una sorpresa de textura inolvidable. No puedo decir que fui su consentida porque tuvo un montón de nietos, pero, después de casi cuatro años de su partida, aún me saboreo los taquitos de flor de palma que cocinaba, su spagueti naranja o los frijoles a la charra. “¿Cómo está, mija?”, me decía con mucho cariño siempre que cruzaba la puerta de su casa.

Hay nietos que son los que tienen el premio mayor: sus abuelos –aún muy jóvenes– se convierten en la médula espinal de su vida: los cuidan mientras los padres trabajan y en muchos casos su energía hace que los abuelos rejuvenezcan.

Se me llena la boca de orgullo cuando le pregunto a mis hijas por sus mejores anécdotas con los abuelos maternos. Hay miles. Son cosas tan sencillas, pero muy valiosas, que recordarán siempre, como ver la televisión hasta la madrugada comiendo tostadas con salsa y cacahuates.

O como cuando la tita les enseñó la belleza de la repostería, y todos esos peinados que les hacía a las 6 de la mañana para que se fueran lindas al colegio.

Amor puro, amor infinito. A los abuelos no se les acaba el amor, la entrega, las oraciones, nos dan todo sin pensar en recibir algo a cambio.

Los abuelos y su magia –estoy segura– deberían de ser eternos.


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